En la víspera de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, Francisco recuerda que la Navidad suscita estupor, pero no el de efectos especiales o fantásticos, ni de romanticismo y cursilería sino el que proviene del misterio de la realidad, de la gratitud por la cercanía de Dios, que no abandona a su pueblo y que es Dios-con-nosotros.
Estupor es la palabra que marcó la homilía del Papa Francisco, esta tarde, en la celebración de las primeras vísperas de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, en la Basílica de San Pedro, que concluyó con el tradicional himno de acción de gracias, Te deum.
Un estupor ante el misterio de la Encarnación que lleva a la confianza y a la gratitud por Dios que se hizo hombre para habitar con nosotros y que se convirtió en el primogénito entre muchos hermanos, para conducirnos, “perdidos y dispersos, de vuelta a la casa del Padre”. Porque sin el estupor, afirmó el Papa, no podríamos captar el centro del misterio del nacimiento de Cristo.
“No se puede celebrar la Navidad sin estupor. Pero un estupor que no se limite a una emoción superficial, ligada a la exterioridad de la fiesta, o peor aún a un arrebato consumista. Si la Navidad se reduce a esto, nada cambiará: mañana será igual que ayer, el próximo año será igual que el anterior, y así sucesivamente”
María la más grande porque es la más humilde
El Santo Padre recordó que el estupor de María ante el misterio del nacimiento de Cristo – “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”-, no tiene rastros de “romanticismo, cursilería o espiritualismo”, porque la Madre, la primera y más grande testigo, la “más grande porque es la más humilde, nos devuelve a la realidad, a la verdad de la Navidad.
“El estupor cristiano no proviene de efectos especiales, de mundos fantásticos, sino del misterio de la realidad: ¡no hay nada más maravilloso y sorprendente que la realidad! Una flor, un pedazo de tierra, una historia de vida, un encuentro… El rostro arrugado de un anciano y el rostro recién florecido de un niño. Una madre sosteniendo y amamantando a su hijo. El misterio brilla ahí.”
El estupor de la Iglesia está lleno de gratitud
Francisco subrayó que “el estupor de María, el estupor de la Iglesia está lleno de gratitud”, porque al contemplar a su Hijo, la Madre siente “la cercanía de Dios”, que no ha abandonado a su pueblo, que es “Dios-con-nosotros”.
“Los problemas no han desaparecido, las dificultades y las preocupaciones no faltan, pero no estamos solos: el Padre «envió a su Hijo» para redimirnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la dignidad de hijos. Él, el Unigénito, se convirtió en el primogénito entre muchos hermanos, para conducirnos a todos, perdidos y dispersos, de vuelta a la casa del Padre.”
Gracias a Dios prevalece la responsabilidad solidaria
La pandemia y sus consecuencias no podía dejar de estar presente en la homilía del Papa que, si bien reconoció que el impulso inicial en el mundo entero fue el de la solidaridad, también advirtió sobre el desconcierto generalizado que llevó por momentos a caer en la tentación del “sálvese quien pueda”. No obstante, el Santo Padre pidió dar “gracias a Dios” porque el mundo nuevamente ha reaccionado con un gran sentido de responsabilidad.
“En realidad, podemos y debemos decir «gracias a Dios», porque la elección de la responsabilidad solidaria no viene del mundo: viene de Dios; es más, viene de Jesucristo, que ha impreso de una vez por todas en nuestra historia el «rumbo» de su vocación original: ser todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre”
La belleza de una ciudad no es “fachada” sino acogida
El Obispo de Roma tuvo palabras de aliento para la ciudad eterna, “maravillosa, que no deja de encantar”, con una historia y una cultura que hace que “todo el mundo se siente como en casa”, pero al mismo tiempo puso de relieve que es una ciudad “agotadora” y que a veces “descarta”.
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