domingo, 1 de noviembre de 2020

Ayuda a tus hijos a descubrir su vida espiritual en función de su edad

 PRAYING CHILD


Los padres son los primeros educadores de la fe de sus hijos, una tarea para la que se debe tener en cuenta la edad y el desarrollo psíquico de cada uno de sus hijos.

¿Cómo hablar de Dios a los hijos en función de su edad? El padre Philippe de Maistre, capellán general del liceo Stanislas de París, explica las diferentes edades de la vida espiritual en niños y adolescentes.

HASTA LOS 2 AÑOS
CONCIENCIA DE AMOR : LA PERCEPCIÓN DE SU MISTERIO

 

Desde su concepción, el niño está en relación con Dios. En el momento misterioso en que Dios insufla alma al niño, Dios crea una especie de “línea directa” con él o ella. Contrariamente a lo que pensaba Freud, la primera conciencia del bebé, ligada a su madre de manera vital, es por tanto y por completo una conciencia de amor y de unidad.

El niño percibe una interioridad y también una exterioridad. Por eso la oración de los padres con el niño es importante ya desde la vida uterina. El niño es sensible a la voz del padre, que no debe dudar en hablarle a su hijo, en bendecirle a través del vientre de su madre, con una voz audible.

Por tanto, desde el nacimiento, el niño tiene una vida espiritual. ¿No dijo Jesús: “Dejen que los niños se acerquen a mí”? Igual que los agonizantes que ya no tienen conciencia intelectual, el bebé todavía no puede conceptualizar, pero mantiene una conciencia de amor del cuerpo.

A través de ese amor el niño tiene la experiencia fundadora del encuentro con Dios. Es el centro de la teología de san Juan Pablo IInuestro cuerpo es más consciente, más inteligente que nuestra alma.

Para esta edad, podemos marcar el momento de la oración apagando la luz y encendiendo una vela ante un icono, que podría representar la Sagrada Familia. A modo de espejo, el niño junto a su padre en los brazos de su madre podría empezar a percibir que hay una fuente más lejana que el amor de sus padres y en la cual se baña: Dios.

DE 3 A 7 AÑOS
LA CONCIENCIA DE LUZ: LOS FUNDAMENTOS DE LA FE

 

Antes de la edad de la razón, el niño se separa de su madre y se da cuenta de que vive dentro de una red. Va a aprender a dirigirse y Dios debe encontrar su lugar en ese gran tejido relacional compuesto por su familia y sus seres queridos. A partir de los tres años aparece su “pequeño yo”; el niño abandona la comunión original para entrar en la oposición. Es el “yo” del pecado, visto ahora como desobediencia a los padres. La clave de la primera educación es resituar ese “yo” en el interior de la alianza original sellada por Dios con sus padres.

Al ir creciendo, necesita que le leamos el Antiguo Testamento: el sacrificio de Isaac, la historia de Caín y Abel, la de José y sus hermanos, etc. Le apasionarán estos relatos sobre los primeros dramas de las alianzas, mientras que su relación con Dios se va entablando en el sello de la afectividad.

Los sentimientos de José que quiere acaparar al amor del padre o la cólera de Caín celoso de su hermano, habitan en él. A través de esos problemas relacionales, familiares, del miedo al abandono, puede aprender que no todo termina en drama. El perdón, la misericordia y la bendición continúan pasando y la última palabra es para la reconciliación.

Hay que contarle las historias de los Patriarcas. Abraham, Isaac y Jacob deben ser como sus abuelos o sus primos. Que se sumerja en la Biblia con la misma pasión que lo hace con los cuentos fantásticos, ¡ya que encontrará en ella la clave de todas las cuestiones espirituales y afectivas de una vida de familia!

Podrá entonces poner nombre a sus dragones interiores (robo, mentira, celos, etc.) y aprender a derrotarlos. También pueden hablarle de la Creación, de Adán y Eva, decirle que fue creado por Dios, a su imagen.

¿Cómo privar a quien está empezando su vida espiritual de estos relatos de los comienzos? Pero sobre todo hay que hablarle del Cielo. La edad de la luz es la edad privilegiada para hablar del paraíso. El niño percibe la muerte como un tránsito al Cielo más fácilmente que el adulto, que se choca con la idea como contra un muro. Precisamente son los niños los que, a menudo, consuelan a sus allegados tras la muerte de un familiar: “Mamá, ¿por qué lloras? Ahora la abuela está en el Cielo con Jesús”.

Entre los 3 y 6 años, no se puede hablar todavía de espiritualidad autónoma, pero la interioridad se despierta bajo el sello de una relación de amor con Jesús.

En primero de primaria, podemos hablar del alma que viene de Dios, esta dimensión invisible que el niño oculta en su interior. Podemos hablarle de su cuerpo que ven los demás, que sus padres pueden tomar entre sus brazos, pero que existe también en una relación con Dios. Puede sentir su alma recogiéndose, con los ojos cerrados, y dirigiéndose directamente a Dios: es la intuición de los “niños adoradores”. Entonces, es importante no “hablar de Dios” en general, sino dirigirse a Jesús, al Padre, delante del niño o niña.

DE LOS 7 A LOS 10 AÑOS
LA EDAD DE LA RAZÓN: EL DESPLIEGUE DE LA INTERIORIDAD

 

Esta edad abre lo que en psicología se llama periodo de latencia. Una edad que se despliega bajo el signo de la armonía porque Dios va a extender en ella la interioridad. Es la edad de la luz interior que se amplía a través del conocimiento. Colorear no es bastante, el niño necesita de un catecismo muy nutrido de la vida de Jesús, la cronología, el aprendizaje de memoria de las oraciones.

Al entrar en secundaria, el niño debe saber utilizar la Biblia. En el instituto se le estimula intelectualmente, pero también desea ser motivado espiritualmente. El niño experimenta la conciencia del pecado, aprende a pedir perdón. No hay que dudar en proponerle a menudo que se confiese.

En familia, se puede respetar un momento de silencio durante la oración, aunque siga guiada por los padres. El niño puede confiarse a Jesús y adorarle. Hasta ahora, el niño obraba esencialmente en función de sus padres, pero en adelante el sentido del bien y del mal le habla directamente.

Al preguntarle cómo se siente después de una buena acción o una confesión, podemos ayudarle a verbalizar esa “gran luz” recibida en lo íntimo de su conciencia. Lo mismo tras una mala acción: ¿por qué se siente triste? La voz de la conciencia le habla, siente que ha fastidiado alguna cosa.

En la vida espiritual puede emerger una verdadera vida mística, de oración. En algunos niños, la relación privilegiada con Jesús es más que una relación amistosa y se vuelve nupcial. Es con frecuencia la edad en la que nacen las vocaciones.

El niño debe apropiarse del Evangelio. Los padres pueden leerle, o darle para que lea, la vida del Cura de Ars. El niño toma conciencia de que una parte de él sólo pertenece a Dios. Es por esta razón que san Pío X recomendó la primera comunión justo antes de la edad de la razón, antes del despertar de la conciencia racional, cuando aparecen una conciencia teologal y una conciencia moral. Este Papa pidió que les diéramos acceso a la oración y a la confesión. El niño tiene un sentido moral autónomo, podemos orientarlo hacia esta vida interior y comprenderá que Jesús siempre está presente ahí.

DE LOS 10 A LOS 13 AÑOS
LA CONCIENCIA DE VIDA, EL MOMENTO DE LA AMISTAD

 

El niño se desarrolla, es la edad de la esperanza, donde Dios se muestra en gran profusión de vida.

Dios nos llama a adentrarnos mar adentro, no todo puede vivirse en familia.

El joven necesita desbordar el círculo familiar y escolar, establecer alianzas, desarrollar el sentido de la camaradería, de conocer a sacerdotes, símbolos de una paternidad mayor.

Necesitan hermanos mayores, de ahí el genio del escultismo o del patrocinio de los padrinos. Con niños o niñas más mayores nace el deseo de hacerse crecer mutuamente a través del juego y la amistad sobre unas bases espirituales. Al descubrir la fraternidad, por fin descubre la Iglesia. La amistad, experiencia moral y espiritual, compromete la fidelidad, hace crecer.

En los exámenes de conciencia, podemos preguntarle cómo escoge a sus amigos, hacerle leer la vida de santo Domingo Savio, muy elocuente. ¿Qué responsabilidades puede asumir en la escuela, cómo se siente responsable de los demás, cómo cree que puede hacer crecer a los demás?

A PARTIR LOS 13 AÑOS
LA CONCIENCIA DE FUEGO: EL ADOLESCENTE EN LA CONQUISTA DE LA AUTÉNTICA LIBERTAD

 

Es fundamental decir que la adolescencia es, ante todo, un acontecimiento espiritual. Es una iniciativa de Dios que trastorna la conciencia del niño, antes de ser un trastorno hormonal y psíquico.

La adolescencia es la edad de fuego que toma el corazón del niño y lo atrae hacia el exterior. De ahí las tensiones existentes, incluso entre Jesús y su madre. “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”, respondió Jesús a sus padres con 12 años.

El adolescente aprende que no está hecho solamente para recibir amor, vivir y desarrollarse tranquilamente en la luz de Dios. El deseo de su corazón es más grande que este mundo tan pequeño. Está hecho para amar y para un absoluto que el mundo no puede darle. Necesita, ya que el fuego de Dios lo ha prendido, que no reduzcamos su adolescencia a una “edad ingrata”.

Dios está al mando, la sexualidad es buena, el deseo de amar es bueno, y es Dios quien lo enfrenta con la percepción de los límites. Necesita de un Moisés para atravesar este mar Rojo, las experiencias espirituales de fuego: necesita la confirmación.

La misa sigue siendo una base. Si protesta a la hora de ir, sus padres pueden decirle que se comprometieron el día de su boda y el de su bautismo a asumir la responsabilidad de transmitirle la fe. Sobre el pecado, no olvidemos darle este versículo para meditar:

Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19).

A los diez años, el niño es más legalista, incluso un poco moralizador. Luego, se divide, conoce las pulsiones, ya no está unificado. Hacen falta lecturas intensas, como el Apocalipsis. La vida aparece, de hecho, bajo una luz un tanto trágica.

Existe una tensión entre el deseo de lo absoluto –este ímpetu nuevo– y la conciencia de límites irreductibles, de debilidades, la percepción de rupturas provocadas por la muerte o las separaciones. Es el cóctel explosivo, analizado por Freud, entre Eros y Thanatos, la llamada a lo absoluto del amor y los límites de la muerte.

Al adolescente la vida le parece demasiado estrecha para satisfacer los impulsos de su corazón. Para salir de este callejón sin salida, el adolescente necesita modelos sólidos que hayan atravesado por sí mismos esta etapa y abierto una esperanza. Necesita heroísmo, conviene hacerle leer sobre las vidas de los mártires, hablarle de san Maximiliano Kolbe, del beato Pier Georgio Frassati o de Chiara Luce. No puede identificarse solamente con estrellas musicales o sus deportistas preferidos.

Más importante que vivir, se trata de amar y encontrar un significado. El padre Thomas Philippe, autor de Temps des forces vives chez l’adolescent (editorial Saint-Paul) sobre la vida espiritual en los adolescentes, llegó incluso a decir que había que comulgar con las dos especies, que la embriaguez generada por el vino tenía un fuerte sentido simbólico.

El adolescente se busca y no se encontrará mirándose al espejo, desahogándose en los medios sociales o echándose un “amorío”. Debe salir de sí mismo o misma a través de experiencias fuertes de evangelización, de servicio a personas sin techo o a personas con discapacidad…

Necesita superarse a sí mismo, experimentar la auténtica embriaguez en la alegría de la entrega de sí; si no, puede dirigirse hacia falsos paraísos como el sexo o las drogas.

Una vida cristiana plena no es una vida hacia uno mismo, sino una vida hecha para ser dada. Se puede experimentar con los scout o dando clases de catequesis a los más jóvenes. Así hace atravesar a los más pequeños por el camino que él mismo atraviesa y esta relación hace crecer a ambas partes al mismo tiempo. Está entonces en una posición de transmisión; pero es el adulto el que transmite.

Cuando confiamos a un adolescente una responsabilidad, se convierte en adulto… ¡y deja de incordiarnos con sus problemitas de adolescente!

Más allá de las rupturas, del duelo de la infancia y de su paraíso soñado, el joven entra en el don de sí mismo y supera los límites de la muerte y de la separación a través de experiencias fuertes, de fuego. Jesús transformó el agua en vino, el adolescente debe luego experimentar la sobria embriaguez del Espíritu Santo.

Olivia de Fournas Edifa Aleteia

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