Conoce la historia de esta indígena peruana que hoy tiene un equipo de héroes anónimos que se preocupan por los sufrimientos y los derechos de los migrantes desde la Arquidiócesis de Chicago en Estados Unidos
El camino de Elena Segura ha sido de espinas. Hoy se traduce en un trabajo en defensa de todos lo migrantes en Estados Unidos, pero atrás dejó el camino del socialismo y el marxismo para seguir el camino de Dios por la defensa de los desprotegidos, los pobres y los marginados.
Todo este trabajo no se puede entender sin su equipo de trabajo de la Pastoral Migratoria de la Arquidiócesis de Chicago que son los héroes que realizan esta labor incansable en la lucha por salvar y proteger los derechos de todo ser humano migrante en suelo de Norte América. A continuación la entrevista que Elena tuvo con Aleteia.
-¿Cuál es tu nombre completo, dónde naciste y dónde vives actualmente?
Mi nombre es Elena Segura. Soy del Perú, y estoy en Chicago desde hace más de 35 años. Soy una inmigrante indígena a quien, con mucho cariño, el Señor ha traído a este país para trabajar con su pueblo inmigrante.
-¿Cómo te involucraste en la pastoral migratoria, desde cuándo y por qué?
Me involucré en este ministerio porque Dios me ha bendecido haciéndome nacer en un lugar rural en el Perú, donde había migrantes; y desde pequeña podía ver el sufrimiento debido a las cosas que tenían que enfrentar. Y así Dios me dio la oportunidad, como niña, como adolescente y como estudiante universitaria en Lima, de conocer la situación de los migrantes. Ahí había muchos migrantes, y vine acá, donde también hay muchos migrantes. Es como si Dios me hubiera estado preparando desde muy pequeña para este momento. La Pastoral Migratoria empezó después del fallo del 2007 acá en los Estados Unidos; y yo podía entender cómo Dios me había preparado todo ese tiempo, aunque yo era una católica nueva en 2007. Y ya son 16 años de estar participando en esta pastoral.
-¿Entonces no eras católica?
No. Yo me hice católica hasta después de 6 años de trabajar en la Arquidiócesis.
–¿Profesabas otra fe?
La justicia social era mi identidad; por eso acepté una posición en el programa que se llama Campaña Católica de Desarrollo Humano, la cual recauda fondos para dar dinero a organizaciones que trabajan en justicia social.
Eso es lo que yo hacía. Pero Dios me tenía preparada para encontrarme de una manera tan preciosa: después de 6 años tuve la oportunidad de conocer un cristianismo radical, un cristianismo que te llama a la transformación.
Yo digo que ser cristiano es ser mucho más radical que ser socialista. Mi trabajo siempre es de evangelización, pero muchas personas, muchos católicos no entienden la riqueza que tenemos y que está en nuestro ADN, el ADN que yo llamo divino y que está en nosotros. Y Dios se quiere hacer real y de una manera tan concreta y específica en este cuerpo que tenemos, hacerse presente en la comunidad y acompañar a los que sufren, todo mediante las virtudes que uno tiene; desarrollarlas y expresarlas es evangelización.
Mi primera identidad debe ser evangelizadora y radical. Muchos piensan que radical es ser revolucionaria o activista. No, esto es mucho más. Y hay mucha evangelización que hacer en la Iglesia católica.
–¿Eres indígena o de ascendencia indígena?
Yo me defino como indígena. Soy del Perú, de una zona quechuahablante. Mi primer idioma es el español, pero el quechua es una riqueza de nuestra cultura; la nuestra es la cultura incaica. Los incas tenían unos rebeldes que se llamaban los chancas, y yo soy de esa zona. Ahí nació el Sendero Luminoso, que era un movimiento bien radical en los años 70 y 80.
Y, sí, me identifico con mis raíces indígenas. Lo hispano por supuesto que lo tenemos también, pero yo siempre voy con este aspecto que generalmente queremos olvidar pero que es parte de nosotros.
–¿Cómo es que llegaste a Estados Unidos? ¿Fue por necesidad, por destino…? ¿Qué pasó?
Por destino, realmente. Yo era socialista, tenía mucha simpatía por el socialismo, aunque mis padres abrieron como laicos 17 iglesias evangélicas. Yo digo siempre: “Dame 3 meses y te abro una iglesia”, porque, desde que yo gateaba, aprendía a abrir iglesias. Y ahora son 700 iglesias evangélicas las que hay en esa zona chanca.
Conocí a un joven estadounidense que fue a trabajar al Perú a una zona rural donde yo estaba haciendo mi tesis. Y nos enamoramos. Entonces vine a este país, nos casamos y tuvimos hijos. ¿Y por qué me hice católica? Por él también, porque después de 20 años, estando ya 6 años trabajando en la Arquidiócesis, vino el divorcio, el cual me tomó de manera totalmente sorpresiva, porque la decisión yo no la hice.
Y me quedé en pedacitos. Ahí es donde encontré el abismo en la oscuridad más fuerte en toda mi vida. Había algunos sacerdotes jesuitas que eran mis amigos, y yo ya estaba interesada en la fe católica; pero fue en la oscuridad, en el abismo, donde yo encontré el agua de la Eucaristía, la transformación. Y empecé a preguntar: ¿qué es la fe, qué es el amor, qué es la verdad? Y así fue mi proceso de transformación, de conversión.
–¿Entonces el divorcio te llevó a esa oscuridad, pero también al llamado de Dios?
Oh, sí. Es increíble. Mi exesposo y yo somos amigos; vivo en un complejo habitacional, y él vive al otro lado. Tenemos una hija que tiene síndrome de Down, y él me ayuda con la niña. Yo hice un “banquete de perdón”, porque aprendí a perdonar. Somos divorciados, separados, pero no enemigos; somos amigos. Vamos a celebrar este domingo junto con otros amigos, cosas así (…).
–¿Se puede decir, Elena, que en algún momento coqueteaste con el marxismo, leninismo o socialismo?
Claro que sí, por supuesto. Y varios de mis amigos y amigas murieron dando sus vidas en la guerrilla de Sendero Luminoso. Vengo yo de esa traducción, de que das la vida.
–¿Cómo ha sido tu recorrido dentro de la pastoral migratoria en Estados Unidos?
En 2005 la Conferencia Católica de Obispos lanza la Campaña Católica de Reforma Migratoria, y ahí es donde yo me involucro. En Chicago tenemos 365 parroquias, y en 6 años yo visito una por una las parroquias, a los sacerdotes y a los equipos parroquiales.
Pero en 2007 no pasa la reforma migratoria, y como entre septiembre y octubre de ese año me llega la Conferencia de Aparecida. Y yo, cuando empiezo a leer Aparecida, como era católica nueva, me quedo totalmente admirada de cómo Dios estaba presente en toda esta situación. Y esto me desafía y me invita a poder ir y buscar una fe que viene de la experiencia personal, pero también de la experiencia en la comunidad. Entonces me enamoro de Aparecida y empezamos la pastoral migratoria en 2008, que es un ministerio de liderazgo que invita a la comunidad inmigrante a responder con acciones de justicia, de servicio y acompañamiento de sus comunidades parroquiales.
Y este modelo de Chicago ya lo tenemos también en California, en Kansas City, en Baltimore, en Washington D.C., y vamos a empezar en San Bernardino. Es evangelización en acción. Ahorita acabo de terminar una reunión, y les digo: “Oración y acción hasta que pase la ley de inmigración”. Son 16 años y seguimos, la oración continúa. Y les digo: “¿Quiénes son los Josés y las Marías que están tocando a la puerta año tras año y están buscando posada legislativa en este país?”.
Es la comunidad indocumentada, que es pisoteada, tirada, y hasta ahorita estamos así; pero en esperanza y oración seguimos adelante. Y seguimos gritando, levantando, clamando la voz de la comunidad indocumentada en este país. El tema nuestro, para este año, es: “¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?”. Hay gente que ha pasado, 20 años, 30 años, 40 años, toda una vida bajo las sombras. ¡No puede ser!
Quizás, como en Jericó, necesitamos levantar la trompeta y caminar, y esa trompeta tiene que derribar las murallas de las mentes, de la comunidad, de la sociedad, del Congreso y de los legisladores, que necesitan abrir los ojos y los oídos, y tener el corazón de carne. Que puedan entender el dolor, el sufrimiento y el clamor de más de diez millones de personas a las que estamos acompañando.
–¿A qué organización perteneces, cuál es tu institución, y qué es lo que haces?
Yo pertenezco a la Iglesia. Yo hago trabajo para la arquidiócesis de Chicago, y en ella tenemos una oficina que se llama Pastoral Migratoria; ésta es la oficina nacional de Pastoral Migratoria, desde Chicago estamos empezando a compartir este ministerio de liderazgo para servicio, para justicia y acompañamiento en las comunidades parroquiales a través de la pastoral migratoria.
Yo trabajo para la Iglesia, yo no trabajo para ninguna organización. Soy evangelizadora, soy cristiana, trabajo para la Iglesia, trabajo para la comunidad. Eso es lo que hago.
–¿Cuáles son las acciones concretas que realizan?
Formamos líderes con base en la doctrina social de la Iglesia, Aparecida en acción; y en este contexto formamos a los líderes en las parroquias, y ahora en las diócesis, para que estas personas respondan a las necesidades de sus comunidades. ¿Cuáles son esas necesidades? Inmigración puede ser una; asuntos laborales, asuntos de educación, asuntos de salud. ¡Tantas cosas! Y en las deportaciones y detenciones dar acompañamiento. En tema de justicia, es luchar por la reforma migratoria, que es abogacía.
Y así es que trabajamos como Iglesia, y lo hacemos en colaboración con organizaciones católicas de caridad, con universidades, etc., pero todos vienen a la Iglesia. Y los líderes son formados para que sean protagonistas de su desarrollo, de manera que no estén esperando lo que puedan hacer los estadounidenses. ¡No! Jesús está contigo, y tú puedes hacer. Además podemos regalar el don del Evangelio a esta comunidad que nos ha dado la bienvenida en este país. Podemos poner la luz otra vez en la Iglesia, que está apagada con tanto pecado que se ha cometido, y que ha hecho que se vea como si se estuviera muriendo. ¡Pero estamos aquí para regresar y dar vida! ¡Ése es el llamado de la comunidad migrante en este país!
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