El 24 de marzo, el papa Francisco recibirá a Alejandro, afectado de parálisis cerebral, y a su familia, como regalo de su reciente Primera Comunión y Confirmación
Alejandro tiene 36 años y nació con parálisis cerebral. No habla –¡aunque se comunica bastante bien!, opinan sus padres, Daniel y Fina, sus cuatro hermanos, y sus cinco sobrinos.
En su parroquia es conocido y muy querido: se ríe cuando ve caras conocidas, lleva siempre un libro en las manos, reza agarrado a las manos de sus padres, hace gestos y grita cuando está contento…
Y muy contento estaba cuando, poco antes de Navidad, recibió los sacramentos de la Comunión y la Confirmación. El final de un camino largo de discernimiento de sus padres, y de la archidiócesis de Valencia (España), que tiene una sección pastoral para las personas con discapacidad.
El papa Francisco tiene previsto recibir a esta familia el 24 de marzo en audiencia privada, acompañados del arzobispo de Valencia, cardenal Antonio Cañizares, y de una mujer extraordinaria con quien hablamos a continuación.
«Mi discapacidad es un don»
Mari Carmen (55 años) es la catequista de Alejandro, la que le ha acompañado personalmente durante meses para prepararse. Y no por casualidad, también Mari Carmen tiene parálisis cerebral de nacimiento.
Ella explica a Aleteia que, precisamente, su discapacidad vivida en familia desde la fe, es la clave de su misión.
«Nací en una familia creyente, que me ayudó desde el primer momento, llevándome a especialistas, haciendo ejercicio, con estimulación temprana…».
Pero su mayor «regalo» fue su hermana Mari Ángeles, nacida 11 meses después y su compañera en todo: escuela, facultad, trabajo…
De Mari Carmen dijeron que duraría poco, cuando nació, y la bautizaron de urgencia. Aprendió a hablar y a andar con 5 años.
Pero logró incluso terminar Magisterio y ejercer como maestra durante 18 años, hasta que una crisis relacionada con su parálisis la hizo retirarse de las aulas.
Hoy es consagrada seglar, y está dedicada, en la archidiócesis de Valencia, a este tipo de pastoral.
¿Quién puede juzgar la capacidad espiritual?
«Las personas no somos solo materia. Tenemos capacidad racional, tenemos afectividad, psicología, pero también tenemos capacidad trascendental, capacidad espiritual», explica ella.
Alejandro no es el primer catecúmeno de Mari Carmen: «He acompañado a personas con síndrome de Down, con trastorno bipolar, y también a una niña ciega», explica.
«La clave es la adaptación de los contenidos a la capacidad de la persona«.
¿En el caso de Alejandro? «La pauta fue trabajar con símbolos, con palabras sencillas y con gestos; sobre todo con los gestos. Fue muy importante la implicación de sus padres», añade.
«Se ha empleado una forma didáctica y sencilla y sobre todo amena y adaptada al tiempo que él necesitaba».
Quizá ha habido una cierta visión racional de los sacramentos dentro de la Iglesia, que ha llevado a mucha gente a pensar que si una persona no se entera, no es plenamente consciente, no está preparada para recibir un sacramento.
Este es un planteamiento habitual al que Mari Carmen, autora de una tesina sobre sacramentos y discapacidad, tiene respuesta.
«Los sacramentos de iniciación cristiana se imparten a niños que aún no son conscientes plenamente de lo que se les otorga, pero reciben una gracia en sus almas que les ayudará a su vida espiritual. En este sentido, ¿qué objeción hay a que personas con discapacidad puedan tener esa ayuda? ¿Quién puede saber o juzgar cómo es la vida espiritual de una persona con discapacidad?»
La clave es la familia
Igual que en el caso de las personas con capacidades normales, la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana tiene que ver con la familia.
Es la familia la que suele llevar a los hijos a la Iglesia y a la fe. Y este es también el caso de Alejandro.
Sus padres, Daniel y Fina, con sus cinco hijos, conforman una familia cristiana que vive intensamente su fe, acude a la parroquia semanalmente y reza en familia.
Alejandro ha acompañado a sus padres y hermanos incluso a las Jornadas Mundiales de la Juventud y de la Familia, y a peregrinaciones de todo tipo. Reza con ellos desde siempre, a su manera.
Por supuesto, el camino no ha sido fácil: dificultades para comer, médicos, rehabilitaciones, escuelas especiales…
Pero para Fina, su madre, esta es precisamente la clave de la misión que sienten que Dios les ha encomendado.
«Alejandro evangeliza con su presencia – dice la madre –: querido, cuidado, vestido con esmero, aseado, alegre… Son muchas las personas que nos paran y nos bendicen al verle, nos ha pasado muchas veces»
«Una vez en la JMJ de Madrid, estábamos en un bar comiendo con nuestro hijo. Cuando fuimos a pagar, unas señoras de la mesa de al lado habían pagado por nosotros. Y nos dijeron: es lo menos que podemos hacer, su hijo y ustedes nos han dado un testimonio de fe y de esperanza increíble».
Llamada universal a la santidad
«Nuestro hijo también está llamado a ser santo –concluyen sus padres– con los dones, con la vocación que el Señor le haya dado».
«Está llamado a ser santo, como nosotros, como sus hermanos. Entonces nosotros, los padres, qué tenemos que hacer? Pues igual que con nuestros otros hijos, velar por su vida espiritual. Con la ayuda de la Iglesia«.
Una ayuda que por desgracia aún no existe en todas las diócesis, lamenta Mari Carmen.
«Muchos sacerdotes no saben cómo afrontarlo. Tienen miedo quizás, o desconocimiento de todo lo que se puede hacer para acompañar a personas con discapacidad. Pero esperemos que el testimonio de Alejandro y su familia Planells mueva corazones para que esta gracia se extienda a otras familias en la misma situación».
Inma Álvarez, Aleteia
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