miércoles, 21 de junio de 2023

Creación de embriones humanos sintéticos: excediendo los límites

Embriones Musicales

El objetivo de la investigación era generar un modelo de embrión artificial con el que estudiar el complejo fenómeno de la implantación, momento en el que el embrión anida en el útero materno, ya que numerosos casos de abortos espontáneos se relacionan con la incapacidad de algunos embriones para implantarse con éxito.

(ZENIT Noticias – Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia / Valencia, 20.06.2023).- Como hemos publicado previamente desde nuestro Observatorio, los embriones artificiales, en los que trabajan muchos equipos de investigación desde hace años, también llamados embrioides, modelos embrionarios o blastoides, son aglomerados celulares obtenidos a partir de células troncales, conocidas popularmente como células “madre”, que reflejan en cierta medida algunas estructuras y funciones de los embriones, con el objetivo de poder estudiar esta intrigante y compleja etapa de nuestro desarrollo sin tener que recurrir al uso de embriones humanos, evitando así los impedimentos éticos y legales de estas investigaciones.

Hace poco más de un año se publicaba en la prestigiosa revista científica Nature la producción de un embrión artificial a partir de células troncales humanas que pudo implantarse en una especie de útero también artificial.

El objetivo de la investigación era generar un modelo de embrión artificial con el que estudiar el complejo fenómeno de la implantación, momento en el que el embrión anida en el útero materno, ya que numerosos casos de abortos espontáneos se relacionan con la incapacidad de algunos embriones para implantarse con éxito.

Estos embriones artificiales se han denominado blastoides, en referencia al blastocisto, que es el embrión en la etapa en que ocurre la implantación uterina. Para generarlos se utilizaron células troncales humanas de distintos tipos, incluyendo células troncales embrionarias y células pluripotentes inducidas (las cuales se obtienen reprogramando células adultas a un estado de desarrollo semejante al embrionario). Con ambos tipos se consiguieron estructuras similares con una eficiencia comparablemente alta, según concluyen los autores de la investigación. Posteriormente, estos embriones artificiales se pusieron en contacto con una especie de útero artificial, que consistía en un conjunto de células del endometrio que recubre el interior del útero. Los investigadores comprobaron que al añadir estrógenos y progesterona en la misma cantidad que se produce durante el embarazo, los blastoides se adherían a las células endometriales, simulando la implantación. Los investigadores esperaban que este modelo artificial embrión-útero permitirá estudiar el fenómeno de la implantación en mayor profundidad, permitiendo conocer mejor las causas de los abortos espontáneos.

Un paso más

Con este mismo objetivo, se han publicado en algunos medios recientemente los resultados, aún no publicados en medios científicos contrastables, del trabajo liderado por el científico palestino Jacob Hanna, quien ha comunicado haber conseguido imitar por primera vez una de las fases más desconocidas del desarrollo embrionario de una persona. Ello implica haber logrado el desarrollo de todas las estructuras embrionarias, a diferencia de los ensayos anteriores, lo que supone un paso más hacia la reproducción humana prescindiendo de la fecundación.

En un trabajo previo del mismo autor, en este caso con ratones, se adaptó una plataforma recientemente establecida para el crecimiento ex útero prolongado de embriones naturales para generar modelos de embriones completos sintéticos posteriores a la gastrulación de ratón (sEmbryos), con compartimentos embrionarios y extraembrionarios, a partir únicamente de células troncales embrionarias (ESC). Esto se logró mediante la agregación conjunta de ESC no transducidas, con otras ESC no modificadas que expresan transitoriamente los genes Cdx2 o Gata4 para promover su desarrollo hacia los linajes de trofoectodermo y endodermo primitivo, respectivamente. Los embriones logran adecuadamente la gastrulación, avanzan a través de hitos clave del desarrollo y desarrollan progenitores de órganos dentro de compartimentos extraembrionarios complejos similares a los embriones de ratón en etapa E8.5.

Los hallazgos de estos trabajos destacan el potencial plástico de las células pluripotentes no modificadas para autoorganizarse y reconstituir funcionalmente y modelar todo el embrión mamífero más allá de la gastrulación.

Paralelamente, hemos conocido los resultados obtenidos por el equipo de la Dra. Magdalena Żernicka-Goetz, profesora de biología e ingeniería biológica de la Universidad de Cambridge y del Instituto de Tecnología de California, quien describió sus resultados en un discurso el pasado miércoles en la reunión anual de la Sociedad Internacional para la Investigación de Células Madre en Boston, según publica el diario británico The Guardian.

La Dra Żernicka-Goetz afirmó que podía crear modelos similares a embriones humanos mediante la reprogramación de células (troncales embrionarias)”, lo que diferencia este experimento del de el Dr. Hanna, ya que en este caso sí se ha desarrollado una modificación genética de las células troncales embrionarias utilizadas.

Previamente, publicó sus experimentos con ratones dirigidos también a la obtención de embrioides que completen la fase de gastrulación y progresen en su evolución hacia la organogénesis temprana.

Además, afirman, que no solo se obtienen pseudoembriones por este procedimiento, sino que también podrían derivarse por este método células germinales, ovocitos y espermatozoides. Esta posibilidad también se enmarca en los intentos de lograr la reproducción humana obviando la reproducción sexual.

Valoración bioética

En primer lugar, en ambos experimentos, tanto el de Hanna como en el de Żernicka-Goetz, se parte de células troncales embrionarias, procedentes de embriones humanos generalmente sobrantes de reproducción asistida, de los que se extraen las células troncales pluripotentes, lo que implica necesariamente su destrucción.

En segundo lugar, el Dr. Hanna afirma no haberlas modificado genéticamente, pero en realidad las ha sometido a estímulos químicos para lograr el desarrollo de todas las estructuras embrionarias, lo cual puede provocar cambios epigenéticos que condicionan la expresión genética en el embrión. En el segundo trabajo, el de la Dra Żernicka-Goetz, sí se produce una edición genética de las células troncales embrionarias utilizadas, con el fin de lograr el desarrollo de las estructuras embrionarias y extraembrionarias. Por tanto, este segundo experimento merece la misma consideración bioética negativa que en el caso anterior, con el agravante de que se ha desarrollado una manipulación genética de las células precursoras del embrión, de consecuencias no predecibles, en el futuro hipotético de que se promoviera su desarrollo hasta el nacimiento.

En tercer lugar, los embriones producidos son humanos, se generan para ser destruidos. El argumento de que no pueden desarrollarse hasta el nacimiento no es suficiente para no considerarlos individuos de la especie humana. Dado que comparten la dotación genética humana y muestran la capacidad de desarrollarse en sus primeras etapas evolutivas, resulta muy complicado establecer qué grado de diferencias con los embriones humanos obtenidos por fecundación deben constatarse para clasificarlos como verdaderos embriones o, por el contrario, como pseudoembriones, embrioides, blastoides o modelos semejantes a embriones.

Por el principio de prudencia, mientras esta cuestión no se resuelva, deberían ser tratados como humanos, hasta que estas diferencias se evidencien suficientemente como para incluirlos en una u otra clasificación. Todo ello apoya el rechazo bioético hacia su producción en las circunstancias actuales.

Es importante resaltar que estos resultados no han sido publicados oficialmente en revistas científicas todavía, por lo que no se conocen los detalles precisos de estas investigaciones, necesarios para una valoración más exhaustiva.

Por: Julio Tudela y Lucía Gómez – Tatay, zenit

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