jueves, 14 de julio de 2022

¡Reconectar con tu pareja puede ser una aventura! Aunque, tal vez, no como la imaginas


 

— Mi novia me quiere dejar, dice que estoy todo el día pensando en fútbol…

—¿Y hace mucho tiempo que están juntos?

— Dos Libertadores y un torneo corto.

Si los hombres pusiéramos para nuestras relaciones el mismo empeño que ponemos para el fútbol, yo creo que habría muchísimos menos divorcios. Porque los hombres somos extraordinariamente creativos para seguir al club de nuestros amores y para alentar a la selección de nuestro país. Pero, para el amor romántico… Bueno, más o menos poco. Muchas veces, no tenemos tiempo para «el amor» y nuestras relaciones caen en la rutina, en el desgaste propio de la vida en común. Y se va apagando eso que hemos dado en llamar «la llama del amor».

Y no es que las mujeres sean ajenas tampoco a esta realidad. Cuando las esposas se convierten en mamás, su marido pasa a segundo o tercer plano, porque (naturalmente) los niños la mantienen ocupada en forma exclusiva durante todo el día y parte de la noche. Entonces, lógicamente, las mujeres terminan exhaustas. Tampoco les queda tiempo para «el amor» y sus relaciones caen en la rutina, en el desgaste propio de la vida en común. Y se va apagando eso que hemos dado en llamar «la llama del amor».

Una iniciativa para «romper la rutina»

Mantener encendida «la llama del amor» parece ser una obsesión del mundo moderno. Y para ello, esta campaña de «The Adventure Challenge»un manual de citas para parejas, amigos, para la intimidad conyugal, etc, parece ser la herramienta ideal. Un manual (o agenda) que incluye 50 ideas de citas «románticas» para parejas o esposos. O 50 ideas de citas «divertidas» para grupos de amigos, con el fin de fortalecer los vínculos, además de una cámara tipo Polaroid para registrar los momentos y agregarlos a la «agenda» de citas. De esta forma, se guarda un un registro de todo lo que se hizo. Es algo que parece extraordinariamente atractivo.

Yo, como futuro licenciado en Ciencias de la Familia, debería estar saltando en una pata festejando semejante iniciativa, ¿verdad? Pues sí… pero no. ¡Que conste en actas que soy una persona bien romántica! Que 25 años después de conocer a quien hoy es mi esposa, le sigo regalando flores en San Valentín y fiestas de guardar (y espontáneamente cualquier día no reglamentario), que me gusta organizar citas románticas y sigo queriendo inventar cosas divertidas y creativas para que hagamos juntos.

Pero mira primero el video de la campaña, luego seguimos charlando sobre esta «llama del amor»

El amor romántico es bueno… en ciertas dosis

Una vez dicho eso, me gustaría explicarte por qué estas iniciativas – que son geniales en cuanto a mantener viva la llama del amor – tienen una cierta dificultad en cuanto a la realidad conyugal. Mi punto de vista es que el llamado «amor romántico» que este tipo de iniciativas fomentan y las películas de Hollywood nos repiten hasta el cansancio, hacen creer que lo principal dentro de una relación es esa «chispa», esa «llama del amor». Si bien coincido que es un ingrediente importante, el amor romántico no tiene que ocupar un lugar primordial dentro de la relación.

Me explico por qué. El romanticismo dentro de la relación es importante. Somos seres bio-psico-espirituales con un componente emocional importantísimo, que no hay que menospreciar… ni aumentar demasiado. ¿Qué significa esto? Que cuando voy a hacer una tarta, el azúcar es un ingrediente importantísimo, pero no el único ni el más importante.

Es importante en relación con los demás: la harina que le dará la estructura, la levadura o el polvo de hornear que le darán esponjosidad, el huevo y la leche que le darán ligazón, la vainilla o la naranja que le darán el perfume, y el azúcar, que le dará la dulzura, sin duda.

Extrapolando a la vida matrimonial, yo puedo ser romantiquísimo. Puedo ser un Cyrano de Bergerac para con mi esposa, pero si dejo todo desordenado, si ella tiene que estar detrás mío limpiando los desastres que hago para ser romántico, ella va a terminar pidiendo menos romanticismo y más limpieza.

Entonces, ¿cuáles son esos elementos que le dan estructura, ternura, ligazón, perfume y dulzura a la vida conyugal?

El diálogo conyugal

Las cuatro dimensiones del diálogo conyugal pueden ser esos elementos. El diálogo conyugal, para que sea fructífero y nos haga crecer en la santidad conyugal tiene que tener al menos estos cuatro «ingredientes, estas cuatro dimensiones.

Diálogo de comunicación: es el diálogo que establecemos para llevar adelante nuestra vida en común. Es el diálogo más frecuente y el más necesario. Nos ayuda a «ponernos al día» con el otro, y saber en qué anda, qué necesita, cuáles son sus miedos e inquietudes. Necesitamos este diálogo, no menos de 15 minutos por día. Y en un horario donde los niños (o las tareas del hogar) no nos interrumpan, para que sea efectivo. Un café sentados después de cenar o una «escapadita» a nuestra habitación harán este diálogo posible. Este diálogo nos dará estructura y ayudará a cimentar nuestra alianza.

Diálogo espiritual: comienza con el diálogo sacramental, fuente de toda Gracia. Pero no se detiene allí. Incluye las oraciones que hacemos en familia, por supuesto, y todos nuestros ámbitos de piedad. Pero también debe ser un diálogo profundo, un diálogo en el que podamos expresar nuestros ideales e ilusiones como personas y como matrimonio. Y ponerlos en las manos de la Sagrada Familia para que puedan fructificar. Es el diálogo que nos hace salir de nosotros mismos e intercambiar corazones con nuestro cónyuge, para que demos fruto y ese fruto sea abundante. Este diálogo aportará el perfume, la esencia de nuestro matrimonio.

Diálogo físico: el diálogo que hace al matrimonio ser matrimonio. Es el diálogo en el que realmente nos convertimos en «una sola carne», en el que nuestra fisiología nos hace uno en cuerpo, pero también en alma. De estos actos de amor surgen nuestros hijos y tiene que estar por esa causa siempre centrado en el amor: «yo me entrego a tí para que tú me disfrutes» y no «yo te tomo a tí para mi propio disfrute». De ese modo, sabiendo que es un acto de amor y de entrega, nuestros hijos se sentirán amados desde el primer momento. Este diálogo le dará ligazón a nuestra relación.

Diálogo afectivo: es el diálogo que hace sentir amado al otro. Es el diálogo por el que demuestro afecto. Este diálogo afectivo será el que me permitirá demostrarle al otro mi amor, mi cariño, mi ternura, mediante gestos, actos, regalos, caricias, etc. Y aquí tenemos al azúcar.

Amor y romanticismo, en dosis exactas

 ¿Y cuánta azúcar? Bueno ahí es donde considero que entra la libertad individual y el gusto particular de cada pareja. Si cada persona es un mundo, cada pareja es un universo. Querer poner una «talla única» para cómo estas quieran «vestirse» es precisamente el problema de estas «agendas».

¡No se puede hacer una receta que cuadre a todos! Y, una vez que se acaban las recetas que nos gustaron, ¿cómo hacemos para seguir manteniendo «viva la llama del amor»? ¿Vamos a estar constantemente inventando actividades románticas y divertidas hasta que nos caigamos exhaustos?

Todos comprendemos que si alguien está en una relación por el físico del otro, estamos en una relación egoísta, que usa al otro para el propio placer. ¿Y si estamos sólo por las emociones? ¿No sería también usar al otro para «sentirme bien»?

El problema es que en nuestras relaciones no son todo magia. Más allá de esa «llama del amor», también hay cotidianeidad, también hay rutina, también hay crisis, también hay dificultades, también hay pruebas y también podemos estar mal. Si basamos nuestras relaciones solamente en sensaciones de bienestar, podemos caer en una relación inmadura y que a la primera dificultad quede destruída.

¡Pero tampoco quiero que creas que estoy en contra de estas iniciativas! Soy consciente que dos años de matrimonio digieren hasta la última de las mariposas del estómago y que la dulzura nos tiene que acompañar en nuestro matrimonio.

Por eso es que considero que es importante mantener la llama del diálogo (en sus cuatro dimensiones) encendida, que incluye, pero no en forma exclusiva la dimensión afectivo-sentimental. El romanticismo, los sentimientos son un condimento importante, por supuesto, pero nunca deben ser el ingrediente principal de nuestras relaciones. Una relación basada en los sentimientos corre el peligro de que, cuando los sentimientos desaparezcan, la relación vuele por los aires.

¿Cuál es la dosis exacta de dulzura? ¡Pues la que cada pareja determine! De acuerdo a sus necesidades, de acuerdo a su idiosincrasia, de acuerdo a su estado vital. Por ejemplo, pueden poner dos «citas románticas» por mes, si ven que eso es lo que les gusta, y que cada cita sea una invención del otro para sorprender y estimular la novedad. (Si es que es eso lo que les gusta, naturalmente, hay parejas a las que les gusta la planificación y la expectativa a partir de programas conocidos, naturalmente)

No descuidar los otros diálogos

Para que este diálogo afectivo nos dé toda su dulzura, tendremos que tener atención en los otros diálogos, que nos van a dar estructura, ligazón y perfume. Descuidar cualquiera de los diálogos en detrimento de los otros hará que el matrimonio se hipertrofie en alguna dimensión.

Por ejemplo, un matrimonio donde haya sólo diálogo de comunicación, será un matrimonio parecido a una empresa. Se manejarán con soltura los temas cotidianos, pero que carecerá de otras dimensiones. Un matrimonio que se centre sólo en el diálogo físico será un matrimonio en el que (casi sin duda) se comience a usar al otro para el disfrute físico y carecerá de estructura y de dulzura.

Un matrimonio que se dedique sólo al diálogo espiritual, puede ser que crezca en virtudes… durante un tiempo. San Pablo lo dice claramente: «No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo y por algún tiempo, a fin de poder dedicarse con más intensidad a la oración; después vuelvan a vivir como antes, para que Satanás no se aproveche de la incontinencia de ustedes y los tiente» (I Corintios 7,5).

Consecuentemente, un matrimonio que se dedique sólo al romanticismo, va a caer, tarde o temprano, en el aburrimiento. Si hacemos del romanticismo un mandato y nos quedamos con la obligación de ser románticos, es muy probable que hasta esos momentos mágicos se conviertan en rutina. Ya no le encontremos gracia a una salida a cenar a la luz de las velas.

Si los otros diálogos no están allí, no vamos a tener de qué hablar, ni vamos a tener sueños o proyectos compartidos. No vamos a tener la tensión sexual que nos hace interesarnos en el otro y amarlo en cuerpo y alma, ni vamos a tener una visión espiritual de qué aferrarnos en nuestras dificultades. ¿Para qué serviría una cena a la luz de las velas en una pareja que le falten todas esas dimensiones? ¡Para nada!

No caer en la rutina ni en el sentimentalismo

Entonces, si bien no me opongo a estas iniciativas que buscan revitalizar a aquellas relaciones que han caído en la rutina y que han perdido la motivación de estar juntos, tampoco creo que sea adecuado fomentar de tal modo el amor romántico que nos haga caer en el sentimentalismo propio de esta época.

Casi todas las películas románticas de Hollywood terminan en la boda. Y no se ocupan de la cotidianeidad de la vida conyugal, que es lo que hace la mayor parte de la vida conyugal. Querer revivir el «enamoramiento» – tal como lo conocemos – previo a casarnos, nos hace correr el riesgo de basar nuestro compromiso sólo en las sensaciones placenteras que nos provoca el romance.

Y esa «novedad», esa sensación placentera es muy difícil de mantener en el tiempo, porque al convivir nos volvemos… ¿cómo lo diría? El romanticismo propio de Hollywood lo llamaría «predecibles y aburridos», pero yo lo llamaría «estables y confiables». Hay un abismo de diferencia entre ambos puntos de vista.

Si somos conscientes de esta diferenciación, si tenemos un diálogo conyugal fluido que abarque toda la realidad conyugal, entonces sí ¡por supuesto, bienvenidas estas «agendas románticas»!
























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