Durante las largas semanas de Cuaresma, los niños necesitan ser acompañados para no abandonar las buenas resoluciones tomadas en el entusiasmo de los primeros días
Puede suceder que, por inercia o sencillamente porque nos hemos dejado desbordar por el tiempo, aún no hayamos tomado seriamente el camino de la Pascua. Es grande la tentación de decirnos: “Qué más da, ya lo haremos mejor el año que viene”.
Ayudemos a los niños a descubrir que nunca es demasiado tarde para hacer el bien, y nunca demasiado pronto para comenzar.
Un calendario lúdico
Recordemos que un calendario permite al niño, al visualizar el tiempo que pasa, medir su progresión día tras día en el camino hacia la Pascua. Si aún no está hecho, es posible fabricar para el niño un calendario de Cuaresma sobre el que pegar cada día una pegatina (o colorear una casilla).
Para mostrar bien que la Cuaresma es una progresión, una ascensión, es importante que el camino hacia la Pascua esté representado con una vía que ascienda o una escalera (con un escalón por día).
El niño puede señalar sus esfuerzos en este calendario o sobre cualquier otro soporte simbólico: una gran cruz que coloree o sobre la que ponga adhesivos, un puzle que vaya componiendo, etc. Incluso si no ha comenzado en el primer día de cuaresma, podemos sugerírselo ahora, si sentimos que necesita de este medio concreto para perseverar.
Por supuesto, esta manera de proceder tiene sus límites: al ser el niño su propio juez, a veces es demasiado indulgente y otras veces demasiado severo; quizás haya algún tipo de competición (lamentable) entre hermanos y hermanas y, sobre todo, el valor de la Cuaresma no puede reducirse a la suma de unos esfuerzos y sacrificios otorgados.
Sin embargo, estos riesgos pueden paliarse si los niños son apoyados y guiados por sus padres, que sabrán tranquilizar al escrupuloso, invitar al arrogante a tener más discreción y ayudar a todos en general a descubrir que la Cuaresma es, ante todo, un acercamiento de Dios a cada uno de nosotros. Su Amor es lo primero, lo que precede nuestros esfuerzos y nuestras renuncias.
No elegir esfuerzos demasiado ambiciosos
Cuando no tenemos el valor de perseverar en el esfuerzo, encontramos a menudo mil excusas “convenientes” del tipo: “La resolución que he escogido es demasiado difícil, no sirve para nada porque siempre recaigo”.
Puede suceder que los niños escojan, efectivamente, unos esfuerzos demasiado ambiciosos. En este caso, podemos sugerirles que redefinan con más precisión y modestia su resolución. En vez de: “Todos los días estaré de buen humor”, decidir: “Haré un esfuerzo para sonreír siempre por las mañanas”.
Además, el niño debe descubrir que lo que es grave no es caer, sino quedarse en el suelo. Porque permanecer en el suelo es dudar, no solamente de sí mismo, sino sobre todo de Dios y de Su misericordia. Dios no nos pide avanzar a pasos gigantes; nos pide avanzar, es todo. Dar un paso, por pequeño que sea. Y luego otro. Y después otro más.
Si algunas resoluciones son demasiado ambiciosas, otras pueden no serlo bastante. Para renovar el entusiasmo, no hay que temer “pasar a una marcha superior”. Decir al niño: “Puedes ir más lejos todavía, eres capaz de hacerlo”.
Es algo cierto también en el plano familiar: podemos decidir, durante la Cuaresma, hacer más de lo que estaba previsto al principio (en lo que respecta a la oración familiar, por ejemplo, o en los momentos de compartir). En todo caso, no hay que anquilosarse o dejarse encerrar en los límites de un “programa” establecido de forma definitiva. La Cuaresma, como con toda la vida, debe verse siempre como una progresión, una ocasión de crecer.
Motivar a los pequeños, pero también a los grandes
El niño necesita lo concreto, lo palpable. Sin embargo, no ve a Dios, no Lo oye. Pero Dios se revela al niño a través de los padres. Él cuenta con ellos para que estén atentos a sus esfuerzos, a sus sacrificios, a sus gestos generosos llenos de ardor y para que sepan, unas veces, permanecer silenciosos y discretos y, otras veces, restablecer su confianza y darles su aprobación.
El niño necesita que le digan: “Lo has hecho bien”. Necesita sentirse comprendido y animado. A menudo basta con una mirada o una sonrisa para transmitir al niño que hemos visto su esfuerzo y que, respetando la discreción alegre con la que avanza en sus logros, queremos mostrarle que estamos orgullosos de él.
Ayudar a los pequeños es relativamente fácil, pero los mayores también necesitan motivación y exigen, al mismo tiempo, que no nos entrometamos en sus asuntos. Corresponde entonces a los padres encontrar esa difícil dosificación entre presencia atenta y discreción respetuosa.
Basta con que digamos públicamente al adolescente: “¿Ya no tomas mantequilla? ¿Es por la Cuaresma?”, para que renuncie de inmediato a esa penitencia que quería llevar en secreto. Pero si hace esfuerzos, aunque mínimos, para prestar servicio y nadie se percata, corre el riesgo de darse por vencido rápidamente.
Una atmósfera alegre
La Cuaresma no es un tiempo de pesadumbre. Es un tiempo de conversión y, por tanto, de alegría. Igual que “un santo triste es un triste santo”, “una Cuaresma triste es una triste Cuaresma”. Ciertamente, la conversión implica contrición y penitencia. Llorar los pecados, tener “el corazón quebrantado y humillado” a causa de ellos, es una de las gracias de la Cuaresma. Pero esos llantos no excluyen la alegría, más bien al contrario, porque son la puerta que abre hacia la felicidad de ser salvados.
La alegría de la Cuaresma debe traducirse muy concretamente, muy cotidianamente, en la vida familiar. Y esta atmósfera alegre es, sin duda, uno de los medios más seguros de ayudar a los niños a perseverar hasta la Pascua.
Christine Ponsard
Vea también Domingo 1 Cuaresma C: Catequesis preparatoria para niños
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