Roman y Ana, su bebé recién nacido y su otro hijo de siete años estaban en su hogar de Kharkiv (Ucrania) preparando las maletas cuando un misil impactó en su edificio. "La casa se incendió, todas las ventanas volaron", relató Roman a ACN. Una gran nube de humo negro inundaba su hogar, y llegaron a pensar que no sobrevivirían.
Cuando escaparon, la familia se alojó en la casa de una conocida antes de continuar su camino a Leópolis. "También había bombardeos, especialmente de noche. Fue horrible. No podíamos dormir y los niños se estaban poniendo nerviosos”, explica Roman.
Habían leído que su destino estaba superpoblado de refugiados y cuando llegaron, no había ninguna habitación en toda la ciudad donde refugiarse con excepción de un refugio para madres.
Las benedictinas de Solonka, "una señal de Dios"
Desesperados y con un bebé cada vez más afectado por el frío se sentaron en un banco Solonka a pocos kilómetros de Leópolis sin saber qué hacer ni a dónde ir.
"¿Tienen un hogar donde alojarse?" les preguntó una monja que apareció repentinamente. Ante la negativa, la monja les invitó a trasladarse a su monasterio, donde les ofrecieron un cuarto limpio, comida, ropa y leche en polvo para el bebé.
"Recordaremos siempre este momento, y estaremos agradecidos [a las hermanas] el resto de nuestras vidas", dijo Anna.
Pronto supieron que la religiosa que les rescató no tenía en sus planes pasar por la estación de tren, "pero sintió que debía hacerlo para ver si alguien necesitaba ayuda".
"Fue la Providencia Divina, una señal de Dios", exresó Anna convencida. "El Señor nos salvó", añade Roman.
Roman, Anna y sus dos hijos son solo una familia de las más de 500 personas que han cobijado desde que comenzó el conflicto.
De monasterio a refugio de guerra
Desde entonces, Anna, Roman y sus hijos residen junto a decenas de familias en el monasterio de Solonka, convertido en un refugio improvisado por las religiosas benedictinas desde finales de febrero.
“Durante las primeras semanas de la guerra hubo mucho movimiento en nuestro monasterio. La gente vino de muchas ciudades diferentes de Ucrania, como Kharkiv, Zhytomyr, Chernobyl, Odessa, Donetsk y Luhansk. Eran sobre todo mujeres y niños acompañados de sus maridos, que ayudaban a sus familias a cruzar la frontera antes de volver a luchar por su país”, explica sor Klara.
Hasta la fecha, más de 500 personas se han cobijado en el monasterio, destinado a todos aquellos que han perdido sus hogares y no tienen previsto trasladarse como refugiados fuera de Ucrania.
A día de hoy, 75 personas -hermanas incluidas- residen en el monasterio contemplativo. Para mantenerles ocupados, las religiosas han involucrado a sus nuevos huéspedes en las tareas y rutinas diarias de limpieza, trabajo y cocina del monasterio. Incluso han improvisado una sala de juegos para los 20 niños que están en el monasterio.
Regresando a la fe gracias a las hermanas
Pese a que las religiosas notan el ajetreo y los cambios en sus rutinas de clausura y silencio, creen que es la forma en que Dios les pide que se entreguen a los afectados durante el conflicto: “Así es como nuestra comunidad de monjas y monjes lee los signos de los tiempos, y así es como imaginamos nuestro servicio ahora”.
Además, durante estas semanas, las religiosas están siendo conscientes de que no son pocos los huéspedes que se están acercando a la fe.
“La mayoría de los refugiados no son creyentes, pero a veces vienen a rezar. En la fiesta de la Anunciación celebramos la boda de una pareja de ancianos de Zhytomyr en nuestra iglesia. Otra joven pareja de Kharkiv se está preparando para los sacramentos de la reconciliación y el matrimonio y también bautizará a su hijo y varias personas han hecho su primera confesión”, explica la hermana Klara.
Mientras, las religiosas tratan de preservar a toda costa su mayor bien y necesidad, la oración. “Hemos mantenido nuestro ritmo de oración común en la Liturgia de las Horas, y tenemos horas adicionales de adoración al Santísimo Sacramento. ¡Gloria al Señor en todas las cosas!”, concluye.
José María Carrera, ReL
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