La tentación es poderosa y yo experimento la debilidad, pero el poder de la misericordia y el amor incondicional es insospechado
Ha comenzado la Cuaresma y pienso en la ternura y la misericordia de Dios:
«Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes».
Es este tiempo de desierto un tiempo de misericordia. Dios me mira conmovido, compasivo y me ama como soy, sin condiciones. Viene a mi vida para que mi vida cambie y sea mejor.
Este tiempo de desierto no es un tiempo triste sino alegre. No es un tiempo de oscuridades sino de luz y gozo. Eso me da tanta paz… Miro hacia delante.
Estos cuarenta días son una aventura de la mano de Dios. Él no se baja de mi vida. Me sostiene y me alienta para que no desfallezca.
Me gusta su mirada en la Cuaresma. Sostiene mis pasos. Alienta mi desánimo y me permite creer que puedo caminar a su lado sin temer. Porque a su lado las tentaciones que sufra no van a encontrar mi debilidad.
Jesús renuncia a su poder para acercarse
Jesús se quedó cuarenta días en el desierto y fue tentado. Allí vivió la triple tentación que narran los evangelios.
El demonio lo tienta con el poseer. Todo será suyo si se doblega y lo adora a él. El mundo quedará a su servicio si él se convierte en siervo.
Jesús al hacerse hombre ha renunciado a todo su poder. No quiere la omnipotencia. Renuncia a ella y se convierte en un hombre más.
El demonio lo tienta. Podría ser el Señor de todo. Sólo si cambia de Señor. Si renuncia a ser hijo.
Y luego le tienta con los alimentos. No necesita pasar hambre. Él, si recupera su poder, puede convertir una piedra en un pan. ¿Para qué sufrir?
Y le sigue tentando. Puede llegar a ser el Señor de todo y todos lo servirán.
Pero no, Jesús no se deja tentar y se mantiene firme. Es el Hijo amado de Dios y eso basta para que los ángeles le sirvan. No necesita nada más. Ha renunciado al poder de Dios para ponerse a la altura de mis ojos.
Así el demonio intenta engañarme hoy
Y yo pienso en mis tentaciones en este tiempo de Cuaresma. Me adentro en el desierto de mi alma y escucho al demonio tentándome.
¿No me tienta acaso cuando me ofrece ser querido y amado por todo el mundo si me doblego a lo que me piden?
¿No me dice que no tengo que renunciar a nada, que no tengo que optar por un camino y puedo aceptar todo como parte de mi vida?
¿No me sugiere que cualquier cosa que desee la puedo conseguir si me esfuerzo e incluso si renuncio a mis principios para conseguirla?
Esa tentación me dice que nunca estaré solo, nunca pasaré hambre y siempre tendré todo lo que desee. La felicidad plena aquí en la tierra, con eso basta.
Más que bueno: santo
Comentaba el padre José Kentenich:
«Lo que nuestro tiempo necesita, por no decir lo único que necesita, son nuevos santos, santos grandes, convincentes, cautivadores; y si no santos, ciertamente hombres nuevos, hombres íntegros, cristianos nuevos, verdaderos, de vida interior, perfectos«.
La invitación de este tiempo es a ser santos, no simplemente buenos. El mundo necesita personas de Dios, enamoradas de Él.
Por eso me adentro en este desierto de tentaciones y le suplico a Dios que me dé la fuerza que necesito para ser fiel. Porque llegan las tentaciones y no me siento fuerte.
El mundo me ofrece el placer de los bienes de la tierra y yo me apropio de ellos, los busco, los deseo. Renuncio a otras cosas con tal de poseerlos. Los quiero para mí, no estoy dispuesto a renunciar.
El mundo me habla del poder que puedo tener si renuncio a esos principios que Dios me ofrece, si busco sólo mi bien, si me vuelvo egoísta y me centro sólo en mí.
Entonces me tienta tocar el mundo, la tierra y me siento débil con ese contacto que parece alejarme de Dios.
Que los placeres pasajeros no te engañen
En esta Cuaresma soy llevado por el Espíritu Santo al desierto. Y allí, desprovisto de mis seguros, soy tentado. Con la fuerza del mundo que pesa sobre mis hombros.
Puedo triunfar en todo, puedo ser el primero, puedo vencer en todas mis batallas, puedo conseguir la admiración de los hombres. Me siento pequeño. La tentación es poderosa. Y yo experimento la debilidad.
Quisiera romper ese yugo que parece hundirme, tira de mí hacia la tierra. Quiero levantarme y luchar. Quiero ser capaz de decir que no sólo de pan vive el hombre, cuando el pan me tienta. O decir que no quiero tentar a Dios, cuando me seduce el mundo que me halaga y aplaude.
Puedo decir que no quiero poseer todo lo que me atrae porque sólo es Dios el que le da sentido a mis pasos. Es verdad, es así, pero me cuesta ser firme y fiel al ser tentado.
Es demasiado atractivo el placer que se me ofrece. Es como toda una vida que pasa tentadora ante mis ojos ofreciéndome el cielo en la tierra.
¿De qué me sirve tanta renuncia por amor? No quiero renunciar a nada porque duele la renuncia. Duele entregar la vida por la persona amada, renunciar al primer puesto para que otros lo ocupen, p pasar hambre y sed para que otros puedan seguir comiendo y bebiendo.
Tantas tentaciones me seducen con placeres pasajeros. Se me olvida que estoy llamado a ser santo, a dar la vida por algo grande que merezca la pena.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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