Mañana, en una hora, la próxima semana... Para los niños todo esto es un poco confuso. He aquí algunos consejos para ayudarles a encontrar su camino en el tiempo
«¿Recuerdas, mamá, cuando mañana vimos un pajarito muerto en la calle?» – «Ayer, quieres decir.» ¿Qué padre no ha tenido que rectificar los roces de su hijo pequeño con la cronología del tiempo? Hasta el punto de irritar a veces nuestros reflejos cartesianos: «¡Deja de hablar de tu cumpleaños, es dentro de seis meses!»
No sirve de nada lamentarse: hasta los 6 años, los niños no tienen la misma temporalidad que los adultos. Las expresiones que más usamos («hoy», «en dos minutos», «antes»…) no significan nada para ellos.
Explica el tiempo de otra manera
A esta edad, el tiempo se funde con la inmediatez. «Es más fácil que se orienten si se explica el tiempo en relación con los acontecimientos que marcan su día», aconseja la psicóloga Céline Durand.
«Después del cole, podrás hacer esto… Cuando Papá vuelva a casa, te leerá un cuento”, y así sucesivamente. Esto es lo que está haciendo el niño al preguntar «¿En cuántos sueños está?» cuando, por costumbre, solemos decir: «El sábado iremos a casa de la abuela».
Cuando un niño entra en primer curso, empieza a adquirir ciertos puntos de referencia: es un buen momento para darle un calendario con las estaciones, los días de la semana y los meses del año.
Pronto pedirá su propio reloj de pulsera: «Cuanto más crece», continúa la experta, «más desarrollo cerebral que le permite cuantificar su relación con el tiempo. Así va adquiriendo la capacidad de relacionarse con la realidad.» O incluso empezar a gestionar su tiempo por sí mismo, para crecer en autonomía.
Respeta el temperamento del niño
«Si tu hijo tarda tres horas en ponerse los calcetines y los zapatos a pesar de insistirle ‘¡date prisa, vamos a llegar tarde!’, no es sólo una cuestión de edad. La personalidad del niño afecta a su relación con el tiempo», dice Sophie Passot, terapeuta matrimonial y familiar.
Un niño con un temperamento perfeccionista necesitará tiempo para retocar, hacer las cosas «a fondo». El niño altruista, que valora las relaciones sociales, llegará temprano a la escuela para hablar con sus amigos, y no contará las horas que pasa charlando por la calle o por teléfono. El hedonista, que se deja llevar por el placer, tenderá a distraer a los demás con su humor, en lugar de dedicar mucho tiempo a una actividad que podría ser aburrida. Y así sucesivamente.
La regla de oro para los padres es respetar al máximo estos temperamentos, al tiempo que se establece un marco de referencia.
«Con diez hijos», ríe María, «no es de extrañar que tengamos un ratón de campo y otro de ciudad. Para que la vida familiar no se vea demasiado afectada, hemos tenido que establecer protocolos. Pero restringirlos es contraproducente. Depende de nosotros adaptarnos.”
El ratón de campo, siempre con la cabeza en las nubes, es Ramón, de 17 años: «Tiene la cabeza tan revuelta que le cuesta concentrarse.» Sus padres le despiertan temprano, llaman a la puerta del baño todas las mañanas con un «son las 7h» y finalmente han aceptado que no siempre va a desayunar: «A partir de ahora le toca asumir más responsabilidades respecto a sí mismo».
Un «date prisa» es estresante
Para el hermano pequeño, Miguel, de 12 años, » inquieto, nervioso, eficiente», siempre preparado con antelación, se preocupan de tener un poco de margen en las actividades diarias para evitar cualquier retraso. Su estrategia: evitar que se sienta inseguro.
«Es inútil intimidar a los niños: nada mejor que la dulzura combinada con la firmeza», confirma Rose-Marie Miqueau, cofundadora con el padre Yannik Bonnet de la Escuela de Educación y Cultura Alcuin: «El hiperdinamismo o la hipoactividad son fisiológicos», recuerda.
Aunque algunos niños están estresados por naturaleza, muchos, por desgracia, lo están por la presión de una sociedad que se ha vuelto loca. Porque, más allá de los temperamentos, los adultos transmiten a sus hijos algo de su propia relación con el tiempo.
La psicóloga Céline Durand apunta: «Un niño que va siempre con prisas puede haberse influenciado al observar la carrera diaria de sus padres.
«La costumbre estar con prisas en todo momento se ha convertido en la norma para muchas familias de hoy en día. Estamos en una carrera frenética todo el tiempo», suspira Adela. Nos está matando.»
Cuando decidió educar a sus hijos en casa durante un año, observó que «¡El hecho de que los niños ya no estén bajo presión ha creado un ambiente mucho más tranquilo!».
Cuando los cuatro hermanos volvieron al colegio tradicional, quería mantener esa paz en casa: «Intento ceñirme a un horario en la medida de lo posible. Aunque puede parecer rígido es en realidad liberador. »El conflicto recurrente sobre los alborotos matinales de Noé se resolvió así: «Le sugerí que se levantara 15 minutos antes. Y funciona».
Enseña a los niños el valor del tiempo
Crear rutinas estructurantes para los niños es también lo que recomienda Sophie Passot. «Es bueno animarles a realizar actividades que lleven tiempo, para contrarrestar los efectos nocivos del zapping y las múltiples solicitaciones a las que están sometidos.»
Llevarles a la naturaleza para que recarguen las pilas, animarles a cultivar sus amistades fuera de las redes sociales («una relación necesita cierto tiempo»), ayudarles a desarrollar un talento específico (aprender un instrumento, progresar en un deporte) es un proceso a largo plazo…
Enseñarles el valor del tiempo es el papel de los adultos. ¿Pero no tienen también una verdadera lección de vida que recibir de sus queridos niños? Esta es la esencia del mensaje que transmite Anne-Dauphine Julliand, una madre desconsolada por la muerte de dos hijas, en sus libros y en su película documental Et les mistrals gagnants (2016).
«Los adultos medimos la vida en tiempo, no en momentos. Estábamos a punto de renunciar a celebrar el cumpleaños de nuestra Thaïs, cuya enfermedad acabábamos de conocer, cuando nuestro hijo mayor nos llamó al orden: «¡Todavía no está muerta! ¿Entonces encendemos las velas?»
«Recordemos», concluye la pedagoga Rose-Marie Miqueau, «que no hay tiempo en la eternidad y que Cristo nos llama a redescubrir el espíritu de la infancia.”
Por Raphaëlle Coquebert, Edifa Aleteia
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