Es la primera vez que le dejan con otros. Su mamá y su papá se tienen que marchar y el bebé sufre ansiedad. Es un momento difícil para muchos niños y podemos ayudarles
A un bebé puede resultarle muy difícil los primeros días en los que se tiene que separar de sus padres. Se encuentra en un entorno nuevo, sin su papá ni su mamá que han tenido que marcharse al trabajo, con nuevas personas, caras desconocidas casi siempre… Muchos niños pueden sufrir problemas psicológicos cuando esta separación les resulta muy traumática. Algunos sufren miedos y ansiedad. Por eso es fundamental consolarles para ayudarles a pasar este mal trago.
Abandonar la seguridad de los padres, sobre todo de la madre, es una etapa necesaria pero difícil para los niños. La psicóloga Bernadette Lemoine, autora de Maman, ne me quitte pas ! [“¡Mamá, no me abandones!”] y de L’Apprentissage des séparations [“El aprendizaje de las separaciones”], ofrece a los padres soluciones para vivir mejor la separación con sus hijos.
Según usted, la ansiedad por separación es el origen de la mayoría de los problemas psicológicos que viven los niños y los adolescentes.
Nueve veces de cada diez, la causa profunda de sus dificultades psicológicas tiene su origen en una ansiedad por separación. Es un trastorno ansioso que los psicólogos llaman Trastorno de Ansiedad por Separación (TAS) y que se observa principalmente durante la infancia, a veces la adolescencia.
El niño se construye sobre una relación de amor. Sucede que vive una separación precoz como un trauma, un abandono, una pérdida de amor. Entonces nace una ansiedad comparable a la ansiedad de muerte, tanto más fuerte cuanto que interviene más pronto en la vida del niño o que la separación dura más tiempo.
Se corre el riesgo de que esta ansiedad reaparezca con cada nueva separación, por anodina que sea, y provoque diversos trastornos.
Algunas separaciones, concretamente, ¿pueden bloquear a un niño en su crecimiento?
Si el desarrollo del parto impide a la madre recibir a su hijo por ejemplo, después de una cesárea con anestesia general; si el bebé es alejado de su madre porque está en la incubadora o en reanimación; puede que se sienta abandonado. Sin embargo, el bebé aún no puede comprender racionalmente que la separación que sufre solamente es temporal, que no pone su vida en peligro y que no es un signo de falta de amor maternal.
Entonces hay un riesgo de que manifieste su ansiedad y reaccione luego contra toda nueva separación de su madre una vez que la haya recuperado. Se aferrará a ella de cualquier manera, física o psíquica. A menos que, por el contrario, se niegue desde entonces a apegarse por miedo a tener que sufrir de nuevo en caso de otra separación.
Es como si reaccionara a una traición y ya no pudiera entrar en la confianza, en el apego. Se aísla y se vuelve independiente, no dependiente.
Otra etapa decisiva es el destete. Para el niño es una pérdida, una separación. Si se produce en malas condiciones, el niño se arriesga a vivirlo como un rechazo.
Puede haber muchas otras causas de ansiedad por separación y que parecen banales:
- acaparamiento de la madre,
- enfermedad de otro hijo o de la madre,
- modificación de la casa,
- hospitalización,
- cambio brusco o frecuente de niñera,
- duelo,
- un padre poco implicado,
- llegada de un hermanito o hermanita,
- ausencia de los padres,
- entrada en la guardería, en el colegio…
La ansiedad de la madre
Existe también la ansiedad de la madre ante el niño que crece: es ella la que se ve herida por el desapego que, sin embargo, es del todo normal y necesario para su hijo. Y la madre reacciona con sobreprotección y al tratarlo como un bebé.
El hijo extrae las ventajas que puede, pero reacciona a su vez contra ese “aprisionamiento”, lo cual perturba gravemente las relaciones y no prepara al niño para futuras separaciones.
¿Y cada vez que sucede uno de estos acontecimientos se produce una herida con una reacción de ansiedad?
¡No, por supuesto! Eso depende del carácter y de la sensibilidad de cada uno, del primer debilitamiento in útero, de la forma en que el entorno viva el suceso, del grado de imprevisto, de la libertad personal, etc. A veces, basta con una sola causa; a veces, hacen falta varias.
En cualquier caso, que haya calma, todo es susceptible de evolucionar bien por poco que sepamos prestar atención al niño y reconocer los signos que manifiestan un TAS. Luego se tratará de hablar con él con sinceridad, de todo corazón, acompañándole en ese sufrimiento que ha vivido y que le ha hecho dudar del amor y de la vida.
¿Vivir es aprender a separarse?
Claro. La capacidad de autonomía de una persona, su madurez y su equilibrio dependen en gran parte de su experiencia de la separación y de su aprendizaje del desapego. Se trata de un elemento esencial de la educación, aunque muy delicado. A lo largo de la vida, las ocasiones en que se vive la separación se multiplican. Ya estén ligadas a las etapas de nuestro crecimiento o a circunstancias accidentales, la prueba de la separación es cada vez como una pequeña muerte. Hasta la separación final de la muerte.
Mientras se pase en buenas condiciones, el niño supera bastante fácilmente este sufrimiento y, con ello, gana incluso una autonomía madura, y se siente feliz. Pero basta que, en esta sucesión de separaciones, haya una que se viva en malas condiciones para que el niño corra el riesgo de quedarse bloqueado en este sufrimiento y su maduración se vea impedida.
Todas las situaciones análogas con esta separación traumática provocarán un refuerzo de ese bloqueo y de las reacciones ligadas al sufrimiento inicial.
¿Cómo se manifiesta esta ansiedad?
A través de
- trastornos del sueño o de la alimentación,
- de problemas de temperamento,
- de un rechazo a ir a la escuela,
- de profunda tristeza,
- de fracaso escolar ligado a una ansiedad paralizante,
- de enfermedades psicosomáticas,
- de compensaciones con la comida, la bebida, la droga,
- de dificultades relacionales,
- etcétera
¡Tenemos la impresión de que cualquier niño se ve afectado en algún momento por alguno de estos síntomas! ¿Cuándo hay que inquietarse?
Cuando el niño sufra y haga sufrir a su entorno.
Esquemáticamente, se señalan tres tipos de reacción en los niños:
- las que son de oposición, de ruptura, de “tendencia a la rebeldía”, y en las que los niños lo quieren hacer todo solos, con conductas arriesgadas. Desconfían del amor y no quieren deber nada a nadie.Algunos “ponen a prueba” constantemente el amor de sus padres buscando confrontación y les ponen en situaciones imposibles a través de actitudes siempre provocadoras e inaceptables. No hay que dejarse destruir ni dejarles que se destruyan.
- Por otro lado, están los que no quieren asumir el riesgo de sufrir una nueva separación, rechazan toda autonomía y exigen una relación de amor exclusiva. Se refugian en la dependencia.
- Y están también los que se despegan de la vida y se dejan llevar por la corriente: “No soy amado, la vida no me interesa, me dejo llevar”.
¿Entonces no se puede evitar esa herida a nuestros hijos?
No. Si queremos un niño sin herida, entonces mejor no tenerlo. Los padres perfectos no existen. Es inevitable que los padres hieran a sus hijos. Pero, por supuesto, intentarán hacerlo lo mejor que puedan para amar, porque es el amor el que sana las heridas.
Es importante que el niño comprenda que sus padres no son Dios, que no son perfectos, pero que con el amor que recibe de ellos, incluso si escaseara, puede crecer y vivir feliz.
El culto a la perfección en la educación puede ser desastroso. Los padres querrían que su educación fuera un “éxito”, pero es una obra que exige tiempo y ese tiempo no es el nuestro. No se puede pedir “éxito”, sino amar lo mejor que se pueda. Y el Señor hace el resto.
¿Y si reacciones posteriores manifiestan una herida que no cicatriza?
Entonces habrá aún forma de aliviar al niño del peso de la ansiedad a través de una explicación de los hechos traumáticos, si es posible por una tercera persona, un psicoterapeuta, por ejemplo, y a condición de que esas explicaciones se den con amor y compasión. Nunca es demasiado tarde. Pero cuanto antes se intervenga, mejor.
¿Las palabras son suficiente?
No. Es necesario también manifestar ternura al niño a través de miradas y gestos afectuosos: caricias, besos, masajes…
También hay que valorarlo con cumplidosmerecidos: “Eres precioso, estoy orgulloso de ti, te quiero…”. Pero, al mismo tiempo, hay que evitar mantenerlo permanentemente en un cascarón y concedérselo todo. Un mínimo de frustración es indispensable. Debe aprender a no ser el ombligo del mundo, al menos en su familia.
¿Es necesario llegar incluso a provocar ocasiones de separación?
Sí, pero siempre que se les prepare antes, sea cual sea la edad del niño. Siempre hay que prevenirle, anunciarle que nos vamos a ausentar pero que volveremos, que tiene derecho a estar triste, pero que la vida no se detiene porque no estemos. Hay que apelar a su sed de crecer para permitirle aceptar esta separación temporal. Es especialmente importante hacia los 8-9 meses, una edad sensible en la que aparece la ansiedad y en la que se empieza progresivamente el aprendizaje de las separaciones con la guardería, el parvulario…
¿Y después?
De los 2-3 años a los 7, las separaciones van a multiplicarse, diversificarse, alargarse. Si las primeras separaciones hasta los 2 años transcurrieron bien, los riesgos de ansiedad disminuyen; ¡sólo falta que no haya sucesos traumáticos (duelo, divorcio…) o grandes desaciertos!
El padre tiene un papel importante, el de “separador”. Es él quien debe impedir que haya fusión en la pareja madre-hijo.
Del abandono sufrido al abandono confiado
De forma general, ¿cómo se vive bien esta “pequeña muerte” que es una separación?
La elección es nuestra. O bien nos negamos a atravesar la prueba y nos replegamos sobre nosotros mismos, destruyéndonos y destruyendo a los demás, de forma directa o indirecta, y escogemos un camino de muerte… O bien aceptamos atravesar la ansiedad y el sufrimiento, permaneciendo fieles al amor y avanzamos en un camino de vida.
Tenemos que pasar poco a poco de la sensación dolorosa del abandono sufrido al abandono de uno mismo en las manos del Amor.
Podemos encontrar el mejor ejemplo en Cristo que pasó el duro camino en la Cruz del abandono sufrido (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) al abandono confiado (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”).
Si el Amor es nuestro compañero en el sufrimiento (“Gracias a sus heridas fuimos sanados”, leemos en Isaías), podemos atravesar el valle de la muerte y las separaciones: este camino que debería destruirnos nos hará, por el contrario, crecer y estar más vivos.
Nuestras heridas, ligadas a nuestra fragilidad, se convertirán en una oportunidad de amar mejor. Nos corresponde a nosotros velar por que nuestras separaciones sean desgarros llenos de amor.
Agnès Flepp, Edifa Aleteia
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