En el momento en que el zigoto, tras la fecundación del óvulo por el espermatozoide, inicia su paso a embrión de dos células. Las ciencias experimentales han demostrado en los últimos años que la existencia de un ser humano comienza tras la fecundación
La biología molecular, la embriología médica y la genética han arrojado mucha luz para responder la antigua pregunta sobre el inicio de cada vida humana. La ciencia avala hoy que la vida empieza con la fusión del espermatozoide y el óvulo llamada fecundación (del latín, fecundare: fertilizar).
El clásico manual de Langman sobre embriología, utilizado en las Facultades de Medicina para el aprendizaje del desarrollo humano inicial, explica de manera sencilla el proceso de la fecundación: “Una vez que el espermatozoide ingresa en el gameto femenino, los pronúcleos masculino y femenino entran en contacto estrecho y replican su DNA” (o ADN). Esa unión genera una nueva célula llamada cigoto.
Esa nueva célula posee una identidad genética propia, diferente a la de los que le transmitieron la vida, y la capacidad de regular su propio desarrollo, el cual, si no se interrumpe, irá alcanzando cada uno de los estadios evolutivos del ser vivo hasta su muerte natural.
Durante las horas que dura la fecundación, el ADN de ambos progenitores se funde para alcanzar la estructura y patrón propios del nuevo individuo, y a la vez, con la fecundación se pone en marcha el motor de desarrollo embrionario con el que se inicia una nueva vida”.
Ese nuevo ser vivo, ya un embrión, se divide después en dos células, cada una de ellas con una finalidad biológica definida; más tarde en tres, luego en cuatro y así sucesivamente hasta formar un organismo completo y estructurado.
El siglo pasado, el profesor de Genética Fundamental de la Universidad de la Sorbona que descubrió la anomalía cromosómica que produce el síndrome de Down, Jérome Lejeune, ya señaló que todos los códigos de vida están inscritos en esa primera célula llamada cigoto.
2. Ese pequeño ser vivo ya pertenece a la especie humana. No es simplemente una sola célula que contiene toda la información genética que le identificará siempre y el programa de vida que necesita para desarrollarse hasta su etapa adulta; es mucho más, es un cuerpo humano en desarrollo.
El cigoto es un viviente de la especie de sus progenitores, con toda la dignidad que corresponde a cada uno de los hombres. En los últimos años, la ciencia ha permitido detallar la complejidad de la vida naciente. Explica detalladamente los mecanismos por los que ya la primera célula está dotada de una organización celular que la constituye en una realidad propia y diferente de la realidad de los gametos. Ese cigoto es ya un cuerpo, un organismo con un programa de vida individual. Posee polaridad y asimetría (lo cual la diferencia de cualquier otra célula) de tal forma que tiene trazados, en función del punto por que el que el espermatozoide penetró en el óvulo, los ejes que establecerán la estructura corporal.
La catedrática de Bioquímica de la Universidad de Navarra Natalia López Moratalla lo explica así: “La fecundación es un largo proceso de unas 12 horas que empieza con el reconocimiento específico y la activación mutua de los gametos paterno y materno, maduros, y en el medio adecuado. Desde la zona en la que el espermatozoide alcanza al óvulo se produce una liberación de iones calcio que se difunden como una onda hacia la zona opuesta.
Esa zona del óvulo en fecundación será el dorso del embrión y el eje dorso-ventral seguirá la dirección de la onda de calcio. Perpendicular a él, se establece el eje cabeza-cola. La concentración de iones calcio en el espacio celular del óvulo que se está fecundando regula los procesos que ocurren a lo largo del tiempo de la fecundación. El proceso esencial que se regula por estas señales moleculares es la estructura del ADN que, además de ser más que la suma del ADN de su padre y de su madre, tiene los cromosomas alineados según los ejes corporales para dar paso, sin solución de continuidad, al embrión de dos células”.
No se trata sólo de genética: el desarrollo del individuo requiere una serie de interacciones entre sus células, y sobre todo entre sus genes con componentes del medio interno y externo al organismo. Se realiza así la regulación perfecta y coordinada de la información genética. Ya en la primera división celular, cada una de las dos células del embrión tiene un destino diferente y bien definido. La rica en calcio quedará inmadura con capacidad de ir dando lugar a todos los tipos celulares, es el embrión. La otra, pobre en calcio, dirigirá su desarrollo hacia la formación de los tejidos extraembrionarios y la placenta.
En perfecta continuidad con el proceso de fecundación, el cigoto inicia el desarrollo, según la forma corporal dada por los ejes, con la construcción de las diversas partes del cuerpo. Al tercer día, el embrión ya está formado por ocho células. Autoorganizándose siempre de manera asimétrica, siguiendo una trayectoria unitaria programada de forma temporal y espacial, las células van generando los órganos y los tejidos. Antes de implantarse en el útero al inicio de la segunda semana, y desde el primer día, el embrión ha ido mandando señales moleculares a la madre para que ambos se coordinen como dos vidas distintas, en perfecta simbiosis durante toda la gestación.
La actual embriología molecular ofrece una imagen del embrión incompatible con la anticuada noción del embrión «amorfo», homogéneo, hecho de elementos iguales entre sí, escindible, del que incluso podrían separarse grupos casuales de células capaces de establecer en cualquier momento dos sistemas nuevos. El rigor científico impide hoy confundir un embrión con un conglomerado de células sin organizar.
3. Desde su inicio en la fecundación, ese ser es una persona con un dinamismo vital abierto propio de la especie humana.
Actualmente, un catálogo completo de las diferencias genéticas entre el hombre y el chimpancé muestra que cada ser humano tiene más creatividad –una identidad suya y diferente de la de los otros- que cualquier animal, con menos biología, con menos genes. López Moratalla explica que ha habido una “pérdida” de genes que suponen reducción de capacidad de adaptación al medio pero que son ganancia en posibilidad de manifestación del carácter personal. Por ejemplo, una mutación en el gen de la miosina, MYH16, se traduce en una fibra muscular más fina que permite al hombre el gesto típicamente humano de la sonrisa, a cambio de una disminución de la musculatura de la masticación.
Los gestos humanos naturales, como la unión corporal en la transmisión de la vida, las tendencias, tienen carácter personal ya que están liberados del automatismo de lo biológico. No existe una «propiedad biológica» que explique la apertura libre, intelectual y amorosa de los seres humanos hacia otros seres: la biología humana, como ciencia, reconoce la presencia, en los individuos de la especie Homo sapiens, de un dinamismo vital abierto y desprogramado y propio de cada individuo humano. Ese «plus de realidad» es inherente a cada uno y hace posible aflojar las ataduras que atan a los genes.
El cigoto es persona porque es un cuerpo humano. Y la dimensión corporal es un elemento constitutivo de la persona humana, destaca López Moratalla. Es decir, un ser humano no sólo tiene cuerpo, sino que es el titular de su cuerpo. Cada uno se identifica con la estructura biológica y al mismo tiempo el cuerpo es signo de la presencia de la persona. Cada vida humana es la vida de un sujeto que es a lo largo de la trayectoria temporal de crecer, madurar, envejecer y morir.
En cada sujeto humano, hay una fusión de su vida autobiográfica y su vida biológica que es inherente y originaria, aunque las manifestaciones genuinas y propias de su ser personal sólo pueden hacerse explícitas a un determinado y gradual nivel de desarrollo y maduración corporal.
Agradecemos la revisión de este artículo a la catedrática de Bioquímica de la Universidad de Navarra Natalia López Moratalla.
Patricia Navas, Aleteia
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