Todos sabemos lo que cuesta perdonar y valoramos a quien es capaz de hacerlo. Pero, ¿no es más grande llevar pacientemente los defectos de otros?
En el día a día, en la convivencia, tenemos comprobado que perdonar es una muestra grande de amor. Perdonar a los demás por lo que nos han hecho requiere un acto voluntario que a veces cuesta y mucho. Tanto, que lo consideramos heroico cuando se trata de ofensas grandes.
Y en la vida, todos -tarde o temprano- experimentamos el dolor de una ofensa: alguien que nos ha fallado, que nos ha mentido, que ha sido una persona infiel o desleal… Cuanto más próxima es esa persona y cuanta más confianza habíamos depositado en ella, la ofensa duele más.
Por eso valoramos infinitamente el perdón, porque sabemos lo que cuesta reconducir aquel dolor, tal vez mezclado con rabia, que uno siente al saberse traicionado, abandonado o manipulado, por ejemplo.
Cuando somos nosotros los que hemos causado la ofensa y son otros los que deben perdonarnos, también valoramos que nos perdonen. Y de hecho, si uno tiene conciencia de lo que ha hecho mal, no descansa hasta obtener el perdón. Vemos con mucha claridad ese comportamiento en esos niños que buscan al amigo al que han hecho daño para pedirle perdón e insisten hasta que este les perdona.
«Perdonar» y «ofensas» son palabras rotundas que suponen un gesto valiente en momentos determinantes de nuestra vida.
Otro «campo de batalla»: los defectos de los demás
En cambio, existe otro «campo de batalla» que quizá no valoramos suficientemente: es el trato que damos a los defectos de los demás.
La Iglesia Católica sobre este tema es muy clara: perdonar las ofensas del prójimo es una obra de misericordia, o sea, forma parte del camino de una persona para llegar a ser santa. Es una de obra de misericordia espiritual. Pero a continuación nos dice que otra obra de misericordia es soportar pacientemente los defectos del prójimo. Y esto es superior a la de perdonar las ofensas.
¿Y por qué iba a ser superior?
Fabio Rosini, autor del libro Solo el amor crea, explica que «el perdón es ocasional, y está circunscrito a un ámbito: puede ser muy grave y doloroso, pero de todos modos es algo limitado». En cambio, soportar pacientemente los defectos del prójimo implica una prolongación en el tiempo, «duración, continuidad».
Rosini recuerda una canción de David Bowie en la que dice: We can be heroes, just for one day, podemos ser héroes por un día. «En cambio, soportar a diario, pacientemente, al colega que está todo el día molestándonos con esa manera suya irónica, casi profesional, es mucho, mucho más difícil», dice.
Y lo mismo puede ocurrir en el matrimonio: los defectos que una vez parecen insignificantes, que en el noviazgo parecían incluso «curiosos» o hacían reír, se vuelven pesados y con el tiempo se hacen insoportables.
El santo Job, modelo
El santo Job de la Biblia es ejemplo de cómo soporta no solo las desgracias (enfermedad, pobreza, muerte de los hijos…) sino también las frases hirientes de su esposa.
Esto se hace extensible a la familia: los comentarios inoportunos, las bromitas, las faltas de responsabilidad de un pariente… van minando la convivencia y pueden hacer que no queramos ver a esa persona, que la evitemos en los encuentros o que un día estallemos en sus narices y le digamos que basta.
Soportar un día y otro y otro los defectos de los demás requiere mucha fortaleza y mucho amor hacia ellos. Fortaleza por lo menos para tres cosas:
1) ir corrigiendo amablemente lo que puedan corregir, para eso está la corrección fraterna, diciendo las cosas con claridad pero siempre con cariño. Y para hacerlo hay que ser fuerte.
2) tener la paciencia para esperar a que la otra persona asuma su defecto y vaya corrigiéndose.
3) soportar que no se corrige al ritmo que nosotros queremos.
Soportar con paciencia no es tolerar
Aunque esté muy difundida la palabra «tolerancia» en nuestra cultura como base para la convivencia, «tolerar, se tolera un veneno», dice el padre Marko Ivan Rupnik, como recuerda Fabio Rosini.
Tolerar es un nivel muy bajo de comprensión y de empatía: «bueno, te tolero, te aguanto, pero solo porque me obliga la ley o porque en casa no está permitida tal cosa, que si no, te ibas a enterar».
Soportar, en cambio, viene del latín sub-portare, sostener. Y «paciencia» viene de patior, padecer. Soportar pacientemente es voluntad de asumir la carga del otro, de llevarla yo, de llevar al otro con sus cargas.
Los defectos de los demás nos ayudan
Cuando «soportamos pacientemente», acompañamos al otro en el camino de la vida y lo ayudamos a reconducir, pero también somos conscientes de la fragilidad humana, de lo vulnerables que somos los demás y nosotros mismos.
Por eso soportar los defectos de los demás nos ayuda a reconocer nuestra propia limitación, porque vemos que nosotros no somos más que los demás. Los defectos del otro se convierten en espejo para ver nuestra condición humana, que es imperfecta, y al mismo tiempo que estamos llamados a la grandeza del amor y de la eternidad.
Huir de una errónea idea new age
Soportar los defectos de los demás, un día y otro, es una tarea que uno no puede acometer solo. La filosofía new age nos hablaría de tácticas, consejos y pensamientos para soportar a los demás. Pero ese nivel de trabajo espiritual resulta decepcionante si solo se cuenta con las propias fuerzas. Al final, corremos el peligro de caer agotados, tirar la toalla y explotar.
En cambio, todo cobra otra dimensión si en el «trabajo» de soportar con paciencia los defectos de los demás, tomamos la perspectiva cristiana. Así, contamos con la ayuda de Dios que es Padre, que nos perdona y que nos santifica.
Esa lucha por ser pacientes se convierte entonces en un terreno nuevo que pisamos, en un paisaje en el que nos adentramos de la mano de Dios y Él es quien nos muestra el camino y nos da la fuerza (la gracia) para andarlo. Nos sugiere, nos pone en alerta si nos impacientamos y nos da el don que necesitamos.
En esa perspectiva, las personas que nos rodean y que tienen defectos se vuelven personas a las que daremos gracias. Porque orientamos nuestra mirada hacia Dios en vez de auto-contemplarnos o auto-exigirnos sin más. Los demás, con sus defectos, son instrumento querido por Dios para hacernos mejores, sin duda.
Dolors Massot, Aleteia
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