jueves, 5 de noviembre de 2020

«Soy Yo», exclamó Jesús desde aquel sagrario, «aquí estoy, quiero consolarlos» (Un bello Testimonio)

 


Hoy en misa me ocurrió algo extraordinario. La verdad es que fui temprano por insistencia de Vida, mi esposa. Había pasado una mala semana y estaba desganado espiritualmente. Son esos momentos en que descuidas la oración y todo se pone peor.

No hice más que pisar aquella iglesia cuando escuché una dulce voz en mi interior: «Aquí estoy Claudio».

De pronto me inundó un gozo infinito, difícil de explicar, que estremeció mi vida y mi alma. Todavía, al momento de escribir estas palabras, ruedan pequeñas lágrimas de emoción por mis mejillas.

Qué indignos somos de tanto amor.

Era tanto que se desbordaba de mi alma… Imposible retenerlo.

Me senté en la banca que me asignaron sin decir una palabra.

No quería que aquella certeza del amor de Dios, que estaba en mí, me abandonara.

Sentía el Paraíso en la tierra. Cuánta dulzura en el alma experimenté en aquella Eucaristía, en la que Jesús se hizo presente.

Le pedí a mi esposa un trocito de papel y un lapicero y escribí en él rápidamente esta oración, que me brotó del alma, pidiendo perdón por mis pecados, dudas e indiferencias, agradeciéndole tanto amor, tanta gracia.

Señor del Sagrario, aquí estoy.
He venido a saludarte.

Apiádate de mí.
He dejado de rezar
como solía hacer.
Han disminuido mis fuerzas y
estoy cansado.

Señor del Sagrario, te veo y me miras ilusionado.
A veces creo que ya no puedo más.
Y llegas Tú y me pides continuar.

¿Por qué lo haces?
«Porque te amo».

Señor del Sagrario,
esta mañana he visto al sacerdote
pasar frente a ti.
Se detuvo, te miró, se arrodilló.
Hizo un rato de adoración fervorosa

Quiero esa fe, esa certeza
de que Tú, el Hijo Vivo de Dios
estás allí, en ese Sagrario.

Pero, ¿Cómo puedo quejarme?
Te veo tan solo en tantos Sagrarios,
olvidado, abandonado.

Hasta yo he dejado de venir con esta pandemia.
Pero Tú no dejas de amar y de llamarnos.

Hoy te he visto en todo tu resplandor
Y toda tu majestad.
Y te reconocí.
Y he percibido tu tristeza por nuestros pecados
y tu amor inmenso por la humanidad.

Señor del Sagrario, perdona mi indiferencia
mi poca fe, mi pobreza espiritual.
Aumenta mi fe.

Quiero consolarte, amarte, estar contigo.
Señor del Sagrario, aquí estoy para ti.

«Los veo y pienso cuánto los amo.
Mi sacrificio no ha sido en vano.
Guardan en sus almas semillas de eternidad.
Y pronto germinarán y darán frutos.

Vengan a mí los que van cansados,
llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré.

Hijo mío, debes saber que en tu debilidad
está mi fortaleza
Que no eres tú, con tus fuerzas
sino yo, quien te da fuerzas para continuar.
Y que en tu dolor está mi dolor,
en tus alegrías mis alegrías, porque los amo.

Yo estoy siempre contigo, con ustedes,
todos los días hasta el fin del mundo.»

 

Claudio de Castro, Aleteia 

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