A 35 años de la muerte del autor de Pedro Páramo
“Pídele a Dios que se arreglen nuestras cosas, tú, que sabes hablar mejor con Él, y porque nunca nos haga falta nada y porque el lugarcito en la tierra que nos corresponde Él lo bendiga para nosotros con sus mejores bendiciones”.
Este es un fragmento de las muchas cartas que le escribió Juan Rulfo a su novia, primero, y a su esposa Clara Aparicio, quien lo acompañó hasta la muerte (el 7 de enero de 1986).
La dimensión de Dios en su vida
Rulfo, autor solamente de una novela y de una colección de cuentos –Pedro Páramo y El Llano en Llamas—deja ver en esas 81 cartas publicadas bajo el nombre de *Aire de las Colinas (Cartas a Clara) la enorme dimensión de la presencia de Dios en su vida.
Escritas desde 1945 hasta 1950, narran el noviazgo y los primeros frutos del matrimonio Rulfo-Aparicio, con las penalidades por el trabajo que tenía que desempeñar para ganarse la vida (en una empresa de neumáticos).
Pero, también, demuestran la raíz católica de un hombre solitario, que perdió muy pronto a su padre y que vio arder su infancia en plena época de la persecución religiosa y la guerra cristera, guerra que se abatió sobre los estados de Colima y Jalisco, donde vivió hasta su juventud.
Caprichito de Dios
Si bien en su vida pública y en su parca pero importantísima obra para las letras españolas la vena católica de Juan Rulfo no aparece como tal, en las cartas a Clara Aparicio, la mujer de su vida, la presencia de Dios es constante.
Así lo muestra un fragmento de la misiva escrita a Clara –a quien le decía “caprichito de Dios”– el 19 de diciembre de 1947: “Espero que todos estén bien y que Dios los bendiga a todos y a ti en particular, y que tengan una Noche Buena de felicidad”.
Acuciado por la pobreza, Rulfo quería darle todo a su mujer y a su familia. Así, otro 7 de enero, pero de 1948 le dice a su futura esposa: “Lo esencial es la vida. Poder vivirla es lo principal. Y nosotros viviremos. Dios nos tiene dados ya para vivir, y Su fortaleza te tiene a ti como el mejor estímulo que no me dejará caer ni flaquear un solo día para buscar tu seguridad y tu bienestar”.
Por lo demás, en su obra literaria, la religión aparece como una hacienda (quizá como la Media Luna, cuyo dueño era Pedro Páramo, “un rencor vivo”) que alguna vez estuvo llena de voces y de presencias y que éstas, a fuerza de irse desgastando, se convirtieron en murmullos.
Fe deshabitada
Hablando de los personajes de su novela, Rulfo dijo: “Ellos creyeron alguna vez en algo, los personajes de *Pedro Páramo*, aunque siguen siendo creyentes, en realidad su fe está deshabitada”.
La última de las cartas a Clara, justo cuando nació su hijo Juan Francisco, es muy directa (Rulfo se encontraba lejos, por cuestiones de trabajo): “Dios te ayudó y te tuvo en sus manos por algunos momentos para que las cosas caminaran por el buen camino. Ahora sé que Él te protegerá siempre, porque eres la hija predilecta de Él y la muy amada y querida Clara”.
Jaime Septién, Aleteia
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