domingo, 27 de septiembre de 2020

Los abuelos, referentes esenciales para los niños

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Los abuelos desempeñan un papel irremplazable e importante en las familias. Pero ¿Cuál es su justo lugar, cómo pueden transmitir a sus nietos su vida de fe, su cultura y sus valores familiares sin con ello reemplazar a los padres?

«¿Quién puede olvidar la presencia y el testimonio de sus abuelos?», recordaba el papa Benedicto XVI en 2008. Antaño, los abuelos tenían un lugar esencial en las familias, cuyo hogar compartían a menudo.
Con una esperanza de vida más corta que ahora, saboreábamos, por su rareza, la suerte de poder disfrutar de una abuela o un abuelo venerado. Hoy en día, los abuelos son más numerosos, las generaciones ya no cohabitan bajo el mismo techo, el modelo familiar se ha alterado.
¿Qué sucede entonces con los abuelos en esta configuración?

No sustituir a los padres en la educación de los hijos

Los abuelos tienen un lugar más esencial que nunca, valora el padre Yannik Bonnet, sacerdote y abuelo: “Las separaciones y el trabajo de los dos padres hacen que su presencia sea necesaria, aunque es mucho más complicado que antes”. Sufren por ser tratados sobre todo como suministradores de servicios y, a veces, por el chantaje afectivo que practican los hijos.
Es cierto que pedimos a los abuelos de hoy en día estar disponibles al 100 %, mientras que ellos mismos siguen activos y a menudo desbordados por los compromisos cuando se jubilan; les pedimos que permanezcan alertas y al corriente de todo, mientras que ellos ya se hacen viejos; y pedimos que acepten en sus propias familias situaciones que chocan contra sus convicciones más profundas y que les cuestan.
¿Cómo posicionarse en esas condiciones? Marie y Marc, Martine, Françoise, Brigitte y Joseph, Élisabeth y Hugues, con edades entre los 52 y los 73 años, representan la diversidad de situaciones de los abuelos de hoy día. Todos, al margen de las dificultades, insisten de entrada en la alegría que les aportan sus nietos.
Françoise, con cinco hijos todos casados y pronto catorce nietos, explica: “La vida es un regalo y tomamos más consciencia de ello al envejecer; lo único que cuenta es amar y, como nosotros sólo vemos a los niños ocasionalmente, nos concentramos en esos momentos”.
Por eso, aunque su posición sea delicada, rechazan el término de sufrimiento: “Nosotros sufrimos cuando nuestros hijos sufren”, afirman Marc y Marie, con cuatro hijos, entre ellos una hija divorciada-casada de nuevo y una nuera que se niega a verlos, y con cinco nietos.
Martine, con tres hijos, entre ellos una pareja no casada y una nieta sin bautizar, aunque ella misma vive de Cristo, constata: “Es ante todo una carencia para ella”. Igual que Françoise, a quien le parece una pena que tres de sus nietos no estén bautizados pero habla libremente de ello con su hija, aunque sin darle sermones.
Todos conciben su papel en la disponibilidad, la acogida y el don de sí. Consideran que es más que normal hacer favores, aunque saben también plantear límites. Para Brigitte y Joseph, es importante preservar tiempo para ellos mismos y añaden: “Ni debemos ni podemos reemplazar a los padres”.
Marc y Marie han adoptado la misma regla, salvo en caso de urgencia. También han decidido ser testigos de misericordia y aceptar todas las situaciones familiares. Únicamente Brigitte y Joseph pueden alegrarse de no haber encontrado ningún contratiempo en este aspecto, con sus dos hijos casados y sus ocho nietos todos bautizados. Estos abuelos han comprendido bien que no pueden sustituir a los padres en la educación de los niños, como confirma el padre Bonnet.

Amar sin llevar la cuenta, sin juzgar y sin esperar nada a cambio

Sin embargo, tanto Françoise como Martine imponen ciertas reglas en sus casas y ponen atención en hacer respetar las que dictaron los padres. Así, Françoise nunca tiene caramelos en casa, porque entiende que a sus hijos no les gustaría.
Igualmente, Martine se cuida bien de intervenir en presencia de los padres, sobre todo durante las comidas, donde presencia, con los labios cosidos, los caprichos de su nieta; al haber sido ella misma una madre muy invasiva, sabe lo importante que es respetar la libertad de sus hijos.
Por tanto, aceptar incondicionalmente no significa ni dar todo su tiempo ni querer satisfacer todas las carencias de los padres. Aceptar a nueras y yernos de otra religión tampoco es simple, admiten Hugues y Élisabeth, con cinco hijos casados y catorce nietos: “Con mi yerno, lo que me cuesta aceptar es sobre todo la diferencia de educación; en casa de mi nuera, lo que me incomoda es el materialismo; me he aferrado al hecho de que hacen felices a mis hijos”, explica Hugues.
Y continúa Élisabeth: “Para los nietos, intento aceptarlos sin juzgarlos, quererlos sin hacer preferencias. No decir nada no es algo evidente, como experimentamos cuando una de nuestras hijas, con su marido y sus tres hijos, se instaló en nuestra casa ¡durante varios meses! Tuvimos que controlarnos mucho”, recuerda riendo.
Amar sin llevar la cuenta, sin juzgar y sin esperar nada a cambio es la regla que se han fijado estos abuelos, pero son muy conscientes de que tienen también la delicada tarea de transmitir. “Es incluso su papel fundamental”, recuerda el padre Bonnet, “pero eso sucederá a través de consejos y no a través de órdenes”.
Es lo que pone en práctica Françoise: “Cuando les pedimos algo, se hace en una atmósfera muy diferente a la de su casa porque tenemos más tiempo para explicar el porqué de las cosas”. Y constata Marie: “Lo comprenden muy bien; es una manera de aprender que existen normas diferentes según los hogares”.
La cuestión está también en saber qué transmitir porque, como señala el padre Bonnet, los más pequeños escuchan por lo general con más atención a los abuelos que a sus propios padres. Así, los ancianos pueden ser un auténtico apoyo para los pequeños, a condición de escuchar y preguntar oportunamente más que querer adoctrinar.
Esto implica, ante todo, transmitir una experiencia de vida que podrá ayudar a los nietos a tomar sus propias decisiones. Y lo mismo puede decirse de la fe.

Testimoniar su fe a través de su manera de vivir

“Tenemos que ser testigos del amor de Dios, desde el respeto”, dice Françoise. Aquí está el gran desafío: “Respetar las convicciones  de nuestros hijos no me impide anunciar a Cristo”, completa Martine. Y añade: “Él murió por nosotros y por eso no tengo derecho a callarme ante mi nieta; pero debo tener cuidado y hacerlo con el acuerdo de sus padres”.
Las dificultades que ha encontrado con la pareja de su hijo han reforzado su fe, paradójicamente, en vez de desanimarla. Geneviève, de 86 años, matiza: “Por supuesto, no podemos sermonear… Pero debo testimoniar mi manera de vivir. Y luego siempre podemos decir: Todo lo que puedo constatar es que la fe, en una vida que comienza a ser larga, siempre ha sido mi fuerza. Y, habiendo atravesado momentos de dolor y de duelo, porque no se logra llegar a mi edad sin ver partir a seres queridos, también es mi alegría… probablemente a causa de la esperanza”.
Para Marie, buscar una manera de superar esta dificultad ha sido incluso estimulante para arraigarse más en Dios: “Las dificultades atravesadas en los hogares de mis hijos me han obligado a buscar una manera de decir mis convicciones sin herir”. Una progresión que no habría sido posible si “no hubiéramos aplicado ya una higiene de vida espiritual”, constata su esposo.
En cuanto a los consejos prácticos, la oración es la principal y última recomendación del padre Bonnet: “Es la única forma de poder construir una familia unida tanto en el sufrimiento como en la dicha”.
Según Geneviève, es una evidencia: “No pasa un día sin que, por la mañana, tras los laudes, lleve a mis hijos y nietos ante el Señor. Le pido que los bendiga, que los refugie bajo sus alas, que esté presente en sus vidas y que sus vidas no pasen sin Él”.
Frédérique de Watrigant, Edifa Aleteia

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