El corazón debe ser liberado de los apegos, los miedos, las teorías, el ego,... y descubrir que el amor no es algo que se merezca
Hacer lo que Dios me pide no es tan sencillo. ¿Pues cómo sé lo que quiere de mí?
¿O cómo sé que lo que hago es lo que realmente Dios desea y no lo que yo mismo he buscado desde siempre de forma enfermiza?
¿Y cómo puedo distinguir entre mis deseos ocultos bajo la piel y esa voluntad suya que pugna por abrirse paso entre las aguas de mis mares?
«Mi corazón debe ser liberado, primeramente del apego desordenado a todas las cosas, y después sobre todo del apego desordenado a nosotros mismos».
King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor
Dependencias que atan
Los apegos son sutiles. No es tan sencillo ver mis dependencias.
A veces, sí, es obvio, necesito ayuda para cortar las cadenas. Y si no pido ayuda seguiré a la deriva sin encontrar mi rumbo.
Pero otras veces me lleno de miedo y no sé avanzar, no logro encontrar un camino seguro. No me separo de la tierra que me grita, suplica, llama a voces.
Libre de apegos, libre de mí mismo.
Desorden interior
Desordenadamente. Como esa alma mía en la que los compartimentos están mezclados y confusos y no logro poner orden.
No sé limpiar, ni ordenar, ni siquiera establecer prioridades. No logro mandar ni que mis órdenes sean escuchadas.
Huyo de mí mismo en una lucha inútil por encontrar un camino, un sendero más fácil, más abierto.
Mis ideas de Dios
Hacer lo que Él me dice sería fácil si me lo dijera con voz clara. Pero no es tan evidente su llamada. Y yo he aprendido a amar la idea de Dios, no conozco del todo a la persona:
«La mayoría de los hombres de hoy, también los que pueden hablar con entusiasmo sobre Dios, no aman en absoluto a Dios como persona, sino que aman una idea«.
King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor
No me enamoro de su carne en Jesús. Ni me he apropiado de su rostro. No he logrado tocar sus manos cálidas.
Las ideas son más fáciles de manejar que las personas. Las ideas se adaptan a mis manos, a mis ojos, a mi piel.
Las personas se alejan, superan mi mirada, desbordan mi imaginación. Más aún pasa con Dios. Es infinito y eterno. Desborda toda idea que tenga sobre Él.
Quiero reducirlo a palabras y contenerlo en oraciones que lo expliquen. Como si fuera una teoría sacada de algún libro.
Un Dios a medida
O como si fuera producto de mis pensamientos. Un Dios maniatado, hecho a la medida de mis sueños. Para que no me defraude, para que no me escandalice.
Si ato sus manos no hará cosas extrañas. Si sujeto su lengua no dirá nada inapropiado. Lo limito, lo sujeto.
Mi Dios hecho a la medida de mis límites. Tiene tiempo, no es eterno. Y así me siento en paz y seguro.
¿Qué podrá mandarme hacer que yo no sepa? Lo he sometido, lo he limitado. Nada de lo que Él quiera escapará de mis capacidades.
Un Dios hecho idea, limitado a un pensamiento, sujeto en una definición. Así, conciso y exacto, preciso y palpable.
Realismo
Las palabras del profeta me conmueven:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira, yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte».
Un Dios personal me ama como soy y me envía. Quiere hacerme plaza fuerte. Quiere revestirme de su poder.
Y quiere que les diga que Él me manda. ¿Quién es Él en mi vida? ¿Lo ven o es a mí a quien ven?
Negativos instintos protectores
Me gustaría liberarme de tantos miedos que no me dejan ser libre. Tantos apegos que frustran mi grito de libertad. Tantas escaramuzas para evitar hablar a Dios cara a cara.
Sujetando en la punta de mi pluma todos los mandatos posibles que he imaginado sin apenas oír su voz.
Quiero hacer siempre lo que Él me pide. Pero no escucho su voz. Escucho más esa voz interior que desea lo que no me conviene y persigue lo que no me hace bien.
Hago más caso a mi vanidad herida, a mi orgullo que pretende levantar fortalezas para proteger mi ego. Que no me mancillen, que no me hagan daño.
Voy buscándome en todo lo que hago, digo, sueño o escribo. Como un náufrago que busca la isla de sus sueños en la que poder descansar.
¿Qué quieres de mí?
Quiere que renuncie a mis planes para ser libre, para caminar sin rumbo, para perderme por un desierto oculto en medio de mil bosques.
Me quedo quieto queriendo oír su voz. Una voz que me diga lo que tengo que hacer. Fácil o difícil.
Renunciando a algo o aceptando el don de la vida. Atando cuerdas en medio de la selva. Buscando fuentes bajo la tierra excavada. Descubriendo pájaros que sueñan la luz del sol volando contra el viento.
Y bajo mi piel ese picor extraño que desea abrirse paso hasta la superficie. El deseo de abrazar la vida y sujetar los frutos.
El amor no se merece
El deseo de entregar el amor que llevo dentro sin pretender que me quieran en correspondencia.
Amar y ser amado sin méritos, sin nada que justifique el amor que doy y recibo. Justo al revés de lo que decía Freud: «Si amo a alguien, es preciso que este lo merezca por algún título».
Rotas mis cadenas Jesús sólo desea que ame sin que nadie lo merezca. Y que me quiera a mí mismo también sin merecerlo.
Vea también Condiciones para encontrar a Dios
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