Varias parejas y algunos jóvenes cuentan su experiencia
Thomas, de 10 años, tenía graves p roblemas para conciliar el sueño de noche. Se levantaba innumerables veces porque tenía sed, miedo o se despertaba angustiado. La psicóloga consultada pidió a los padres que fueran juntos a abrazar a su hijo cada noche en su cama, diciéndole que le querían, pero también que se querían y que se amarían para siempre. De la noche a la mañana, Thomas recuperó el sueño, además de la sonrisa y mejores notas en el colegio. Según parece, algunas riñas parentales y la historia de un compañero de clase cuyos padres se estaban divorciando habían sembrado la inquietud en el muchacho.
Michel y Amélie comentan a este respecto:
Nuestros hijos son unos radares. Si algo no va bien entre nosotros, a pesar de nuestros esfuerzos para que no se den cuenta, lo saben. El pequeño se vuelve un llorón, su hermana dice ‘no’ a todo y los dos mayores se pegan. Al contrario, un día en que la tormenta resonó claramente, una discreta petición de perdón entre nosotros trajo la paz entre los niños”.
En casa de Marc y Nathalie, hay dos “indicadores” de la armonía conyugal: el coche y la oración, donde padres e hijos mantienen una mayor proximidad.
Si los niños sienten tensión entre nosotros, es un campo de batalla”.
Caldo de cultivo para la felicidad
Cuando la pareja se ama, los niños cosechan los frutos. Pero cuando el amor conyugal hace aguas, son los niños los que pagan el precio.
Una imagen defectuosa de la relación pareja de los padres puede afectar a la construcción de la vida familiar de los hijos. Incluso aunque hayan recibido una “buena educación” y gocen de una buena posición social y profesional, su relación de pareja puede verse afectada.
Patricia nos cuenta su experiencia:
Toda mi infancia escuché a mi madre criticar a mi padre, de modo que tenía una imagen muy negativa de él e, inconscientemente, de todos los hombres. Solo pude casarme una vez que la imagen de mi padre fue ‘restaurada’”.
La mirada positiva que los esposos se dedican entre ellos es esencial para permitir al niño identificarse con su padre o con su madre.
El amor de los cónyuges no exime de la tarea educativa. Sin embargo, es el caldo de cultivo en el que podrán obtener los mejores frutos.
Hélène da testimonio de ello:
El hecho de sentirme amada incondicionalmente por mi marido, incluyendo en los momentos de desacuerdo e imperfección, me hace fuerte para amar a mis hijos sin demagogia, sin intentar inconscientemente captar su amor. Me apoyo en el amor de Michel para buscar su verdadero bien en la educación”.
Por su parte, Paul e Isabelle manifiestan:
Si nuestra hija Marguerite no siente unidad entre nosotros, se distancia de nosotros o se acerca a uno rechazando al otro, y hace lo que le da la gana. Pero en cuanto nos siente en armonía, se vuelve un encanto y ‘recarga baterías’ con nosotros”.
El gran pánico de los niños es ver a sus padres separarse: “¿Cómo escoger entre papá y mamá?”, se preguntan esencialmente los niños. “Me dan igual sus errores, los necesito a los dos. Si se separan, ¿adónde iré?”.
El primer elemento constructivo que aporta a los niños la solidez del amor conyugal es el sentimiento de seguridad, indispensable para elevarse sin temor en la vida. En el caso de Michel y Amélie, ambos de carácter fuerte, el ambiente no está siempre soleado.
Pero nuestros hijos saben que nuestro matrimonio es un sacramento, que para nosotros es indisoluble. ¡Eso les permite aguantar con un poco más de serenidad nuestras discusiones!”.
¡Pero qué delicado es el paso de la comunión conyugal a la comunión familiar! Esposo-esposa, padre-madre, padres-hijos: esta relación triangular necesita un reajuste constante, tal y como explica Annie de Butler, psicoanalista.
Sabine Bidault, Edifa Aleteia
Vea también El matrimonio, la redención y la resurrección - San Juan Pablo II
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