lunes, 12 de junio de 2023

Javier Cirujano: 30 años del «martirio» de misionero español en Colombia

COLOMBIA

Guerrilleros secuestraron, enjuiciaron y asesinaron a bala a un anciano sacerdote que había cambiado la vida del pueblo de San Jacinto. Sacerdotes y feligreses afirman que fue por odio a la fe

Javier Ciriaco Cirujano Arjona llegó a Colombia en 1964 procedente de la diócesis de Plasencia, España. Había nacido en 1925, en Jaraíz de la Vega, provincia de Cáceres, región de Extremadura. Era uno de los seis sacerdotes fidei donum enviado por el episcopado español en desarrollo de la petición del papa Pío XII de asignar presbíteros a regiones marginadas en las que no había suficientes religiosos. Por eso fue acogido en la arquidiócesis de Cartagena de Indias y nombrado párroco de la población de San Jacinto, departamento de Bolívar.

El padre Rafael Castillo Torres, su secretario, amigo y actual director de Pastoral Social del Episcopado Colombiano, recuerda que cuando Cirujano Arjona llegó, la subregión de los Montes de María vivía el esplendor de la ganadería, el comercio y la agricultura. Además, —señala— «era una subregión estratégica en el norte de Colombia debido a su geografía, su prosperidad, su cercanía con Cartagena, el mar Caribe y el río Magdalena, el más importante del país».

San Jacinto también era muy conocida por la calidad de las hamacas de hilos elaboradas por mujeres de todas las edades y por los Gaiteros de San Jacinto, una agrupación de música folclórica conformada por campesinos que décadas después alcanzarían renombre mundial al ganar un Premio Grammy Latino.

«Javier Ciriaco se hizo tan amigo de estos artistas del pueblo que en poco tiempo olvidó su música extremeña y se familiarizó con los ritmos interpretados al son de gaitas, maracas, tamboras y cantos ancestrales que hablan de la vida cotidiana», evoca el padre Castillo Torres.

Guerrillas

A comienzos de los años 70 la región empezó a sufrir los golpes de las guerrillas, en particular el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Ejército Popular de Liberación (EPL), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc-EP).

Estas organizaciones, como lo expresaba el sacerdote asesinado en su correspondencia, eran las encargadas de generar terror en los quince pueblos de los Montes de María, integrados por cerca de 380.000 mil habitantes en esa época.

Sus acciones incluían tomas violentas de pueblos, asaltos a bancos, extorsiones a la población, secuestros, desplazamientos forzados y asesinatos de civiles, policías y militares. Como respuesta a la violencia surgieron grupos paramilitares de derecha que al actuar por fuera de la ley también adoptaron prácticas criminales similares, muchas veces con el apoyo de agentes gubernamentales, según se ha documentado legalmente.   

Padre Javier Cirujano

Padre Javier, mediador de paz

En múltiples ocasiones la guerrilla le pidió al párroco actuar como intermediario ante el Gobierno Nacional para buscar salidas políticas al conflicto y cesar la violencia. La misma guerrilla consideraba que su respetabilidad como pastor y su prestigio entre la comunidad garantizaban su papel como facilitador de paz y daban tranquilidad a las partes en conflicto.

Los archivos eclesiásticos y gubernamentales dan cuenta de sus actividades como mediador y las versiones de testigos y negociadores demuestran cómo su tarea siempre tuvo un énfasis pastoral alejado de prejuicios o dogmatismos políticos.

No obstante, según la copiosa correspondencia que por años sostuvo con su hermana Pilar Cirujano Arjona, el padre ejercía su tarea con un comprensible temor humano, pero sin olvidar su «espíritu evangélico».

Por ejemplo, en 1986 le dijo a Pilar: «No os preocupen las noticias que oigáis de Colombia, con los curas no se meten y precisamente el jefe guerrillero del ELN es un cura español muy conocido mío [Manuel Pérez, alias el Cura Pérez]… Aunque un cura con metralleta es grotesco».

En otra de sus misivas señalaba con crudeza: «La gente parece que quiere regresar a la edad de piedra, es un odio y deseo de sangre que estremece…es una minoría, pero aterradora».

En casi todas sus cartas destaca el poco valor que tenía para los violentos la vida humana: «El país ha caído en una ola de criminalidad que no se puede pisar la calle, se mata por cualquier cosa. La vida no vale nada».

En otras cartas reconocía la soledad en que vivía y temía por su vida: «…Jamás ni podía pasar por mi imaginación que me tocaría vivir una situación bajo semejante terror, expuesto a cada momento a caer asesinado por cualquiera y sin ningún motivo…».

Pese a que presentía su muerte, el misionero siempre dijo que no abandonaría a sus feligreses: «…Yo permanezco porque no quiero dejarlos solos en los momentos de peligro, sería una cobardía y una villanía y eso jamás. ¡Dios velará por nosotros y si toca caer pues hay que aceptarlo…!

Buscando la paz, encontró la muerte

El 29 de mayo de 1993 el párroco se desplazó a caballo hasta Las Lajas, un corregimiento cercano a San Jacinto. Allí realizó sus últimas actividades pastorales: matrimonios, bautizos, primeras comuniones, confesiones y una eucaristía. En la tarde, de regreso al pueblo, fue secuestrado por diez hombres encapuchados del Frente Francisco Garnica del EPL que lo llevaron hasta una zona boscosa para «hablar de aspectos psico-sociales».

El 12 de junio este grupo guerrillero informó que el padre Javier había sido sometido a un «juicio popular por colaborar con los grupos paramilitares» y que como consecuencia de ese proceso había sido condenado «al ajustamiento», es decir, a la pena de muerte.

Según las autoridades, el padre fue torturado y luego fusilado por un comando de este grupo subversivo que lo enterró en una fosa sin ninguna señal que sirviera para identificarlo.

El 16 de julio —fiesta de la Virgen del Carmen, una advocación de profundo arraigo en el Caribe colombiano— una patrulla militar halló en un lugar inhóspito el cuerpo del infortunado sacerdote. Al llegar el féretro a San Jacinto las campanas no cesaron de doblar lastimeramente, mientras que una multitud de unas diez mil personas alzaba pañuelos blancos y clamaba justicia. Otras personas oraban y lloraban y no faltaron quienes exclamaron: «¡Mártir, mártir, mártir de Cristo!».

Luego de las honras fúnebres en San Jacinto, el cuerpo fue velado en Cartagena. Desde allí, acompañado por una delegación proveniente de España, fue enviado el 21 de julio a su pueblo natal. En medio de gran consternación, la población despidió con oraciones y aplausos al mártir el 24 de julio. En su tumba aparece esta inscripción: «Buscando la paz, encontró la muerte».

COLOMBIA
Tumba

Su herencia

Los documentos de la parroquia de San Jacinto indican que durante los treinta años de ministerio en la población el padre Javier Ciriaco celebró 12.752 matrimonios y 15.640 bautizos. Aunque no existe una estadística sobre el número de misas que presidió, algunos sacerdotes no dudan en afirmar que, debido a incansable actividad, fácilmente pudo haber celebrado no menos de 10.000.

Adicionalmente, dejó una huella muy grande en la educación, porque fundó muchas escuelas y colegios, e hizo gran tarea en la formación en la fe cristiana del pueblo, a través del movimiento Cursillos de Cristiandad.

«Tuvo un gran amor por los campesinos, por los agricultores y por los pobres, a quienes siempre proveyó de lo esencial no solamente con sus palabras y su ejemplo sino con su testimonio de vida», explicó a Aleteia el padre Castillo.

Tal vez lo que más recuerdan es que construyó una iglesia con una arquitectura muy parecida a la forma como conciben en el campo los espacios para cultivar el tabaco. Esta tarea necesitó de la ayuda de la comunidad y de sus propios recursos como los de su familia en España. Adicionalmente, lideró la construcción de otras diez iglesias en pueblos y corregimientos aledaños.

«Por esa razón el pueblo sintió mucho dolor, tristeza y pesar porque acabaron con la vida de un hombre bueno que sembró evangelio, sembró educación y esperanza a la comunidad de San Jacinto».

Para dejar una memoria sobre la vida y obra de este pastor, su amigo y discípulo, el padre Rafael Castillo Torres, escribió dos libros que detallan la huella humana y pastoral dejada por el sacerdote español (La paz no se escribe con sangre y Memoria de un misionero… Testimonio de un mártir), para que se conozca su testimonio misionero.

Son las jerarquías eclesiásticas de Cartagena y Plascencia las que deben dar los primeros pasos para promover la causa de beatificación por martirio de Javier Ciriaco, a quien consideran un mártir.

En palabras del padre Rafa, el misionero español «es santo de un solo tajo porque fue asesinado por odio a la fe y a la Iglesia».


Lucía Chamat, Aleteia

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