La humildad y la esperanza son claves ante Dios, sostiene el teólogo Félix del Valle
El hombre no puede salvarse por sus propias fuerzas, necesita la gracia de Dios,
que debe pedir con humildad y esperanza, explica el teólogo Félix del Valle es su libro «El Fuego y el barro».
Félix del Valle Carrasquilla es sacerdote diocesano de Toledo, ordenado en 1987, profesor de teología en el Instituto Teológico San Ildefonso de Toledo y director espiritual adjunto del Seminario Mayor. Es también miembro de Escritores.red.
Recientemente ha publicado El Fuego y el barro. Gracia acogida o Gracia frustrada (BAC), para ayudar al lector en esos niveles de la vida en los que ha de recibirse la acción santificadora del Espíritu Santo, que quiere divinizar a todo hombre, transformarlo en todos sus dinamismos psicoafectivos e incluso instintivos.
-¿Por qué somos tan inconscientes de la gracia de Dios que se nos renueva cada mañana, en vez de confiar inagotablemente en ella: por nuestra traición que viene del pecado, por nuestra condición humana limitada, es una cuestión de nuestro madurar en la experiencia de la fe?
-Creo que por las tres razones que expones. Por el pecado original tenemos un desorden interno y una debilidad ante el mal que no podemos arreglar con nuestras fuerzas naturales sin la Gracia de Cristo. Además, hemos "pecado mucho", como decimos en el acto penitencial de la Misa, y esos muchos pecados cometidos siguen alimentando aquella debilidad y aquel desorden. Y, como criaturas, somos limitados e incapaces por nosotros mismos de actuar cristianamente, como nos afirma Jesucristo cuando dice: "Sin Mí no podéis hacer nada".
Félix del Valle muestra la necesidad de la fe para el crecimiento interior por medio de la gracia.
»Nos dice san Pablo que "todo depende de la fe": ella es la raíz de la vida cristiana, de la que brota lo demás como un fruto, y así todo depende del vigor de nuestra fe; y nos dice también que "el justo vivirá por su fe": vivir por la fe, o de la fe, no es sólo aceptar las verdades reveladas y asentir a ellas, sino también dejar que vayan transformando nuestra vida, nuestra mentalidad, nuestras actitudes, nuestra conducta.
-¿Nos confiamos demasiado a que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20)? San Agustín (S 90,5) nos dice algo que parecemos obviar cuando discriminamos a los no creyentes o no bautizados: “Es cierto que nadie llega a Dios sin el bautismo, pero no todo el que tiene el bautismo llega a Dios”. ¿Esto es muestra de nuestro olvido de que Dios es tan misericordioso como justo?
-Jesucristo nos dice que "el Padre no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños", porque ama a todos los hombres y por cada uno de nosotros ha entregado a su Hijo a la muerte: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único"; la Palabra divina afirma que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad".
»Siendo esto así, el Padre no niega su Gracia a nadie. Sería injusto si lo hiciera, pues es imposible que alguien se salve sin la Gracia. El modo normal que nos ofrece para que la recibamos es la pertenencia visible a la Iglesia, por medio del Bautismo, y por eso nos manda: "Id al mundo entero y anunciad el Evangelio, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Pero sabemos, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, que Dios es capaz de hacer llegar su Gracia a los corazones de los hombres "por caminos que sólo Él conoce": a quienes sin culpa no conozcan el Evangelio y no reciban el Bautismo, Dios Padre les sigue ofreciendo la Gracia de su Hijo.
»Pero para que no la rechacen es necesaria la colaboración de los que lo conocemos y recibimos los sacramentos: nuestra oración y sacrificio por todos, nuestro testimonio y nuestro anuncio a los que Dios quiera enviarnos. Nadie puede ir al Padre si no es por Cristo, lo sepa o no: "Yo soy el Camino...: nadie va al Padre sino por mí".
-¿Es una paradoja que Dios quiera servirse de nosotros para llevar adelante su designio, aunque seamos poco conscientes de ello? ¿Esto significa que todo, en el fondo, es gracia?
-Ciertamente, "todo es Gracia", como dice San Pablo. Nuestra colaboración con Jesucristo para la salvación de "muchos" es inseparable de nuestra condición cristiana, por tanto, es inseparable de nuestra propia unión con Él. Porque nos ama nos concede colaborar con Él; porque nos hace sus amigos: "No os llamo siervos; a vosotros os llamo amigos...".
»Jesucristo nos une con Él concediéndonos colaborar con Él, en nuestra propia santificación y en la salvación y santificación de los demás. Nos concede la Gracia de colaborar con Él porque Él es la Cabeza y nosotros los miembros de su Cuerpo. Nosotros no podemos hacer nada sin Él, pero podemos añadir que Él no quiere hacer prácticamente nada en este mundo sin nosotros: la Cabeza obra por su Cuerpo.
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-¿Podemos verificar que la experiencia más verdadera de nosotros mismos es ser conscientes que dependemos constantemente de Aquel que nos hace, y así podemos decir: “Yo soy Tú que me haces”?
-Con otras palabras, podemos decir que la actitud fundamental del hombre ante Dios es la humildad. Junto a ella ha de darse la esperanza, el deseo confiado de recibir lo que Cristo nos promete. Ambas están en el fundamento de la vida cristiana. Ambas son fruto de la fe y, por tanto, su prueba: si hay fe, habrá humildad y esperanza; si hay humildad y esperanza, es que hay fe.
»La humildad es la conciencia gozosa de no ser nada ante Dios por nosotros mismos y depender totalmente de Él; acompañada de la esperanza que "no defrauda", la confianza cierta en el Amor de Cristo. Me gusta mucho una expresión, que es el título de un libro, y que pienso que ilustra bien este fundamento de la vida cristiana, de nuestra relación amorosa con Jesucristo: "La dulzura de no ser nada".
-Dentro del capítulo octavo de su libro hay un apartado dedicado a la esperanza, de la que afirma que junto a la humildad "es la base de la apertura a la Gracia y la encargada de animar la vida espiritual cristiana". ¿Hay motivos para la esperanza en este cambio de época?
-Sí, como acabo de recordar, la humildad y la esperanza son la base de la vida cristiana, las actitudes fundamentales ante Dios. Siempre hay motivos para la esperanza cristiana, que es “teologal”, es decir, que no se apoya en las circunstancias, siempre cambiantes, sino en el Amor de las Personas divinas, en su Poder, en su Fidelidad. Si nos desanimáramos por causa de las dificultades que encontramos, o de las condiciones políticas, o de las dificultades en el ambiente, o de los propios pecados, sería señal de que no estaba apoyada en Dios, que no confiábamos porque nos fiábamos de Él sino porque nos parecía que las cosas no estaban tan mal o las dificultades eran llevaderas...
-¿En qué basamos hoy nuestra esperanza? ¿Hay fascinación por su descubrimiento?
-La esperanza cristiana se alimenta de la contemplación del Amor y la Fidelidad y el Poder y la Misericordia de las Personas divinas. Y sabe que "a los que aman a Dios, todo les sirve para bien", si saben mirarlo con fe, si no permiten que nada les robe la esperanza.
»Ambas, la humildad y la esperanza, han de ir juntas, son inseparables si son verdaderas: la humildad sin esperanza es falsa humildad, sería resignación, llevaría a la renuncia a crecer hasta donde Dios ha dispuesto, "la medida de Cristo en su plenitud"; la esperanza sin humildad sería presunción, autosuficiencia en el fondo, confianza en uno mismo y en sus fuerzas.
-¿Podemos decir con el Papa Francisco que “peor que esta crisis es el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos”?
-Como formula la pregunta, lo peor, en esta crisis y en cualquiera, sería desaprovecharla, pues la fe nos asegura, como he recordado, que "a los que aman a Dios, todo les sirve para bien". Es decir: de todas las situaciones se sirve Jesucristo para actuar en nosotros y santificarnos. No tenemos que saber siempre en concreto qué quiere hacer en nosotros; pero siempre podemos estar seguros de que "nada podrá separarnos del Amor de Cristo", ninguna circunstancia tiene el poder de separarnos de Él o de impedirnos recibir su Gracia: sólo nosotros mismo con nuestra falta de fe y de esperanza.
Luis Javier Moxó / ReL
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