No viene de mí, sino del Libro de Proverbios
Un ejecutivo de éxito me recordó una lección de hace 3.000 años que te hará un padre, amigo y hombre de negocios más sabio. ¿No sabes de quién se trata? Desde el punto de vista de una autoridad divinamente inspirada, podría hacerte parecer un «tonto».
La lección implica escuchar, así que permítame llamar tu atención mientras cuento una historia y exploro su mensaje.
Cuando me uní por primera vez al equipo de un ejecutivo hace muchos años, solo lo conocía por su reputación: era un líder decidido y seguro que había heredado un sector grande pero infructuoso de nuestra empresa y pronto se había convertido en una joya. Tenía muchas ganas de aprender cómo lo hacía y estaba ansioso por absorber sus consejos sobre cómo liderar equipos y organizaciones.
Pero pronto sucedió algo extraño: me pidió ideas y consejos. En caso de que tengas alguna duda al respecto, no creas que soy un brillante dador de sabiduría estratégica. Él tenía mucha más experiencia que yo, por lo que a menudo me preguntaba por qué se molestaba en consultarme y en consultar también a otros miembros del equipo.
En medio de una charla informal, orientó la conversación a un tema empresarial importante: «Oye, estoy pensando en hacer esto o aquello: ¿qué piensas?» Escuchó atentamente lo que le dije, sin ponerse nunca a la defensiva si no estaba de acuerdo con su pensamiento.
Esto no significa que no tuviera ideas propias o que no pudiera decidir. Cuando llegó el momento de actuar, lo hizo y de forma segura. Expresó su decisión con confianza en sí mismo y sabiendo que el equipo la llevaría a cabo.
Su estilo me hizo repensar mi enfoque de la vida. Hasta ese momento, mi forma de actuar había sido más que nada la opuesta a la suya. Cuando me enfrentaba a una decisión importante, ya fuera una cuestión de negocios, carrera o dinero, generalmente solo confiaba en mis propias opiniones, y rara vez pedía una opinión a mentores o amigos.
Después de todo, pensé, era mi vida, y ¿quién conocía las circunstancias mejor que yo? Además de esto, tenía confianza en mi capacidad para hacer las cosas: no soy Einstein, pero tengo al menos una inteligencia media. Y, sin embargo, mi jefe era más inteligente, tenía más experiencia y, sin embargo, buscaba consejo. ¿Qué dejaba ver esa situación sobre mí?
Se apoderó de mí una sensación desagradable. Había atribuido mi enfoque solitario a una gran confianza en mi juicio, pero luego empezó a parecer una racionalización frágil; quizás mi estilo no significaba confianza en mí mismo, sino todo lo contrario, inseguridad. Quizás, sin saberlo, temía que pedir consejo a otros me hiciera parecer débil o indeciso.
Por el contrario, la confianza en sí mismo de ese ejecutivo era precisamente lo que lo hacía sentir tan cómodo al pedir consejos. Obviamente no amenazaba su ego el hacerlo, ni reconocer cuando alguien tenía una idea mejor.
Aquí está la antigua lección de hace 3.ooo años. Hace tiempo mientras estaba inmerso en una lectura espiritual, sonreí y me acordé de mi ex jefe cuando me topé con esta perla del Libero de los Proverbios: “Escucha el consejo y acepta la corrección, y al fin llegarás a ser sabio” (19, 20). Ese hombre tenía perfectamente razón.
Mientras hojeaba el Libro de los Proverbios, lo encontré plagado de advertencias similares, como esta:
Por falta de deliberación, fracasan los planes, con muchos consejeros, se llevan a cabo. (15,22)
Para aquellos que todavía son demasiado tercos para captar el mensaje, aquí está en un lenguaje más directo:
La necedad es la alegría del insensato, pero el inteligente va derecho por su camino. (15,21)
¿Los Proverbios me llaman tonto?
Han pasado casi tres milenios desde que se escribieron esas líneas, y no parece que los humanos hayamos cambiado tanto. Muchos de nosotros todavía somos demasiado tercos para pedir consejo o demasiado inseguros para hacerlo. Por el contrario, las personas verdaderamente sabias y seguras de sí mismas constantemente piden las opiniones de sus colegas, amigos, familiares y feligreses.
Una cuarta parte de los estadounidenses sienten que no tienen en quién confiar, pero si tienes la suerte de tener amigos y confidentes, agradece esta bendición y aprovéchala pidiéndoles su opinión de vez en cuando.
No tomes este consejo de un necio como yo. Tómalo de los Proverbios.
Chris Lowney, Aleteia
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