Lo bueno cuesta, también en la vida espiritual, pero vale la pena...
Etimológicamente la palabra ascesis viene de la palabra griega Askesis que significa entrenamiento, entrenamiento del cuerpo.
En consecuencia, y en un primer momento, esta palabra hacía referencia al entrenamiento de los atletas griegos y posteriormente a los ejercicios que tenían que hacer los militares del imperio romano.
Luego se usó en el ámbito espiritual para referirse al trabajo interior, al trabajo espiritual del cristiano.
La ascesis, teológicamente hablando, dará su nombre a la parte de la doctrina espiritual llamada ascética, que busca la perfección cristiana mediante el esfuerzo personal y el uso de ciertas prácticas para luchar contra lo que nos aleja del ideal del cristiano.
Purificación
La ascesis es un regalo de Dios. Un fruto o consecuencia de la gracia que, por fe, el cristiano tiene que hacer realidad con el fin de purificar la vida cristiana para que en ella se lleve a cabo, en plenitud, la vida divina.
Este esfuerzo tiene como protagonista, más que a la persona, al mismo Espíritu Santo.
Es cuando el cristiano se deja ayudar por Dios para esculpirse, para quitar todo lo que estorba o sobra con el objetivo de sacar a flote o hacer visible la santidad ya obtenida por la gracia de bautismo y acrecentada por el resto de sacramentos.
Un camino a la libertad
La ascesis nos ayuda a perfeccionarnos, ser menos terrenales y más celestiales; el apóstol San Pablo hace una clara distinción entre el hombre terrenal y el hombre celestial (1 Cor 15, 40-50).
Para ser personas celestiales o ‘para volar a las alturas del cielo’ se necesita la libertad, se necesita romper con las cadenas que nos atan a este mundo.
Y aquí cuando se habla de cadenas no se está hablando necesariamente del pecado, sino también de lo que no lo es pero que nos amarra a este mundo.
Mediante la ascesis, el cristiano imita a Jesús, que se despojó de sí mismo por nosotros (Flp 2, 6-8).
Lucha y conquista
La ascesis es pues la lucha del cristiano, es una batalla espiritual (1 Cor 9, 24-27).
Es que si dejamos sueltas nuestras pasiones e instintos, o desbocados nuestros deseos y apetitos, destruimos nuestra vida, y nuestra vida cristiana; y la ascesis nos ayuda porque es como una fuerza reguladora.
La ascesis tiene dos vertientes: una ascesis positiva (conquistar lo que conviene) y una negativa (eliminar lo que no conviene). En ambos sentidos la ascesis supone renuncias.
Las renuncias son expresión de la lucha del cristiano que principalmente se lleva a cabo a través de las mortificaciones, privaciones, penitencias, abstinencias y ayunos.
La meta es que el contacto con este mundo, a través de nuestras aspiraciones, inclinaciones, tendencias, pasiones y deseos, no sea una esclavitud, un freno para avanzar hacia Dios, sino que nuestra vida cristiana alcance su plenitud desde la realidad terrenal.
Sacrificios… por amor
Hay que hacer sacrificios y renuncias, por ejemplo, para tener salud, para obtener un diploma académico, para tener una medalla olímpica, para tener o mantener un trabajo, para crecer como personas, para tener un bienestar personal y/o familiar, para poder tener una vida razonablemente estable y alegre,…
Pues también, y con mayor razón, hay que hacerlos con fines espirituales, para configurar nuestra vida a la vida de Jesucristo.
La ascesis, en su justa dimensión, equilibrio y prudencia, es una ayuda para adquirir libertad, y siendo libres poder seguir a Jesús; Él ha dicho: “El que quiera seguirme…” (Mt 16, 24).
Debemos ser conscientes de que la falta de una ascesis correcta o bien entendida o una ascesis mal ejecutada puede ser perjudicial, puede ocasionar graves daños para el cuerpo, el alma o el espíritu.
La ascesis debe ser siempre un acto de templanza. Por esto hay que saber entender y llevar a cabo las mortificaciones, privaciones y penitencias.
Todas estas prácticas espirituales no tienen que ver con la violencia o el maltrato contra el propio cuerpo.
Son todo aquello que facilita que el Evangelio pase de la mente al corazón y que luego el evangelio pase del corazón a la vida. En este sentido la primera y la más importante de estas prácticas ascéticas es la oración, es orar.
Difícil pero valioso
La ascesis es lo que pide Jesús cuando habla de entrar por la puerta estrecha (Mt 7, 13-14), pues es angosto el camino que lleva a la vida.
Si es estrecha la puerta es de esperar y/o desear ver una multitud que empuja o pelea para entrar.
El símbolo de la puerta estrecha nos permite imaginar lo difícil que es, el dolor y el sacrificio que se necesita para participar de la salvación de Dios.
La puerta estrecha significa que tenemos que ser pequeños, pobres y sencillos para entrar.
Y Jesús mismo, con sus exigencias para seguirlo, es la puerta (Jn 10,9), es la puerta estrecha.
Para desprendernos de lo que no sirve y para entrar al reino de los cielos desde hoy por la puerta estrecha es necesario negarse a uno mismo y tomar la cruz (Lc 9, 23).
«Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia» (Catecismo, 1435).
La cruz de Cristo, que debemos cargar también nosotros los cristianos, es una bendición que nos ayuda a entender qué es lo único que debe cargar o hacer el cristiano, y para esto se debe renunciar, incluso, a uno mismo.
Nuestra cruz facilita, en medio de sus exigencias, el camino para que Dios implante en nosotros su vida divina, la vida según el Espíritu.
Henry Vargas Holguín, Edifa Aleteia
Vea también Directorio Ascético de Juan Bautista Scaramelli
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