Una exposición muy clara del doctor Kevin Majeres, psiquiatra en Harvard
Una vez que se empieza, la necesidad de ver pornografía más tiempo y en modalidades
de mayor perversión tiene una explicación fisiológica sencilla. Foto: Surface / Unsplash.
Cuando aprendimos a montar en bicicleta, cada dificultad iba siendo superada con un esfuerzo tanto más satisfactorio cuanto más crecía nuestra habilidad y facilidad para manejar la máquina. Es un círculo virtuoso.
Pensemos ahora en lanzarnos cuesta abajo con ella. Cuando más descendemos, más sencillo y menos trabajoso resulta pedalear, y al mismo tiempo más complicado controlar la situación. Es un círculo vicioso.
“Las auténticas recompensas en la vida provienen de los círculos virtuosos. Las falsas recompensas en la vida se consiguen al precio de los círculos viciosos”, los cuales “constituyen el núcleo de los trastornos emocionales y adictivos”, observa Kevin Majeres, psiquiatra especialista en terapia cognitiva y de conducta y profesor en la Harvard Medical School. Y añade que, mientras los círculos virtuosos refuerzan el poder de nuestra voluntad y amplifican la satisfacción con lo conseguido, los círculos viciosos nos convierten en “esclavos del proceso” hasta perder la libertad de revertirlo.
El doctor Kevin Majeres es psiquiatra y experto en terapia cognitiva.
En un reciente artículo publicado por el Catholic Education Resource Center, el doctor Majeres estudia bajo esta perspectiva la satisfacción aparente que proporciona la pornografía y cómo influye en la reacción del cerebro.
Normas protectoras
“La finalidad de las costumbres, de los mandamientos, de las normas es protegernos de los círculos viciosos. Las necesitamos. Nos dicen dónde no debemos pedalear, porque si empezamos a hacerlo en esa dirección, puede ser demasiado tarde: acabaremos estrellándonos. Sin embargo, para prosperar moralmente no basta con seguir las reglas: hay que perseguir la virtud a la que apuntan los mandamientos”: por eso, añade, “cuando practicamos una virtud, esa virtud se hace cada vez más fácil y satisfactoria”.
En el caso de la conducta sexual, la virtud protegida por las normas “de la fe y de la razón” es la pureza. Desde el punto de vista natural, “fortalece la mente” y nos hace estar “más centrados y motivados” y “amar a los demás sin egoísmo”. Desde el punto de vista sobrenatural, convierte nuestros cuerpos en “templos adecuados para el Espíritu Santo” y hace fácil decir “no” a cualquier placer que implique decir “no” a Dios: “La pureza es siempre el triunfo del amor en nuestra vida”.
La pureza del padre, sostén de la familia
Majeres se detiene en la trascendencia de esta virtud en el ámbito doméstico: “La pureza del padre es la fortaleza y la estabilidad de la familia”, porque “produce gozo y felicidad en la relación con su esposa” y eleva su capacidad de encontrar las verdaderas alegrías de la vida. No considerar el sexo un fin en sí mismo protege la felicidad del hombre y hace también más satisfactoria su propia vida sexual.
Con la impureza sucede justo lo contrario: coloca al sexo como un fin en sí mismo, “por encima de Dios, de la esposa, de la familia… Una vez que el corazón del hombre está invadido por la lujuria, nada está a salvo en la familia: nunca puedes saber a ciencia cierta qué está dispuesto a sacrificar por el placer sexual. En ese sentido, la impureza del padre desestabiliza a toda la familia”.
El dominio del cerebro inferior
Pero el mensaje del doctor Majeres no se refiere solamente a la virtud moral. Desde su propia competencia profesional, explica los procesos fisiológicos implicados en el sexo y, en particular, en la pornografía.
De las dos partes en las que se divide el cerebro desde este punto de vista, la superior es la encargada del compromiso personal (pensamiento racional, libre albedrío, moral), y la inferior del placer sexual (impulsos, emociones, sentimentos). La reproducción también depende del cerebro inferior, y el placer sexual es su principal activador.
El efecto Coolidge
Aquí es donde entra el denominado efecto Coolidge, bien estudiado por los biólogos.
El experimento consistió en introducir una rata macho en una caja junto a una rata hembra en celo. El macho se emparejaba con la hembra, y después perdía interés aunque ella siguiese en celo. Sin embargo, si en ese momento se metía una nueva rata hembra, el macho volvía a emparejarse. Y lo mismo si se introducía una tercera hembra. La rata macho llegaba hasta el agotamiento con tal de reproducirse, pero siempre sin repetir con cualquiera de sus parejas.
El efecto Coolidge no es una peculiaridad de las ratas, “se ha encontrado en todos los animales estudiados”, recuerda Majeres, quien introduce en este punto el papel de la pornografía.
Calvin Coolidge, presidente de Estados Unidos (1923-1929), con su esposa Grace. No tuvieron nada que ver con el experimento, pero se denominó así a raíz del supuesto cruce de indirectas que el matrimonio se habría hecho durante una visita a una granja, al ver el fogoso comportamiento de un gallo en el gallinero.
La pornografía juega con el instinto reproductor del cerebro inferior: “El poder de la pornografía procede de la forma en la que engaña al cerebro inferior. Uno de los inconvenientes de esta región es que no puede diferenciar entre una imagen y la realidad. La pornografía ofrece al hombre un número ilimitado de mujeres aparentemente dispuestas. Cada vez que, en cada clic, ve una nueva pareja, su deseo sexual aumenta de nuevo”.
La droga del deseo
Esto significa que el cerebro inferior llega a preferir la pornografía al sexo real con una esposa, y la responsable de esto es una sustancia llamada dopamina. La dopamina es “la droga del deseo”, define Majeres: “Cuando ves algo deseable, tu cerebro segrega dopamina diciéndote ‘¡Ve a por ello!’, fija tu atención y te da poder de concentración” para conseguirlo.
¿Qué pasa en el cerebro de una persona cada vez que hace un clic sobre una nueva imagen pornográfica? “Que su cerebro inferior cree que es algo real, que esa es la mujer a la que hay que conquistar, y lanza una gran dosis de dopamina sobre su cerebro superior, produciendo una cantidad salvaje de energía eléctrica”.
Cada nueva imagen supone un nuevo torrente de dopamina, una vez tras otra, a cada clic, mientras eso continúe. Es un ‘atracón’ de dopamina.
¿Qué hace el cerebro con ese torrente que no puede drenar? El doctor Majeres plantea una analogía: si alguien empieza a gritar cuando hablamos por teléfono, bajamos el volumen del teléfono. Si luego nuestro interlocutor deja de gritar y habla en tono normal, ya no podemos oírle.
“Exactamente lo mismo pasa en el cerebro", explica: "Si una persona mantiene alto el ‘grito’ de dopamina sobre-estimulándose con pornografía, el cerebro baja el volumen, porque a las sinapsis (conexiones) del cerebro no les gusta ser sobre-estimuladas con dopamina, así que responden destruyendo receptores de dopamina".
La adrenalina se añade al cóctel
Ése es el círculo vicioso de la pornografía, porque cuando el usuario vuelva a ella, al tener menos receptores de dopamina, necesitará más estimulación para conseguir la misma emoción de dopamina. Pero eso obligará al cerebro a destruir más receptores, “por lo que experimenta una necesidad aún mayor de pornografía para estimularle”.
Esto describe a la perfección el comportamiento del pornoadicto: “Tienen que consumir pornografía por periodos cada vez más largos, y visitar cada vez más sitios, para conseguir el mismo efecto”.
Y aquí entramos en un “periodo peligroso”, lo cual constituye “la razón número uno para no empezar a consumir pornografía”. Porque hay un truco para incrementar la excitación de dopamina cuando el efecto empieza a debilitarse, y es añadir adrenalina al cóctel.
Y ¿cómo conseguir más adrenalina? “Estimulando otras emociones: el miedo, el asco, el shock, la sorpresa”. Lo cual, cuando hablamos de pornografía, implica “empezar a buscar cosas más perversas, cosas que pueden asustarte o sentirte mal; y así empiezas a experimentar diversas perversiones”.
Neuroplasticidad
Ese mix de adrenalina y dopamina es enormemente potente y “dispara la denominada neuroplasticidad” del cerebro, una especie de “recableado”.
¿En qué consiste este proceso? En la capacidad del cerebro para adaptarse, en este caso a las imágenes que produjeron esa producción conjunta de adrenalina y dopamina, tanto más si va acompañada del orgasmo, “la recompensa natural más potente”. El cerebro “graba” ese punto para hacerlo deseable en el futuro.
Desánimo vital
Pero hay más consecuencias. La sobreestimulación de dopamina por la pornografía, y la consecuente destrucción de receptores de dopamina, deja poca dopamina para la vida diaria. Eso se traduce en síntomas como el aburrimiento o la pereza, la falta de concentración, el cansancio, la ansiedad, la depresión, la irritabilidad, la desmotivación…
Y otra más, muy importante: “La incapacidad para experimentar las sutiles alegrías de la vida, ya sean los deportes, el estudio, la amistad o la oración. Los afectados se vuelven solitarios, pierden interés en los demás, se hace difícil estudiar porque cuesta concentrarse, desarrollan un déficit de atención porque la concentración necesita dopamina”. Muchos acuden a estimulantes para suplir esa carencia.
En resumen: “Su sistema de la dopamina ha sido secuestrado por la pornografía, al tiempo que el cerebro continúa empujándole a ver más pornografía. Su poder de resistencia será cada vez menor. Es la trampa perfecta: mientras desciende por la cuesta, descubre que ya no tiene capacidad para frenar. La vida es muy lúgubre cuando uno cae en un círculo vicioso”.
La pureza siempre es posible
Pero, tras dibujar este panorama de causas y efectos, el doctor Majeres recuerda que “la mayoría de las personas que se comprometen a parar la pornografía por completo consiguen parar. Tienen que reconocer los daños y los peligros, reaccionar con energía y crecer en el amor por la virtud de la pureza viendo la alegría, la paz y los beneficios que trae consigo”.
Se trata, concluye, de “aceptar el desafío”, utilizando las tentaciones como entrenamiento para el auto-control y el crecimiento interior: “Las tentaciones, bien manejadas, fortalecen la virtud. Las pruebas mayores son al principio. Gradualmente, el hábito luego se fortalece y esa cada vez más fácil vivir la virtud. No importa por qué haya pasado una persona: la virtud de la pureza es posible para todos”.
Vea también La pornografía: ¿Un entretenimiento inofensivo o un incentivo al crimen?
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