El gran descubrimiento de nuestra era no ha sido la penicilina. Ha sido la aparición de una nueva definición para algunos miembros de la especie humana: personas tóxicas. Personas dañinas a las que sentenciamos a vivir defenestradas.
Y,en esta era tóxica, una voz insultantemente joven, de 25 añitos, nos dice que no existen las personas tóxicas, sino las personas heridas. Ella nos recuerda la frase de San Juan Pablo II:
“Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y fracasos, somos la suma del amor del Padre por nosotros”.
San Juan Pablo II
Sólo ese AMOR nos define. Y esta joven, Carla Restoy, nos recuerda que tampoco somos la suma de nuestros éxitos y logros.
Así que, si no quieres ser deportado a esa isla imaginaria de los defenestrados, acompáñame leyendo este artículo, y repasa las palabras que Carla nos ha dejado en su testimonio, “Hasta las narices de que me definan mis heridas”, para el canal de Youtube “Café de los viernes”.
Carla nos explica que, muchas veces, asentamos nuestra vida, nuestras raíces, en algo que nos da seguridad, pero no amor. Y, este corazón nuestro, necesita grandes cantidades de amor para funcionar de manera sana. Tenemos que descubrir esos malos arraigos, esas heridas que, con el tiempo, nos han hecho daño. Heridas que harán que te creas el «¿Quién te has creído que eres?» que te chilla la sociedad, en lugar del «¡Quién eres realmente!».
Y esto también nos pasa a los católicos, a los que pensamos que ya conocemos a Cristo y, en realidad, somos como el joven rico: le reconocemos como maestro, pero no podemos despegarnos de nuestros apegos, de esas falsas seguridades que no nos reportan amor. Y, por culpa de esos arraigos, nos perdemos las grandes oportunidades de nuestra vida.
Así que, seas como el joven rico o no, ten claro que no eres lo que la gente pueda decir. Tú no eres alcohólico, tú no eres débil, tú no eres una mentirosa. Esa no es tu identidad. Eso es una mentira, una herida que quiere sustituir tu verdadera identidad y que te aleja de tu misión en esta vida. Tu origen y tu destino es ser un hijo amado por Dios, digan lo que digan.
Las heridas afectan al alma y al cuerpo
Carla nos recuerda que somos cuerpo y alma, que no van por separado. Por eso, cuando sientes vergüenza, el cuerpo se pone colorado; si tienes miedo, el corazón palpita más fuerte. Y estas heridas del alma pueden afectar al cuerpo de diferentes formas: ansiedad, depresión, angustia, etc.
Las heridas son provocadas por deseos del alma lícitos, legítimos, que no han sido satisfechos y que derivan en una sustitución, en una idolatría que creemos nos protegerá de que nos vuelvan a hacer daño. Pero, sobre todo, creemos que nos proporcionará autosuficiencia. En este contexto, entendemos bien la mítica frase de Chesterton: “Cada hombre que toca a la puerta de un burdel, en realidad está buscando a Dios”.
Tienes en su perfil de Instagram unos gráficos donde Carla habla de los deseos del corazón, de los pecados capitales y las heridas. Aquí puedes verlos.
Pero, ¿cómo encontrar esas heridas, esas mentiras en nuestra vida? Con la ayuda del Espíritu Santo, debemos reflexionar sobre reacciones y tendencias que se repiten en nuestra vida.
Para entender esto, Carla nos pone como ejemplo la reacción de una amiga suya cuando un taxista le devolvió de menos en el cambio. Durante todo el día no se lo podía quitar de la cabeza, le resultaba imposible recuperar la paz. Razonaba así: “Claro, ha pensado que soy tonta, y que por eso me lo podía hacer a mí”.
Sin embargo, con la ayuda del Espíritu Santo, se dio cuenta de que el episodio le dolía tantísimo porque en su casa siempre la habían tratado como “la tonta”, como la hija a la que se le daban mal las matemáticas, y esa herida del “yo soy tonta” fue lo que la hizo reaccionar tan desmesuradamente ante la devolución incorrecta del taxista.
Juramentos que esconden una herida
Otra cosa que podemos hacer es repasar, ir de la mano de Jesús, buscando las promesas, los juramentos que nos hemos hecho a nosotros mismos del tipo: “Yo nunca seré como mi madre”, “Yo nunca seré como mi agresor”, etc. Detrás de esos juramentos siempre hay una herida.
Pero, una vez que ya tenemos nuestras heridas localizadas, ¿qué podemos hacer con ellas? ¿Qué procedimiento, qué protocolo de enfermería necesitamos?
- Primero, la oración. Tenemos que ir junto a Jesús para reconocer la raíz del problema, para que nos muestre las mentiras que nos creímos: “Yo no soy tonto”, “Yo no soy débil”, “Yo no soy puta”… Y le preguntaremos cuál es la verdad sobre nosotros. Tenemos que poner una verdad donde había una mentira. Sabremos que estamos sanados cuando podamos volver con la memoria a ese momento doloroso y ya no nos duela. Veremos en nuestro corazón las heridas bajo la luz de la verdad de Dios. Podremos perdonar a los demás y, lo más difícil, también a nosotros mismos. Transformaremos los sentimientos negativos en compasión, y el momento de la herida en momento de intercesión.
- Segundo, la gracia de los sacramentos. La ayuda sobrenatural es fundamental y sólo tenemos que dejar hacer a la gracia.
- Tercero, el sufrimiento redentor de Cristo. Él sufrió las siete heridas de muerte espiritual: abandono, vergüenza, miedo, impotencia, rechazo, desesperación y confusión. Y venció contra todas ellas. Porque no se creyó las mentiras, no sucumbió a la falsa seguridad del pecado, y así rompió el ciclo.
Por último, una vez sanados de las grandes heridas, sólo queda purificar las tendencias, las desviaciones que todos los días nos van a inclinar al mal, pero que, con el examen de conciencia, curamos al instante, pues es la detección precoz de los cánceres del alma. Reconoce que un examen de conciencia es más agradable que un TAC con contraste, y además no hace falta ir en ayunas. Este TAC espiritual nos ayuda a conocernos, a saber fijar la atención en nuestras áreas de tentación habituales, y a mantener cerradas esas puertas.
¿Me ayudas a dar las gracias a @carlarestoy por enseñarnos a reflexionar sobre nuestra salud espiritual? Why not?
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