Recitando un Padrenuestro como mantra de yoga, tuvo una experiencia mística; luego fue una feminista cristiana
Tatiana Góricheva en sus últimos años, vivía entre París y San Petersburgo
Ha muerto con 78 años, tras una grave enfermedad, la filósofa rusa, cristiana ortodoxa, Tatiana Góricheva (1947-2025). Sabiendo que su final se acercaba, Góricheva, que habitualmente vivía en París, viajó a su San Petersburgo natal, que siempre le atraía, donde entregó el alma a Dios el 23 de septiembre.
Tatiana Góricheva era famosa por su impactante libro Hablar de Dios resulta peligroso, de 1984, que fue traducido a 26 idiomas y reimpreso en alemán 23 veces. La gente leía el libro para entender su conversión, la de una filósofa llegada del nihilismo y el postmodernismo a la fe cristiana, y para entender cómo en la URSS, el país sin Dios, muchos notaban que Dios era necesario, que Dios llamaba. Era filósofa, pero no se convirtió con argumentos: fue una experiencia mística con el Padrenuestro.
Al final del libro, y en el resto de sus obras posteriores, Góricheva advertía: sí, hablar de Dios en la URSS es peligroso porque te puedes meter en líos con la policía y el régimen, pero hablar de Dios en Occidente es más peligroso, porque se hace desde el aburguesamiento comodón, sin el Misterio, sin estremecimiento, sin la reverencia, sin temor ni temblor, domesticando a Dios...
En español, la mayoría de sus libros los publicó Herder, excepto un par publicados por Encuentro. Herder publicó: La fuerza de la locura cristiana (1987), Hablar de Dios resulta peligroso (1988), Nadiezhda significa esperanza (1988), Hijas de Job (1989), La santa Rusia en la Unión Soviética: impresiones de un viaje (1990) y La incansable búsqueda de la felicidad (1990). Encuentro publicó: Nosotros, soviéticos conversos (1986) y La fuerza de los débiles (1988). En todos ellos, hablaba de filosofía, feminismo, fe y denunciaba el aburguesamiento.

Los libros de Tatiana Góricheva se tradujeron a más de 20 idiomas
Ya en el el exilio, visitando iglesias o comunidades cristianas en Francia y Alemania, le parecía que todas eran muy débiles o acomodadas. No parece que explorara en serio ni los nuevos movimientos ni el catolicismo en países de misión. Estuvo de visita en el monasterio ecuménico de Taizé en Francia, que apreció por su enfoque juvenil y monástico. Pero en general veía esperanza solo en el cristianismo ortodoxo ruso, en la medida en que acudiera a los Padres antiguos y entrara a evangelizar en la postmodernidad llena de vacío.
Del comunismo al nihilismo
Tatiana Mijailovna Góricheva nació en 1947 en una familia soviética y atea que, por alguna razón, quizá familiar, la hizo bautizar siendo un bebé, pero no le dio ninguna formación cristiana.
De adolescente, en su instituto, fue la jefa local del Komsomol, las Juventudes Comunistas. Pero en 1968, ya en la universidad, cuando las tropas soviéticas entraron en Checoslovaquia, ella tiró su carnet. "No era creyente ni disidente en aquel entonces, pero simplemente comprendí que algo monstruoso había sucedido". A los 21 años ya sabía que el comunismo era falso, un gran vacío y engaño.
Empezó su fascinación por el existencialismo, a medida que Sartre, Camus y Kafka eran publicados en la URSS. Terminó su carrera de Filosofía en la Universidad de Leningrado, interesada en Nietzsche y Heidegger.
Después se volcó en una combinación de intelectualidad y juerga nocturna, alcohol y sexo. Con sus amigos poetas y filósofos iban a encuentros intelectuales, pero también pasaban la noche “en compañía de marginados y de gentes de los estratos más bajos, ladrones, alienados y drogadictos. Esa atmósfera sucia me encantaba. Nos emborrachábamos en bodegas y buhardillas”. Con Nietzsche, se sentía parte de una élite, "aristócrata espiritual", persona "fuerte", que despreciaba a los débiles y conformistas. Ante el sinsentido, veía que unos se refugiaban en la familia, otros en la carrera o la política. "Oh, como los odiaba a todos", escribió.
Sólo un profesor le dio una vez palabras de cierta sabiduría. Le animó a dejar ese nihilismo, porque con el comunismo cotidiano, y los supermercados de estantes vacíos, ya había bastante nihilismo. "Ahí tiene usted su absurdo tan acariciado, es algo que ya está creado por los bolcheviques", le dijo.
Como otros intelectuales fascinados con Nietzche y el existencialismo, Góricheva sintió que el vacío le acosaba. "El vacío me rodeaba de continuo, se hacía cada vez mayor, se convertía en algo místico y amenazador, que me angustiaba hasta la locura. Me invadió entonces una melancolía sin límites. Me atormentaban angustias incomprensibles y frías, de las que no lograba desembarazarme. A mis ojos me estaba volviendo loca. Ya ni siquiera tenía ganas de seguir viviendo”.
El Padrenuestro que lo cambió todo
Buscó alivio en el yoga. "Hasta ese instante yo nunca había pronunciado una oración, y no conocía realmente oración alguna. Pero el libro de yoga proponía como ejercicio una plegaria cristiana, el Padrenuestro. Empecé a repetirla mentalmente como un mantra, de un modo inexpresivo y automático. La dije unas seis veces; entonces de repente me sentí trastornada por completo. Comprendí —no con mi inteligencia ridícula, sino con todo mi ser— que Él existe. ¡Él, el Dios vivo y personal, que me ama a mí y a todas las criaturas, que ha creado el mundo, que se hizo hombre por amor, el Dios crucificado y resucitado! En aquel instante comprendí y capté el "misterio" del cristianismo, la vida nueva y verdadera. En aquel momento todo cambió en mí. El hombre viejo había muerto. No sólo dejé mis valoraciones e ideales anteriores, sino también las viejas costumbres".
Ella, que odiaba y despreciaba a todos los inferiores, sintió que sus sentimientos cambiaban. "Mi corazón se abrió. Empecé a querer a las personas. Inmediatamente después de mi conversión todas las gentes se me presentaron como admirables habitantes del cielo y estaba impaciente por hacer el bien y servir a Dios y a los hombres. ¡Qué alegría y qué luz esplendorosa brotó entonces en mi corazón!", escribe. Tenía 26 años.
La confianza en la Iglesia
Tatiana y algunos amigos conversos entraron en contacto con sacerdotes y fieles. "No sabíamos nada, pero teníamos algo que en nuestro tiempo quizás haya que valorar más que el saber: una confianza ilimitada en la Iglesia, la fe en cada una de sus palabras, en cada movimiento e invitación".
En su primera confesión fue sincera. "Le hablé de mi afición a la bebida y de mi desbocada vida sexual, de mis desgraciados matrimonios, de los abortos y de mi incapacidad para amar a nadie". Como penitencia, el confesor le impuso recitar 5 veces al día, postrándose en el suelo, la oración "Virgen y Madre de Dios, alégrate", y hacerlo durante varios años. Ella recibió la absolución con gran consuelo.
Empezó a juntarse con otros conversos interesados en la religión y la filosofía. “Ante nosotros acababa de abrirse un mundo nuevo y espléndido que nada tenía en común con ese otro mundo lastimoso, esclavo del materialismo, trivial, pusilánime, donde vivían los hombres que no conocían a Dios, como nosotros mismos poco antes”.
Así, desde 1973 hasta su expulsión del país en 1980, formó parte de un movimiento de intelectuales cristianos y de una rama de feminismo cristiano, crítico con el sufrimiento de la mujer soviética.
"Me casé con Viktor Krivulin. Teníamos un sótano enorme en la calle Kurlyandskaya, lleno de ratas y gatos. Y todos los que salían de la cárcel o del psiquiátrico [se refiere a cristianos encerrados] venían a nuestro apartamento; las puertas no cerraban, muchos entraban directamente por la ventana. Nuestros seminarios eran los viernes: Krivulin tenía un seminario de poesía y yo, uno de religión, y nos turnábamos". Krivulin era poeta. Junto con otro amigo, el también poeta Sergei Stratanovsky, y el científico Lev Rudkevich, lanzaron una revista "gorda", un samizdat (autopublicación) llamado "37".

Tatiana Góricheva en los 70, con Krivulin y Rudkevich, acogían encuentros de intelectuales conversos
Expulsada del país por su feminismo cristiano
Mientras se dedicó a la religión y la filosofía, Góricheva no molestó al régimen. La cosa cambió en 1979, cuando, con otras compañeras, editó un samizdat de apenas 10 ejemplares sobre el sufrimiento de la mujer en la Unión Soviética. Quizá es sintomático que hablaran del aborto, legal, frecuentísimo y banalizado en la URSS.
La idea la tuvo la artista Tatyana Mamónova, que se la propuso a Góricheva. Les apoyaron la escritora Natalya Malajóvskaya y la activista de derechos humanos y poeta Yulia Voznesénskaya, que había regresado de un gulag. Querían "hablar sobre el destino de las mujeres sin importar los dogmas del partido". Así en septiembre de 1979 lanzaban su humilde revista Mujer y Rusia, con una tirada de 10 (sí, sólo diez) ejemplares, buscando el público femenino. Hablaba de la violencia obstétrica en las maternidades soviéticas, del horror de las clínicas de aborto, de las cárceles de mujeres, de las viudas por la guerra de Afganistán... Quedaba claro que la URSS no había "liberado" a la mujer.
A la KGB le llamó la atención, sus agentes registraron el piso de Yulia, citaron a las cuatro para regañarlas y amedrentarlas. “Hubo amenazas de internarme en una clínica psiquiátrica y presiones sobre mis padres”, escribió Góricheva. A Mamónova le amenazaron con quitarle a su hijo. En cualquier caso, antes de un año, en verano de 1980, en plenos Juegos Olímpicos de Moscú, las cuatro fueron expulsadas de la Unión Soviética y despojadas de su ciudadanía. Pero desde el extranjero siguieron publicando.

Las cuatro feministas exiliadas en la revista Ms en 1980: Yulia Voznesénskaya, Tatiana Góricheva (la segunda, alta) Natalia Malákhovskaya y Tatiana Mamónova.
Su principal obra fue la revista feminista, con base cristiana, María, con Góricheva como impulsora central. Ella declaró, convencida: "El feminismo que no abraza a Cristo conduce a un callejón sin salida". Las feministas occidentales no sabían muy bien que hacer con esas ideas, como ella describe en su libro Hijas de Job, pero al menos veían que la URSS no era buena para la mujer. Una asociación de derechos humanos alemana financió la revista. También el exiliado Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn la apoyó con dinero, aprobando su orientación. Mamónova, que era la única no cristiana de las cuatro, una vez en Occidente se fue por otro camino, un feminismo de confrontación.
Anna Sidorevich, una estudiosa especializada en el movimiento de mujeres de Leningrado, señala que Góricheva "siempre buscó combinar lo que parecía incompatible: cristianismo y feminismo, y posteriormente, cristianismo y posmodernismo". Tanto en la clandestinidad rusa, como en el feminismo occidental, eso le llevó a la marginalidad, considera Sidorevich. Y, sin embargo, dejó huella y exploró nuevas fronteras.
Al poco de salir de la URSS, Góricheva, que sabía alemán, pasó un tiempo estudiando en un instituto jesuita en Baviera. Luego pasó a París, al Instituto Teológico San Sergio (ortodoxo), impartiendo clases en la Sorbona y publicando sus libros. Sus escritos y sus ponencias gustaban a católicos, ortodoxos y protestantes: era muy buena explicando el paso del comunismo al nihilismo y del nihilismo al suicidio y la desesperación sin Dios. Contó su testimonio en Europa, Brasil, Chile, Ecuador, Corea del Sur y Canadá. Llenaba auditorios y la aplaudían. También creó una organización, el "Secretariado Tatiana Góricheva", para publicar y distribuir libros religiosos en la URSS y apoyar la restauración de iglesias y monasterios. En París impulsó la revista filosófica y religiosa Conversations, que se publicó entre 1983 y 1991.
En 1988, un año antes de la caída del Muro de Berlín, Góricheva pudo regresar a Rusia, y ya viviría el resto de su vida entre París y su ciudad natal.

Tatiana Góricheva, ya anciana, en 2022, junto al Salvador sobre la Sangre, en San Petersburgo
Sin miedo a la modernidad
Vladimir Shallar, escribiendo a la muerte de la filósofa, destacó que "Góricheva carecía de lo que tanto alarma a muchos conservadores cristianos: miedo a la modernidad, una especie de resentimiento contra ella, una especie de aceptación de que el cristianismo no tiene nada que decir a la modernidad; es decir, una falta de fe de facto en el cristianismo. Goricheva sí creía. Estaba completamente libre del resentimiento tan característico de algunos conservadores (resentimiento malicioso, envidia oculta y sentimiento de inferioridad). Ella poseía una riqueza de conservadurismo puro, fe radiante y bondad. Por lo tanto, criticó la modernidad con igual facilidad y rigor, y desarrolló los temas y enfoques del pensamiento contemporáneo, en respuesta a las necesidades de una modernidad que no era criticada de manera aplastante y despectiva, sino en el sentido opuesto: solidaria y sanadora".
Shallar escribe: "Los temas principales de Goricheva siempre han sido el feminismo, la ecología y el posmodernismo; no una polémica contra ellos ni una denuncia, sino un crecimiento, un desarrollo de la teología ortodoxa. En respuesta al desafío del feminismo —como alternativa y como su objetivo supremo— Goricheva presenta la imagen de la Virgen María, la Madre de Dios («el consuelo de las lágrimas de Eva, el consuelo de las lágrimas de Eva, la liberación de las lágrimas de Eva...»)". Incluso en sus últimas obras, como su libro «El desierto crece» (un diario de 2018-2022) escribió sobre esos temas.
El posmodernismo, según Góricheva, ya no es ateísmo, nihilismo ni materialismo, sino postateísmo, postnihilismo y postmaterialismo... y ahí se abre al cristianismo, como lo vivieron ella y muchos de su generación. Implica la crítica tanto al capitalismo occidental como al socialismo soviético porque son dos versiones de la modernidad atea, ambas dañinas para los hombres y los otros seres vivos. La respuesta cristiana es "la santidad de la locura por Cristo", que es, por así decirlo, un «posmodernismo ortodoxo», algo capaz de responder a las mejores aspiraciones del posmodernismo y superarlo.
El sufrimiento de los animales
En sus últimos años se preocupó mucho por el problema del sufrimiento de los animales. En 2021 recibió el Premio "Persona del Año" de la Cámara Ecológica de Rusia por ese trabajo. Lo desarrolla en sus libros Dice sí y Ecología ortodoxa (artículos como “Bienaventurado el que tiene piedad de sus bestias” o "Diario de una defensora de los animales"). Acepta la acusación de que el cristianismo ha aumentado la explotación depredadora del planeta, pero lo desvía hacia el cristianismo occidental.
Recuerda que muchos santos orientales recomiendan no comer carne y hay muchos días de ayuno sin carne. En cualquier caso, es el Hombre quien ha caído, no los animales, que no pecan, son inocentes. Cita al sabio Simeón el Nuevo Teólogo, quien escribió que tras la Parusía, no sólo las personas, sino también los animales y las plantas alcanzarán la incorruptibilidad: animales y plantas deificados inmortales, el triunfo de la ecología, la vida eternamente viva en toda su diversidad. Así, ella acude a la escatología patrística para explorar los límites del pensamiento ecológico.
Revisitando los anarquistas
Reflexionando, ya mayor, sobre ecología, se encontró releyendo con placer a los clásicos anarquistas (Kropotkin, Bakunin), por su desprecio a las estructuras de poder y también a la comodidad de la vida aburguesada.
"Para mí, Kropotkin es como San Francisco, un genio de la comprensión y el amor", escribió. "Bakunin. ¡Qué relevante es hoy! 'La libertad en el Estado es una mentira'. 'El hombre solo es verdaderamente libre entre una imagen igualitaria de personas libres. La esclavitud de una sola persona es una negación de la libertad de todos'. Bakunin buscaba la libertad no para sí mismo, sino para los demás. Para que otro sea libre, hay que rodearlo de una nube de reverencia. Entonces se fundirá con la imagen de Dios. Anhelo el anarquismo. Leo a Bakunin cada vez con más frecuencia».
Quizá a esa edad recordaba idealizados sus 7 años de resistencia cristiana en el Leningrado, los siete años que van de su conversión a su expulsión, con intelectuales y artistas cristianos llevando una vida alternativa al régimen. Su resistencia era una "no participación voluntaria en las instituciones del poder".
La necedad y locura cristiana deben llevar al desprecio al poder. Así, escribió también: "La humildad es revolucionaria y provocadora, porque viola la lógica del poder. La humildad es antipoder, es decir, es genuina y esencialmente revolucionaria".
Vladimir Shallar intenta ponerle una etiqueta tras su muerte: "teología ortodoxa anarcoecofeminista". Y conservadora. Todo junto.
En 2021, Tatiana Goricheva recibió el premio "Persona del Año" de la Cámara Ecológica de Rusia, y con ese motivo se la entrevistó y se filmó este reportaje sobre "Salvar la creación" que se emitió en abril de 2022; pero ya entonces había cambiado el mundo, Rusia había invadido a Ucrania y el ingenio humano se volcaba una vez más en nuevas formas de destrucción.
Pablo J. Ginés, ReL
Vea también Se convirtieron a la Iglesia católica porque investigaron la doctrina de la Iglesia primitiva




