domingo, 6 de marzo de 2022

El sentido del sufrimiento según una mística madre de familia



Conchita Cabrera, que tuvo nueve hijos y varias fundaciones, impulsó la santificación de los laicos

El 4 de mayo de 2019 fue beatificada Concepción Cabrera de Armida en una ceremonia llevada a cabo en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México. Su fiesta se celebra el 3 de marzo, día en que Conchita murió en el año de 1937.

Desde el momento en que el papa Francisco reconoció un milagro atribuido a esta mujer, la devoción popular por ella no ha dejado de crecer.

Conchita fue hija de familia numerosa y madre de nueve hijos, que procreó con su esposo, Francisco Armida a quien le sobrevivió 36 años.

Su inmensa obra escrita da a conocer la intimidad de una mística cuya misión fue renovar el apostolado laical y sacerdotal.

Con ella a cuestas, encarnando el misterio de la Cruz, Conchita fundó la compañía de Obras de la Cruz. De ella se desprendió, entre otras, la Orden de los Misioneros del Espíritu Santo.

Algo de su vida matrimonial

Conchita fue la séptima de los doce hijos de los que se componía su familia, avecindada en la ciudad de San Luis Potosí.

No obstante haber sentido la vocación religiosa desde muy temprana edad, a los 21 años, consintió el matrimonio con Francisco Armida. Corría el año de 1883.

En los 17 años que estuvieron casados (Francisco murió el 17 de septiembre de 1901) procrearon nueve hijos.

Esa dimensión procreativa del matrimonio cristiano la llevó a comprender en profundidad el significado de la santidad en la vida cotidiana de los laicos.

Revelaciones del Sagrado Corazón

Dos años después de casada tuvo una serie de revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús similares a las de Santa Margarita María Alacoque.

Estas le llevaron a profundizar, decisivamente, en el misterio de la Cruz: el sentido salvífico del sufrimiento y la esperanza de la redención.

Más aún cuando, por unas fiebres tifoideas, perdió a su segundo hijo con apenas 18 meses de edad.

Desde entonces –ella misma lo confiesa—hasta su muerte, Conchita dijo a uno de sus allegados algo impactante. Que no recordaba “algún día de su vida en que hubiese dejado de sufrir”.

Santificación de la vida cotidiana

Su diario o “Cuenta de conciencia” abarca 66 tomos y fue consejo de su director espiritual (en 1893) el padre jesuita Alberto Cuzcó y Mir.

En esta enorme introspección, se va construyendo, sobre todo a partir de su viudez, una necesidad. La de inspirar obras en las que los laicos y los sacerdotes, religiosos y religiosas alcancen la santidad.

Pertenecía, totalmente, a Jesucristo (de hecho grabó en su pecho el monograma JHS).

Y en sus visiones relativas al Sagrado Corazón de Jesús, fundó El Oásis. Se trata de un conjunto de obras destinadas a renovar la espiritualidad de la Cruz en su dimensión laical, religiosa y sacerdotal.

Y la primera de las fundaciones del Oásis fue el Apostolado de la Cruz. Esta unía a laicos que querían santificar su vida así como a religiosos, religiosas y sacerdotes “que buscaban consolidar su vocación consagrada”. Así lo escribe Camille Foulard en el Diccionario de Protagonistas del Mundo Católico en el Siglo XX.

Viuda y ya viviendo en la Ciudad de México, se dedicó en cuerpo y alma a la educación de sus hijos y a la fundación de nuevas Obras de la Cruz.

Cuatro de sus hijos se casaron, uno se ordenó con los jesuitas y una hija fue Religiosa de la Cruz.

Dolor y perseverancia

Además de su segundo hijo, otro más murió de tifoidea a los seis años. Y uno más a los cuatro años, ahogado en la fuente de la casa de la familia.

Ella misma reconoce ya en el lecho de su muerte, que Dios no le había ahorrado dolor alguno. Tampoco la noche oscura en sus últimos meses o años de vida.

Cuenta el padre Jesús Montes, Misionero del Espíritu Santo, la importante Orden que ella fundó, una anécdota impresionante.

Que en su lecho de muerte, alguien le preguntó: “Conchita, y sus relaciones con Jesús”, a lo que la moribunda respondió: “…como si nunca nos hubiéramos conocido”.

Pero esto no la doblegó nunca y jamás dejó de hacer fundaciones para renovar o robustecer la espiritualidad laical.

Una de ellas fue la realizada en 1909: la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús. Su idea era fomentar en los laicos la devoción al Espíritu Santo y la predicación de la Cruz.

Más adelante fundó la Fraternidad de Cristo Sacerdote y los Misioneros de la Cruz.

Y ya muy cerca de su muerte, en 1935, la Cruzada de las Almas Víctimas, con la ayuda de monseñor Pascual Díaz y Barreto, para difundir la penitencia de los pecados de la sociedad.

Jaime Septién, Aleteia 

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