"Yo no tengo plata, pero sí tengo [corazón] para todo el que venga". Así es como una mujer católica, Carmen Carcelén, explica su filosofía de vida junto a los migrantes
Carmen es una mujer ecuatoriana que tiene un hostal en El Juncal, un pequeño pueblo de Ibambura (Ecuador). En los últimos cuatro años, se ha convertido en «la mamá» de muchos venezolanos que deciden marcharse de su país y atraviesan Colombia en busca de una tierra que les acoja y les dé unas mejores condiciones de vida.
Carmen Carcelén, o Carmela, o Candela, como la llaman, se gana la vida como vendedora de fruta y verdura en Ipiales, en la zona de frontera con Colombia. Decidió hace tiempo, junto a su esposo, acoger a los migrantes y darles algo de comida y alojamiento gratis para que puedan comer, asearse y descansar antes de proseguir la marcha. Uno, dos, dos docenas, cientos… ahora ya son unas 10.000 personas.
Un ejemplo para sus hijos
No recibe ayudas estatales ni patrocinios de empresas. Lo hace porque quiere y porque cree que, además de la ayuda que presta a esas personas, su ejemplo será lo mejor que puede hacer por la educación de sus hijos. Tiene ocho, el mayor de 30 años y el pequeño de 12. Seis de ellos son biológicos y otros dos son adoptados, porque Carmen se hizo cargo de ellos al fallecer sus madres respectivas.
Carmen no tiene cocinera, lo hace todo ella con ayuda de sus hijos: hay quien sirve los platos a los migrantes o quien les da conversación y les escucha. Estarán de paso un día normalmente, pero para ellos esto es una ayuda vital. Tanto es así que ACNUR se fijó en su trabajo y hace dos años habló de ella en las redes sociales.
Dolors Massot, Aleteia
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