La interpretación de la Biblia forma parte de la misma Biblia: el propio Jesucristo, por ejemplo, explica a sus discípulos el significado de algunos pasajes del Antiguo Testamento. De ahí que no tenga sentido contraponer el sentido literal de tal o cual versículo o libro de las Sagradas Escrituras con su lectura literaria, es decir, con su dimensión alegórica. Lo explica de forma muy sugerente el escritor y biógrafo Joseph Pearce en un reciente artículo en National Catholic Register [los ladillos son de ReL]:
Leer la Biblia como literatura
¿Debe leerse la Biblia de forma literal o literaria? No solo hay que plantear la pregunta, sino que hay que responderla si se quiere leer la Biblia de acuerdo con las exigencias de la fe y la razón.
Como suele ser el caso, nos servirá empezar por definir nuestros términos. ¿Cuál es la diferencia entre leer literalmente y leer literariamente?
Leer literalmente es ver los hechos y solo los hechos; leer literariamente es ver otros niveles de significado más allá de los hechos, que se descubren a través del reconocimiento de una dimensión alegórica del texto.
Es importante darse cuenta de que los dos tipos de lectura no están necesariamente en conflicto. Se requiere una comprensión literal del texto antes de que sea posible una comprensión literaria. Por lo tanto, no se trata de una cuestión de uno u otro, sino de ambos. Debemos leer la Biblia literalmente para poder leerla literariamente. Sin embargo, no basta con leer la Biblia literalmente. Si insistimos en los hechos y nada más que en los hechos, no veremos la plenitud de la verdad que revela la Escritura.
La mejor manera de entender la necesidad de leer la Biblia literariamente se encuentra en la enseñanza de dos grandes santos, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino.
San Agustín y las alegorías
En su obra fundamental Sobre la doctrina cristiana (De doctrina Christiana), Agustín hace la distinción crucial entre "cosas" y "signos": "He llamado aquí 'cosa' a lo que no se usa para significar otra cosa, como el madero, la piedra, el ganado, etc.; pero no ese madero sobre el que leemos que Moisés lo echó a aguas amargas para que se disipara su amargura, ni esa piedra que Jacob colocó bajo su cabeza, ni ese cordero que Abraham sacrificó en lugar de su hijo. Porque estas son cosas de tal manera que también son signos de otras cosas".
En concreto, Agustín considera que el "madero" en este contexto bíblico concreto significa la cruz, y la "piedra" y el "cordero" representan la naturaleza humana de Cristo. Son cosas literales que significan algo más. "Porque estas son cosas de tal manera que también son signos de otras cosas".
A continuación, distingue dos tipos distintos de signos. Hay "signos naturales", los que se dan en la naturaleza, como el humo que significa fuego o las huellas de animales que significan el paso de un animal. Y luego están los "signos convencionales", como las palabras, "cuyo uso completo consiste en significar". Toda palabra es, por tanto, alegórica en el sentido más amplio de la palabra, en la medida en que es una cosa cuyo único propósito es significar algo más allá de ella misma.
El término alegoría deriva del griego allegoria, que a su vez es la combinación de otras dos palabras griegas: allos, que significa "otro", y agoria, que significa "hablar". En su nivel más básico, la alegoría es, por tanto, cualquier cosa que "habla" o señala a otra cosa. En este sentido, como afirma San Agustín, toda palabra es una alegoría, un signo convencional que significa otra cosa.
La palabra "dog" [en inglés, "perro"] es, cuando se habla, un sonido, o, cuando se escribe, una serie de tres formas (letras) dispuestas en un orden determinado, que significa un mamífero canino de cuatro patas. Cada una de las tres letras dispuestas en un orden determinado para formar la palabra "dog" son en sí mismas alegorías, puesto que significan determinados sonidos. Si se colocaran esos tres significantes alegóricos en otro orden, se obtendría una palabra que significaría algo muy diferente a "perro" ["god" {en inglés, "dios"}].
Las letras y las palabras son la forma más básica de alegoría, es decir, cosas que hablan de otras cosas; pero hay muchos otros tipos de alegorías. Las parábolas de Cristo son alegorías en el sentido de que son una cosa, una historia de ficción, que habla de otra cosa: la lección moral que hay que aprender como algo que se puede aplicar a nuestra propia vida y a la de nuestro prójimo. En la medida en que el Hijo Pródigo, o su misericordioso padre, o su envidioso hermano nos recuerdan a nosotros mismos o a otros, son figuras alegóricas.
Hay otra forma más cruda de alegoría en la que los personajes se reducen a ser meras abstracciones personificadas, es decir, que solo existen para representar un concepto abstracto. Ejemplos de esta forma de figura alegórica serían la Señora Filosofía en La Consolación de la Filosofía de Boecio, o el Gigante Desesperación en El progreso del peregrino de Bunyan, o la Señora Razón con sus hermanas menores Filosofía y Teología en El regreso del peregrino de C. S. Lewis. Esta forma cruda de alegoría no se encuentra en las Escrituras, pero, como hemos visto, otras formas de alegoría, como, por ejemplo, la aplicabilidad moral de las parábolas de Cristo, están presentes de forma conmovedora y palpable. Es en este sentido que es imperativo que vayamos más allá del nivel literal de comprensión del texto y lleguemos al literario.
Santo Tomás de Aquino y los significados
Según Tomás de Aquino, la Biblia debe leerse en no menos de cuatro niveles distintos de significado: el nivel literal y tres niveles alegóricos distintos. Estos tres niveles son los que él denomina alegórico, moral y anagógico.
El significado alegórico se encuentra en la forma en que el Antiguo Testamento prefigura y señala su cumplimiento en el Nuevo Testamento; el significado moral se encuentra en la forma en que el texto de la Escritura es aplicable a la vida moral del lector y de su prójimo; y el significado anagógico se relaciona con el significado eterno del texto, recordando al lector las últimas cuatro realidades: la muerte, el juicio, el cielo y el infierno.
Dos formas literarias
Una vez que hemos determinado que la Biblia debe leerse literariamente y no solo literalmente, podremos detectar mejor la calidad literaria de la Escritura. A grandes rasgos, puede decirse que la literatura se divide en dos formas distintas que podrían denominar lírica y narrativa.
La literatura lírica es el fruto de esa contemplación, nacida del asombro, que dilata la mente y el alma en la plenitud de la realidad. La encapsuló Gerard Manley Hopkins en su poema La grandeza de Dios, que celebraba la presencia de lo divino en el mundo material, la presencia del Creador en su creación:
El mundo está cargado de la grandeza de Dios.
Flamea de pronto, como relumbre de oropel sacudido...
Esta dimensión lírica puede verse en el Cantar de los Cantares y en los Salmos de David, y también, de manera más sublime, en el capítulo inicial del Evangelio de San Juan, así como en la descripción extática y anagógica del Apocalipsis con la que fue dotado Juan.
Sin embargo, es en la dimensión narrativa de la Escritura donde las cualidades literales y literarias brillan con más fuerza. La Biblia, y en especial el Evangelio, es dar la Buena Nueva a través de la narración de buenas historias.
Sabemos que las historias son una forma poderosa de evangelizar porque han sido sancionadas y santificadas por el propio Cristo, que enseñó muchas de sus lecciones más importantes en forma de parábolas, que son narraciones de ficción. En un nivel más profundo, Cristo también nos contó la historia más poderosa en el desarrollo de su nacimiento, vida, sufrimiento, muerte, resurrección y ascensión. La historia más grande jamás contada es la propia historia de la vida de Cristo.
La Biblia, arquetipo literario
Esto fue lo que Tolkien y Lewis llamaron el Mito Verdadero, el mito que realmente sucedió. Otros mitos o historias, como las que cuentan los propios Tolkien y Lewis, son ecos de esa Historia Verdadera.
De este modo, la Biblia puede verse no como un tipo de literatura, sino como el arquetipo del que toda la demás buena literatura es a su vez un tipo. Esto fue insinuado, tal vez, por el Padre Historia en El regreso del peregrino de Lewis, quien explica que los antiguos mitos paganos eran imágenes enviadas por Dios a aquellos que habían olvidado cómo leer.
La Escritura puede ser vista como la Imagen Verdadera dada por Dios para mostrarnos a Sí mismo, lo que se hace principalmente a través de la narrativa, mediante el relato de historias que tienen un significado alegórico, moral y anagógico aplicable.
La Biblia, escuela de vida
Si vemos la Encarnación como el momento en el que el Autor entra en su propia historia (siendo la historia "su historia"), vemos la historia humana y la vida misma como una narración que apunta al Final Feliz que el propio Autor ha prometido a quienes lean bien la historia y desempeñen su propio papel dentro de ella. Cada uno de nosotros, en la historia de nuestra vida, es una historia-dentro-de-la-historia, como la parábola del Hijo Pródigo es una historia-dentro-de-la-historia del Evangelio, y como la obra-dentro-de-la-obra en Hamlet es una historia-dentro-de-la-historia que sirve como una revelación que ilumina la propia historia.
De este modo, podemos ver que no solo debemos aprender a leer la Biblia literariamente, sino que debemos aprender a leer la vida misma literariamente.
En cuanto al poder de la narrativa de ficción para revelar las verdades más profundas, concluyamos con la más sacrosanta de las obras de ficción a la que ya hemos hecho referencia. La parábola del Hijo Pródigo es una obra de ficción. El Hijo Pródigo nunca existió; tampoco su padre, ni su hermano, ni los cerdos. Todos ellos son producto de la imaginación de Cristo. En este sentido, son personajes de ficción y podríamos sentir la tentación de verlos como menos reales que nosotros.
Y sin embargo, cada vez que se ha contado o leído esa historia desde que Cristo mismo la contó por primera vez, cada oyente o lector se ha visto a sí mismo en la historia, tal vez como el Hijo Pródigo, o el hermano envidioso, o el padre que perdona. Y cuando escuchamos o leemos la historia, no pensamos que el Hijo Pródigo es como nosotros, sino que pensamos que somos como el Hijo Pródigo. Él es el arquetipo del que nosotros solo somos tipos. En este sentido tan verdadero, él es más real que nosotros aunque nunca haya existido, salvo en una historia ficticia que nos cuenta Cristo.
La razón por la que la historia ficticia del Hijo Pródigo nos habla con tanta fuerza es que no la leemos simplemente de forma literal, sino literaria. Nos vemos como el Hijo Pródigo porque su padre es también nuestro Padre. Nos vemos como el hermano envidioso porque también hemos dejado de amar a nuestro prójimo, sintiendo que es menos digno que nosotros.
J. R. R. Tolkien escribió que las historias de ficción, incluso las de hadas, son un espejo para el hombre. Nos muestran a nosotros mismos. ¿Acaso no es esto más cierto de la Biblia?
La diferencia entre la Biblia y el resto de la literatura es que la Biblia no es un mero espejo que nos muestra a nosotros mismos, sino que es la luz con la que se ve la realidad.
Vea también Exégesis e Interpretación de las Sagradas Escrituras (abundante material)
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