Llevar ese anillo, con el nombre de mi esposa grabado dentro, he prometido darle todo de mí mismo. Al llevar ese anillo me he comprometido a donarle mi corazón, que no es una metáfora sentimentaloide, sino una actitud concreta: significa cada día hacerme pequeño para hacer espacio dentro de mí.
Sus necesidades se vuelven las mías, sus deseos los míos, sus preocupaciones las mías y su alegría se vuelve mi alegría.
El sacerdote Bardelli repetía a menudo las palabras de la Carta de San Pablo a los Gálatas: «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20); nos repetía estas palabras diciendo a los esposos:
Ustedes deben decir: ya no soy yo que vivo sino mi esposo o mi esposa que vive en mí; esto significa el sacramento del matrimonio, Cristo vive en ustedes cuando viven en la profunda comunión y donación del uno al otro.
El sacerdote guarda la casulla, una vez que termina la misa, nosotros, el anillo, lo llevaremos siempre hasta nuestra muerte y habrán días en que el yugo no será siempre suave ni ligero, sino que la Gracia de Dios, si tenemos fe e invocamos su presencia con una vida casta y en comunión con Él, nos permitirá poder decir en cualquier circunstancia de la vida: «Oh Señor, que dijiste: Mi yugo es suave y mi carga ligera: haz que yo pueda llevar este anillo, signo de amor y fidelidad para conseguir tu gracia. Amén».
Quiero terminar con una bella reflexión. Quizá pocos saben que Juan XXIII tuvo una feliz intuición, cuando quiso reglar a los esposos cristianos un fácil y profundo modo de vivir la religiosidad en la pareja: es decir, vinculó una «indulgencia especial» (y parcial) al gesto conyugal de besarse al menos una vez al día recíprocamente la alianza.
Motivó su decisión al concluir con estas palabras:
Es necesario que los esposos cada día descubran el significado de la alianza que llevan en el dedo, lo besen cada día prometiéndose ambos el respeto, la honestidad de los hábitos, la santa paciencia del perdonarse en las pequeñas faltas, y que miren esta alianza que llevan como vínculo de indisolubilidad en la que los hijos que Dios quiera mandarles, aprendan a crecer en las santas virtudes que tanto gustan a Dios y hacen feliz a Jesús, y que luego hacen feliz a la familia misma que sabrá así ser testigo de cómo se vive como cristianos y cómo se es feliz superando juntos cada día las grandes dificultades de la vida.
Matrimonio cristiano, Aleteia
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