Una vida perdida, desastrosa, incoherente, rota, es expresión de una forma de pensar y entender las cosas...
La actitud en la vida lo es todo. Me lo dicen los especialistas, los coach, los terapeutas, los consejeros, los sicólogos, me lo dice Dios. El otro día leía las declaraciones de un tenista, Rafael Nadal:
«Estoy jugando con la actitud adecuada, positiva en todo momento, sin quejarme en ningún momento de nada. Es momento de hacer un ejercicio de humildad, de aceptar que las cosas no van a ser perfectas, que habrá momentos en que van a estar complicadas. En general, ha habido muchos más momentos positivos que malos. Los malos se han podido superar y aquí estamos. Estoy increíblemente feliz y disfrutando este momento».
La actitud adecuada, positiva, sin quejas, humilde.
Escojo en qué pensar
No siempre lo hago y me siento en tensión. Vivo quejándome de lo que me sucede. Comenta Jon Butcher:
«Mi mente es muy valiosa. Debo protegerla, cuidarla. No quiero basura en mi mente. La mejor prueba de tu inteligencia es cómo la aplicas en tu vida. Si mi vida es un desastre no soy tan inteligente. La verdadera inteligencia es vivir con conciencia. Yo decido en qué pensar».
Y mi pensamiento determina mi vida
La actitud y la forma como pienso y veo lo que estoy viviendo, lo que estoy haciendo es lo que hace que mi vida no sea un desastre.
Pero una vida perdida, desastrosa, incoherente, rota, es expresión de una forma de pensar y entender las cosas.
No me sorprende la forma de pensar de aquellos que viven infelices. Porque las decisiones que tomo vienen precedidas de pensamientos equivocados. Y así no puede salir bien.
Pensamientos negativos que destruyen
Encontrar personas maduras emocionalmente es casi un milagro. Miro mi corazón y veo sus inmadureces.
No hago lo que pienso que es lo mejor. No actúo como pienso que sería mejor. Mi pensamiento es el que está roto y equivocado.
Creo que los demás son los que están mal y no veo mi propia debilidad y pecado. O me creo merecedor de un amor que es siempre un don, nunca una exigencia.
Veo que tengo celos y no le pido ayuda a alguien para mejorar. No basta con decir que soy así, que es mi fragilidad.
Hago la vida insoportable a otros y no pienso que tendría que cambiar mi forma de ver la vida.
Quiero controlarlo todo para que no se me escape de las manos y no me doy cuenta de lo nociva que es esa actitud en mi corazón y el daño que me hace.
El control me tensiona. Dejar que sea Dios el que conduzca mi vida me acaba pareciendo una irresponsabilidad. Como si pensara que Dios no sabe nada y no me va a hacer feliz.
Dejo de confiar en su llamada, en su elección, en su amor predilecto.
Miro a los demás y no veo en ellos su fragilidad. Interpreto sus actos y no veo bondad en ellos.
No me resultan las cosas como deseaba, como esperaba y le echo la culpa al universo, a los demás, nunca a mí mismo.
Y ante las pequeñas derrotas no soy capaz de mirarlas con perspectiva y alegrarme con los logros obtenidos.
Pensar de forma sana
Mi forma de pensar es la que me salva o condena. Las personas maduras emocionalmente lo son porque han aprendido a pensar de forma sana. Y sus pensamientos las construyen por dentro.
No se comparan, están seguras desde lo que son, no pretenden ser diferentes a quienes son.
Se aceptan en su verdad, sin ser esta completa, plena, o perfecta. Reconocen las caídas como parte de un camino y buscan soluciones para mejorar.
Nunca se estancan echando la culpa a otros. Avanzan paso a paso con humildad, sin detenerse, sin dejar de luchar.
Reconocen que lo pueden hacer todo mejor pero tampoco se obsesionan. Aceptan que las cosas son las que son y las circunstancias no se pueden alterar.
Simplemente aceptan los propios errores y los límites del entorno en el que les toca vivir.
Saben ver siempre la botella medio llena y en los errores entienden que hay segundas oportunidades, siempre pueden volver a empezar.
El perdón necesario para avanzar
Nada es definitivo salvo el día de la muerte y mientras tanto comprenden que el perdón es lo único que me permite seguir avanzando.
Sin perdón, no hay salida en mi vida. Si me quedo atado a mis resentimientos y sentimientos de culpa no lograré avanzar un solo paso.
Viviré enzarzado con los que me rodean viendo en ellos enemigos dispuestos a entorpecer mis pasos. Juzgaré sus actitudes sin comprender que ellos, al igual que yo, hablan desde su herida.
Me faltará misericordia y los condenaré porque yo tampoco he recibido el perdón de nadie.
Aceptar, un paso sabio
Las ideas equivocadas sobre la vida y sobre el mundo me harán incapaz de enfrentar con madurez los problemas. Los evitaré para que sean otros los que los resuelvan.
No aceptaré a las personas a mi alrededor, porque veré en ellos competidores que quieren quitarme el puesto.
Abusaré de mi poder cuando lo tenga porque no sabré qué hacer con la responsabilidad que se me ha confiado.
Mi inmadurez en mi forma de pensar me hará infeliz. Por eso necesito ordenar mis ideas, cambiar mis prejuicios, dejar a un lado los miedos.
Confiar en que las cosas están en manos de Dios y yo no puedo controlarlo todo.
Pero sí puedo aprender a vivir renunciando y aceptando las cosas como son. Es un paso sabio.
Vea también Los efectos (muy) negativos de la cohabitación
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