La segunda venida de Cristo será también el “juicio final” de Dios sobre los hombres. ¿Debería preocuparnos que llegue ese momento?
“Regresará en gloria para juzgar a los vivos y los muertos”, se recita en la misa durante el Credo. En el fin del mundo, la venida triunfante de Cristo nos llevará al mundo divino.
Pero antes habrá un juicio que consagrará la victoria de la Cruz. También habrá una reparación a los pequeños y a los débiles, a quienes los poderes han aplastado y despreciado.
Un cumplimiento y un juicio
La parusía es la venida de Cristo en su gloria: la segunda venida, que contrastará con la primera, la Encarnación, que se desarrolló bajo el doble signo de la debilidad y la humillación.
Este glorioso evento tendrá dos vertientes que, si son complementarias, no son menos diferentes: la que muestra la misericordia divina, y la marcada por el sello de la justicia.
La parusía será primero la finalización y la consumación de la historia. Como tal, representará el triunfo de Dios en su voluntad de salvar la Creación, pero también de glorificarla.
Como tal, constituirá tanto su plena soberanía en el tiempo como su deseo de llevar a término su proyecto original de construcción de la Jerusalén celestial, donde la reconciliación y la divinización serán la suerte de los elegidos.
Sin embargo, junto a este lado positivo, la parusía presenta otra cara: el juicio al final de los tiempos. El rostro luminoso no puede hacernos olvidar el aspecto más exigente, que no es otro que la condena del mal por parte de Dios.
Las semillas de eternidad sembradas en la historia
Al sacar a la luz lo que está oculto, la segunda venida de Cristo representará la manifestación del tesoro oculto de la humanidad, que son todas las buenas obras realizadas desde la fundación del mundo.
De hecho, es un tesoro escondido, porque la gran mayoría de los hombres no se mencionan en los anales de la “gran historia”.
Sobre el tema de los elegidos, san Juan en su visión del Apocalipsis habla de “una multitud innumerable que nadie podría contar” (Ap 7, 9).
De esta manera, testifica que la humanidad redimida no es reducible a las únicas personas que han dejado un rastro notable en las historias de la aventura humana.
El anonimato de estos poseedores de tesoros de ninguna manera resta valor a la gloria de sus acciones. Porque este peso depende de la caridad que le ponen.
La caridad no siempre hace ruido, y a menudo pasa desapercibida. El fin del mundo sacará a la luz estas acciones, para mayor gloria de Dios y de quienes las han realizado.
Lograr el propósito de Dios en cada uno de nosotros
La parusía pondrá fin a lo que la historia ha puesto en marcha. Entonces cada uno descubrirá lo que ocultó en semilla en sí mismo, semilla que el Espíritu traerá a la perfección al elevar nuestro ser a su cumplimiento definitivo.
Todos hemos sido creados con una dinámica limpia. Algunos de nosotros hemos sido más fieles que otros. La venida de Cristo será la revelación del glorioso proyecto que Dios tuvo para cada uno de nosotros cuando nos creó.
¿La Parusía nos transfigurará a todos en esos seres de luz y gloria como Dios había deseado para nosotros al crearnos en Cristo?
Es el misterio de Dios, pero especialmente de nuestra libertad. De hecho, si nos creó sin nosotros, ¡Dios no puede salvarnos o glorificarnos sin nosotros!
Pero más allá de la cuestión del número de elegidos, recordemos que la Parusía es el gran resultado del plan de Dios para toda la humanidad, así como para cada individuo de la raza humana. También en este plano, el fin del mundo presenta un aspecto eminentemente positivo.
Paz eterna
Finalmente, el hombre no vive solo. Nadie es una isla. Los conflictos, desde Abel y Caín, son la suerte de la humanidad. Dado que Cristo destruyó el odio y la separación entre nosotros en la Cruz, seguramente Dios tiene en mente la reconciliación general de sus hijos en el fin del mundo.
La parusía logrará definitivamente esta reconciliación. ¡La paz eterna, no la de los cementerios! El Cristo escatológico y plenario coronará nuestra llegada al puerto de la eternidad. ¡No más disensiones o golpes bajos en la Jerusalén celestial! ¡Esta es una razón añadida para no temer el fin del mundo!
El juicio del mal
Sin embargo, además de esta cara luminosa de la parusía, hay otra que sería imprudente por nuestra parte ignorar. Esta es la dimensión crítica de la gloriosa venida de Cristo. La historia de los hombres está marcada en sus profundidades por el pecado, que es el rechazo de Dios y del amor.
Ahora bien, entre Dios y el mal, hay una incompatibilidad absoluta. Entonces Dios debe juzgar los actos que llevan su marca. De hecho, la Jerusalén celestial no puede dejar pasar por sus puertas ninguna iniquidad.
La parusía cumplirá de esta manera la profecía del Apocalipsis acerca de Jesucristo, quien, por la única señal de la Cruz, confundirá al mundo en materia de maldad: “He aquí, él viene con las nubes, y todos lo verán. incluso los que lo traspasaron, y sobre él llorarán todas las tribus de la tierra“(Ap 1, 7).
La gloriosa venida de Cristo revelará, al condenarlo, todo el mal cometido desde la fundación del mundo.
La victoria de la cruz
Sin embargo, la separación entre hombres hecha por este juicio tiene un aspecto positivo: el de hacer justicia a los pequeños, aplastados por la lógica del mundo.
La parusía será la condena del mundo en la medida en que ha sido la negación del amor y la posterior promoción del poder, el egoísmo y la complacencia en uno mismo.
La segunda venida de Cristo sellará la victoria de la Cruz, así como la inversión de los valores que representa. La Cruz manifiesta el dominio del perdón y el amor sobre los celos y la fuerza. Del mismo modo, la parusía, en su dimensión de juicio, restaurará su dignidad a los pobres y perdedores de la historia.
Aquí, la dimensión crítica de la gloriosa venida del Crucificado resultará tan positiva como la gloriosa descendencia de la Jerusalén celestial de Dios (Ap 21, 10).
Jean-Michel Castaing, Aleteia
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