El alma siente la distancia y duele por dentro, muy hondo, y necesita ser acariciada... ¿Cómo se apapacha el alma?
En ocasiones necesito un abrazo, un «apapacho», para seguir caminando. Esta palabra en Náhuatl significa «caricia del alma». Es quizás sólo eso lo que necesita mi alma en ciertos momentos. Es quizás ese abrazo interior el que nos sostiene a todos.
Cuando el corazón duele o la nostalgia es demasiado pesada ese «apapacho» interior me llena de alegría. Es tal vez esa caricia del alma la que necesito en este tiempo de pandemia en el que me han quitado los encuentros y me han cerrado las calles.
Me han pedido que no vaya a cualquier sitio y no exprese efusivamente lo que siento con abrazos y caricias. Despedir sin fundirme en un abrazo y saludar sin cercanía es artificial.
Entonces el alma siente la distancia y duele por dentro, muy hondo. Y es el alma la que necesita ser acariciada. ¿Cómo se apapacha el alma?
Cariño espiritual
¿Cómo apapachar el alma de los que sufren, de los que están solos, de los enfermos en los hospitales o confinados en sus casas? ¿De qué manera abrazar sin tocar al que llora por dentro? ¿Cómo se acaricia sin caricias y se abraza sin abrazos?
Una forma sutil habrá inventado Dios para hacerlo. ¿Cómo me acarician en su vuelo los que ya han partido dejando en su ida una estela de luz y de vida? Es esa una forma extraña de abrazar que desconozco…
Pero sé que lo hacen de una forma honda tocando por dentro mis entrañas cuando parten, porque no se van lejos, se quedan cerca, a mi lado, caminando en mi vida y empujándome cuando cuesta subir los caminos. Siguen siendo parte de mi presente y me mandan saludos que yo siento por dentro.
¿Cómo acaricio yo a los que están lejos o ya se han ido a ese cielo con el que yo también sueño? Me inventaré una forma nueva. O será la misma de siempre, la de Jesús al irse y dejarnos tan solos. Con esa presencia espiritual que muchas veces no siento y no palpo.
Mi alma quiere sentir ese «apapacho» eterno, del cielo, de Dios dentro, muy dentro.
Me acostumbro entonces a hablar sin palabras, con silencios profundos, con caricias hondas; a caminar sin mover los pies, con el andar tranquilo de mi propia alma. Me acostumbro a abrazar sin alzar los brazos, tendiendo un silencioso vínculo que une alma con alma.
Jesús también me ama así
Así es en este tiempo extraño que vivo y me enseña el valor de las cosas pequeñas, de esas que de verdad importan. Sé que Jesús lo hace así cada día conmigo. En su presencia constante a mi lado, me habla, me acaricia, me ama.
¿Acaso no reconozco muchas veces en mis lágrimas, o en mis risas, o en mis silencios más profundos su presencia llena de amor? Sí, ahí está conmigo, a mi lado y oigo su voz.
La descubrí un día en medio de mi camino ¿No la conozco de nuevo cada día yo que la he escuchado más de una vez? Me habla en susurros y en silencios; en soledades que son sus caricias, tan extrañas a veces; en vacíos que son sus abrazos, y sostiene así mi pena.
Y yo reconozco su presencia caminando, corriendo a mi lado, para que nunca me aleje de su lado. Sé que es Él, lo toco sin tocarlo, lo oigo con el corazón y está muy presente en mi vida.
Un apapacho espiritual
Es un «apapacho» espiritual que yo necesito. Es como esa nieve blanca que cubre mi alma sin hacer ruido. Y con el paso de los días, pesa su presencia y noto su canto. Reconozco que me gusta mucho esa presencia tan silenciosa, tan callada, tan blanca dentro de mi alma.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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