viernes, 12 de febrero de 2021

Descubrí que algo o alguien no era como creía, ¿y ahora qué?

 

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Me hace bien ser más flexible y menos duro con lo que hacen los demás, con lo que piensan

Hay personas que parecen inmunes a la realidad. Por más que las cosas sean muy diferentes a lo que ellos piensan no cambian de idea.

Es como si su concepto de las cosas o las personas tuviera que corresponderse con lo que ven ante sus ojos. Y si no encajan, fuerzan la realidad, nunca la teoría.

HYPOCRISY
Shutterstock | Moremar

Me ha tocado conocer a muchos que, por más que los hechos lo desmientan, no se bajan de su creencia limitante sobre algún aspecto de la personalidad de alguien al que incluso aman.

Es curioso, mi creencia acaba transformando la realidad o choca con ella haciéndome daño. Me aferro a mis pensamientos dejando a un lado lo que otros ven, incluso lo que yo mismo veo. Pero no puedo aceptar haberme equivocado.

Criticarlo todo

Muchos parecen haber estudiado un máster para ser «opinólogos». Miran la realidad y opinan, forman su juicio, saben lo que se debería hacer en ese caso. No les es indiferente la realidad, les afecta.

Y por eso opinan. Aunque no tengan nada que ver con lo que está sucediendo, ni sean su vida, su fama ni sus proyectos los que están en juego. Aunque no conozcan todo lo que está detrás de una decisión, de un proyecto. No importa, nacieron para opinar.

Y además, opinan sin que nadie les pida su opinión.

BLAME
Aniwhite | Shutterstock

Me da miedo convertirme en alguien así. Aferrarme a mis pensamientos como columnas rígidas, a mis creencias como a un decálogo pétreo que la realidad nunca podrá cambiar.

Aunque también está bien decir lo que pienso, cuando me presionan a hablar:

«Hace falta mucho coraje para nadar contra la corriente y decir francamente su opinión. Esforcémonos por agradar a Dios y no a los hombres«.

Me asusta volverme intransigente y crítico con todo lo que sucede a mi alrededor de lo cual yo no soy parte.

Hoy en día cualquiera puede opinar de todo. Sin saber, sin experiencia, sin cultura, sin conocimientos. No por mucho opinar sobre algo, la realidad cambia con ello.

Creencias que limitan

Me asustan mis juicios rígidos, mis opiniones que quieren influir sobre la realidad.

Tengo claro que una creencia puede cambiar las cosas, es cierto. Si creo que no puedo llegar a la cima de una montaña, nunca lo intentaré o en medio de la lucha me sentiré abatido y desistiré.

La creencia limitante me impide luchar. O pensar que puedo hacer algo de manera maestra. No me arriesgo a perder un partido porque creo que no lo voy a ganar.

Por nito/Shutterstock

Tengo claro que el único que rompe un plato es el que intenta lavarlo. Y el único que se confunde es el que trata de hablar con otros buscando un acuerdo. El único que falla un penalti es el que lo lanza. Y el que se confunde en un discurso es el que lo escribe y se presenta ante el público.

Cuando no hago nada sólo me podrán acusar de pasividad, de omisión. Nunca de haber cometido un error actuando. Prefiero hacer a no hacer. Decir a callar. Siempre y cuando lo que diga construya y una a las personas.

Creo que sería bueno que no opinara sobre todo, más aún si no me lo preguntan. Y tal vez no debería ser tan inmune a la realidad aceptando que mis creencias puedan estar erradas.

Tal vez esa persona no es como yo pensaba, lo muestran sus obras. O tal situación no es como imaginaba, sólo presuponía lo que no conocía.

Seamos flexibles

Los malentendidos llegan cuando no hay un diálogo franco y abierto. Suceden cuando no pregunto, cuando no me pongo a hablar con la persona afectada para saber lo que ha sucedido.

SURPRISE
Shutterstock-Stock Vector One

La realidad se impone siempre, aunque yo no lo quiera. Y dejar de creer en ciertas creencias que me limitan me hace bien.

Pensar mal de los demás o de lo que hacen, no siempre me lleva al acierto, la mayor parte de las veces a la amargura.

No por tener opinión sobre todo soy más sabio, a lo mejor soy demasiado intruso. No tengo por qué saber de todo y tal vez en ocasiones me haría bien callarme.

El silencio no es muestra de ignorancia, la mayoría de las veces lo es de sabiduría. Callar es guardar la ocasión de decir algo que valga la pena para otro momento, no siempre tengo respuestas.

La mayoría de las veces abundan en mi alma las preguntas. Y no pasa nada por vivir buscando. La realidad siempre puede sorprenderme y descolocarme, y hacerme cambiar cosas que yo pensaba que eran inamovibles.

Me hace bien ser más flexible y menos duro con lo que hacen los demás, con lo que piensan. No siempre el que no piensa como yo es mi enemigo ni desea mi mal, sólo no está de acuerdo conmigo y eso no es malo.

En la vida las cosas no se cambian gritando más fuerte lo que creo que debería suceder. Casi siempre hay que esperar y ser pacientes. No por gritar mucho cambia la realidad.

No por vivir denunciando lo que no está bien pasa a ser todo correcto a mi alrededor. Podré llenarme de amargura y no por eso el mundo es mejor.

Me viene bien sonreír y esperar. Y alegrarme con lo que los demás viven, sólo eso.

Carlos Padilla Esteban, Aleteia 


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