Necesito más docilidad, más pobreza, más humildad para correr hasta los pies de Dios y decirle: te amo, estoy a tu disposición para lo que quieras
Creo que me gusta hacer mi voluntad antes que la voluntad de otros. Si quiero algo lo persigo, lo lucho, me empeño en alcanzarlo. Y cuando lo consigo el alma se relaja y encuentra la paz.
Pero luego otra vez vuelvo a la lucha, como si me empeñara en luchar contra molinos de viento que parecen oponerse a todos mis deseos.
Quiero un bien, deseo alcanzar una meta, me vale ese objetivo que se dibuja ante mis ojos como un ideal a alcanzar. Mi voluntad por encima de cualquier otra, mi deseo delante de cualquier otro deseo.
No sé por qué se envenena mi corazón con rabia cuando no logra llegar lejos y tocar el bien anhelado. Mi voluntad, lo que quiero que se cumpla, la realidad soñada que dibujo en mi corazón. Siempre mi voluntad.
¡Qué lejos estoy de esa actitud dócil de niño! ¡Qué lejos de ese hombre recio que se levanta por encima de sus propios deseos y se pone en camino dejando a un lado sus propios caprichos!
Mi voluntad quiere el bien. Mi corazón sueña con poseer lo que cree le hará feliz. Un plan, un viaje, un bien, una amistad, un amor, un sueño.
Esa voluntad trato de que coincida con lo que Dios quiere. Si es bueno seguro que lo querrá Dios, pienso. Él quiere que sea feliz, que no sufra. Quiere que viva, que no muera.
¿Qué pedir para un enfermo?
Por eso le suplico tantas veces por la salud de las personas que amo. Quiero que se sanen, que Dios cumpla mi deseo y el del enfermo. Porque la muerte es un mal. El aguijón que entró en el mundo sin quererlo Dios, porque Él nos soñó eternos.
Y quiero que mi voluntad sea real. Y me turbo y enfado cuando no sucede la sanación y tiene lugar la muerte. Cuando el bien soñado no se realiza y sí ocurre ese mal que tanto temo.
Y entonces sufro por dentro con angustia. No se ha cumplido mi deseo. El Dios de mi voluntad, el hacedor de mi dicha no es tan poderoso. No puede intervenir, no lo hace. No cumple mi voluntad.
¿Puede ser su voluntad la muerte? Seguro que no, Dios sólo la permite. Pero no interviene cuando se lo he pedido. ¿Para qué rezo tanto?
No sé el fruto de mi oración, pero muchas veces, cuando pido por un enfermo, sé que Dios le va a dar paz, o esperanza, o algo de luz en el camino.
Deseo su sanación pero también deseo que tenga paz sea cual sea el desenlace. No entiendo esos planes de Dios, porque Dios nunca quiere el mal.
«Aquí estoy»
Tal vez en el cielo veré todo más claro, o quizás entonces las preguntas de ahora ya no requerirán una respuesta, lo veré todo más claro con más luz. Y mientras tanto sigo deteniéndome ante Dios y diciéndole: «Aquí estoy, porque me has llamado».
Me llama Dios y yo corro a escuchar sus deseos. ¡Cuánto me cuesta entender sus planes! ¡Qué difícil interpretar entre las sombras la luz de su voluntad, de sus deseos! Decía el padre José Kentenich:
«El corazón no se ha entregado y abandonado a sí mismo de manera perfecta, ni se ha regalado ni entregado incondicionalmente a Dios, a sus deseos y a su voluntad. Por largos trechos de nuestra vida debemos contentarnos con ser un instrumento manifiestamente imperfecto en las manos de Dios. Nuestro carácter de instrumentos crece sólo lentamente, aplicando todos los medios disponibles con ayuda de la gracia, hacia grados más altos y perfectos»
¿Quién conoce mejor lo conveniente?
Me encuentro en ese estado imperfecto del instrumento que lucha orgullosamente porque se cumplan sus deseos. Quiero mi voluntad, no el camino que Dios me propone.
Quiero que se haga lo que yo sueño, no el otro camino, esa realidad que se presenta ante mis ojos como un camino real y concreto. Es tan verdadero que no puedo taparlo, ni esconderlo bajo las sombras.
Esa voluntad suya se dibuja ante mis ojos en lo que estoy viviendo. Pero yo me resisto en mi orgullo a hacer su voluntad. Quiero que la mía se imponga por encima de todas las apariencias que parecen negarla.
Necesito más docilidad, más pobreza, más humildad para correr hasta los pies de Dios y decirle que sí, que lo amo, que sea lo que sea lo que me suceda le doy de antemano mi sí, mi corazón entero para que con Él haga lo que Él desea.
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Ese camino que estoy viviendo es su voluntad. Yo la elijo de nuevo. Le doy el sí a lo que me agrada y a lo que no me gusta. Digo que sí a lo que se presenta como una realidad innegable.
Dios me ama en lo que vivo ahora. Y yo quiero que mi voluntad coincida con la suya. Tantas veces no sucede. Y siempre le repito lo mismo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Porque soy suyo, le pertenezco. Y sé que tiene sentido esa frase: «Si quieres hace reír a Dios, cuéntale tus planes». Y aun así se los cuento, porque me quiere y yo soy un niño en sus manos.
Y le digo lo que deseo, lo que he soñado. Y luego Él sonríe. Yo a veces lloro, cuando me duele la vida. Y aun así miro a Dios de nuevo, conmovido. Y le digo que estoy ahí, para hacer su voluntad y seguir sus caminos.
Y entonces Él me sonríe. Y me llega la paz de pronto. En un abrazo del alma.
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