En su último libro “Dios no pide el currículum”, el escritor y periodista Daniel Arasa nos anima a participar activamente en las instituciones y quehaceres humanos, pero siempre con la mirada puesta en Dios
En el libro, cuyo subtítulo es “Testimonios y reflexiones espirituales de un periodista”, el autor hace un repaso en profundidad, siempre con visión espiritual, a multitud de aspectos de la vida cotidiana.
Canto al amor de Dios
A partir de sus vivencias, inspiraciones y pensamientos, expuestos sin pretensión de aparecer como maestro sino con el deseo de que sean útiles a otros, hace hincapié en que la vida espiritual no es un conjunto de reglas y prohibiciones. Tampoco es conseguir un premio o un castigo al final. Al contrario, lo más importante es el amor.
“Para elevarse hacia el Cielo, ir hacia Dios, hay que actuar como si se viajara en globo: pesar poco, estar desprendido de las cosas y de uno mismo”.
Esta es una de las ideas principales de su libro, un canto al amor de Dios y a la vida.
Teología profunda con lenguaje periodístico
En realidad, el libro brota más de las experiencias de la vida ordinaria del autor que de la especulación y la teoría. Así que el lector se encontrará ante un manuscrito de teología profunda, pero redactado con un lenguaje periodístico que engancha.
Tal como explica en el prólogo Rafael Rodríguez-Ponga, rector de la Universitat Abat Oliba CEU: “Daniel Arasa, siempre tan activo, nos ofrece ahora una nueva obra, que encabeza con un título verdaderamente sugerente: Dios no pide el currículum. Testimonios y reflexiones espirituales de un periodista. Al leerlo, pienso que ha acertado al resaltar las dos palabras claves, colocando una al principio (Dios) y otra al final (periodista), lo que nos permite comprender la fuerza de su mensaje (…) Arasa es un periodista que habla de Dios”.
En ocasiones, el autor hace referencia a textos de canciones actuales -o menos- que le han servido de inspiración a la hora de reflexionar o incluso le han aportado lucidez para hacer oración.
También son continuas las citas de santos, de escritores o filósofos, o secuencias de películas. La forma de explicar muchos aspectos de la vida cristiana puede considerarse revolucionaria y muy asequible para los fieles.
Hablamos con él sobre algunos aspectos de su obra…
En su libro enumera múltiples situaciones de la vida cotidiana actual que demuestran el cambio de la sociedad y su descristianización: bautismos laicos, iglesias convertidas en hoteles, la despenalización del aborto y la eutanasia… ¿Los cristianos hemos sido poco combativos?, ¿No hemos participado activamente en la vida pública? Según su experiencia, ¿qué más podríamos hacer?
En España, y también en países de América, estamos viviendo una clamorosa ausencia de cristianos que participen en la vida pública o que, al menos, actúen como tales si están en ella. No se corresponde ni siquiera con la sociología del país.
Una muestra la tenemos en que se aprueban leyes verdaderamente ominosas, que atentan contra la dignidad de la persona humana. Vemos también unos cambios antropológicos destructores. Son poquísimos los cristianos que actúan en los parlamentos, en los medios de comunicación o en las propias instituciones de la Iglesia.
Exige dar un salto. En primer lugar, echando fuera los respetos humanos y el miedo a ser tachados de “creyentes”, o de “católicos” o incluso de “ultracatólicos”. Y, en segundo lugar, agruparse, participar junto con otros. No solo en la política institucional, puesto que la mayor parte de personas no tenemos esta vocación, pero todos podemos participar de una forma u otra en organizaciones sociales y cívicas.
Por ejemplo, en organizaciones que defienden la vida desde la concepción a la muerte natural, el matrimonio natural, el derecho de los padres a la educación de sus hijos, y otras. Algunos podrían aportar dinero a estas organizaciones. Esto también es estar en la vida pública.
Usted reconoce que en primer lugar el cambio debe realizarlo uno mismo, intentando mejorar cada día. Y a partir de ahí ser activo en los campos de la vida ordinaria. Usted lo ha hecho durante muchos años, porque al final la felicidad viene de olvidarnos de lo nuestro para pensar en los demás. Lo que llama “meterse en líos”. ¿Cuál es el mayor lío que ha tenido y del que se siente más satisfecho?
Sin duda el ser padre de siete hijos y sacar adelante una familia. Tiene sus problemas, pero es apasionante. Y da grandes resultados, aunque a veces no lo captemos. Si las familias funcionan, la sociedad funciona.
También han sido notables los líos en los que me he visto involucrado debido a mi vida profesional como periodista. Además, he creado y sacado adelante entidades en el campo familiar, social y cultural. Y todo siempre basado en la fe e impregnado de ella.
La labor que hace la Iglesia en el ámbito de la caridad es importantísima: comedores sociales, cuidado de ancianos, labores educativas con niños y jóvenes, apoyo a mujeres sin recursos y un largo etcétera. Pero usted alerta de la posible trampa de convertir la Iglesia en una gran ONG, porque nos olvidamos de la evangelización. ¿Cómo podemos combinar ambas labores?, ¿y cómo transmitir a la sociedad la tarea social que realiza la Iglesia?
La labor de muchas instituciones de la Iglesia y de muchos cristianos es magnífica. Lo realizado es ingente. Sin ellos, millones de personas no saldrían de su miseria.
Pero para el que realiza estas labores tiene también sus riesgos. Uno es el de limitarse a resolver las necesidades materiales, que es un paso imprescindible, pero tiene el peligro de que se deje de pensar en las almas. Con las necesidades materiales cubiertas hay que intentar que esas personas se acerquen a Dios, obviamente, respetando su libertad. Lo mejor que podemos ofrecer es llevar a la gente a Dios.
Otro peligro es el del aplauso. Estas actividades exigen entrega y esfuerzo, pero a menudo reciben reconocimiento, incluso de gente hostil a todo lo que sea cristiano. Al sentirse reconocido y alabado, uno puede caer en una cierta autosatisfacción y orgullo. Me explico de otra forma: de entre los cristianos que actúan en la vida pública en entidades, ¿a quiénes tratan mejor los medios de comunicación: a los que prestan ayudas sociales o a los que defienden la vida frente al aborto? Ciertamente a aquellos les aplauden y a estos últimos los machacan o silencian.
Cristo fue perseguido. También los que le siguen. Malo es cuando todos alaban a una organización cristiana. No me fío.
Es curioso que en el mundo occidental se esté viviendo un auge de la espiritualidad oriental en detrimento de la religión, podemos decir “clásica”. Dejamos a Dios solo en el Sagrario y nos vamos todos a hacer yoga y a meditar. ¿No es bastante contradictorio?, ¿qué convierte a estas prácticas en algo tan atractivo?
Aunque algunos se hayan olvidado, el cristiano católico dispone de todos los medios para practicar formas de meditación profunda sin recurrir a religiones orientales. Se trata de establecer un diálogo con Dios, no dejar la mente en blanco ni vacía, sino llenarla de amor a Dios, a la Virgen, a la Eucaristía, y pedir por otras personas.
Sin embargo, en las últimas décadas han aflorado prácticas como el yoga, el zen, el taichí, el chamanismo o el sufismo. Parece que las “antiguas creencias” se han quedado obsoletas. Como ya escribió el periodista Juan Arias en el lejano 1994, “el budismo es una religión no impuesta, de absoluta tolerancia, sin dioses, ni dogmas, sin actos de fe y, por tanto, sin excomuniones ni anatemas”.
Algunos de estos fenómenos han calado en Occidente porque ofrecen una preocupación por el bienestar corporal, sin sentido de culpa, y con una alta dosis de espiritualidad profunda, pero sin Dios ni Iglesia.
Dedica las dos últimas partes de su libro a hablar de la muerte, del cielo, el purgatorio y el infierno. Una apuesta arriesgada, ya que son temas que intentamos pasar por alto. ¿Por qué cuesta tanto hablar de estos temas si, en definitiva, llegar al Cielo es nuestra meta final?
¡Hasta a muchos sacerdotes les cuesta! En primer lugar, hace falta creérselo, y bastantes que se llaman cristianos no se lo acaban de creer. Hay que decirlo con todas las letras: a veces tienen miedo de que les traten de crédulos, de ingenuos o de bobos.
Es cierto que en otras épocas se habló demasiado de la muerte, del cielo o del infierno, con una errónea pedagogía religiosa que nos abocaba a hacer el bien y al arrepentimiento exclusivamente para no caer en el pecado e ir al infierno. Era un discurso excesivo, cuando es más importante proponerlo en positivo: hablar de amor a Dios y a los demás.
Pero el Cielo, el Infierno, el pecado… están ahí. Y de vez en cuando hay que recordarlo. A menudo no somos capaces de hacer el bien solo por amor, entonces es cuando nos sirve darnos cuenta de que, por nuestras acciones, puede haber castigo o premio.
En definitiva, “Dios no pide el currículum” es un libro de acción de gracias, pero con una gran dosis de autocrítica por parte del autor, ya que reconoce que en algunos aspectos de su vida ha equivocado el objetivo, y en otros, incluso ha fracasado. Sin embargo, lo importante es alcanzar el Cielo por méritos propios, llevando consigo una mochila llena de buenas obras.
Merche Crespo, Aleteia
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