Quiero que me prefieran, que me elijan, que opten por mí. Y cuando no sucede, cuando no lo hacen, sufro
El día de su bautismo Jesús se sabe profundamente amado por su Padre.Una afirmación que queda grabada en el aire. Un misterio que se revela como una epifanía para todos los presentes. El corazón se alegra:
Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco.
Al mismo Jesús se le desvela el misterio de su vida. Para eso ha venido a los hombres en su carne mortal. Pues para manifestar un amor inmenso de Dios. Para sufrir con ellos amándolos hasta el extremo.
Un amor que desciende para abrazar al Hijo del hombre. Un amor único que se rompe en los brazos de Jesús. Es el Hijo amado, el predilecto.
¿Recuerdas cuanto te dijeron que te amaban?
¿Cuántas veces me ha dicho alguien que me ama? ¿Me acuerdo del día, de la hora, de ese momento que me cambió para siempre?
No siempre recuerdo esas afirmaciones. A veces pienso que lo dicen por decir. Que no lo sienten tanto en su corazón.
¿Cuántas veces me dijo mi madre siendo niño que me amaba? ¿Cuántas veces lo hizo mi padre? Tiendo a olvidarlo.
Quedaron quizás más grabados los gritos y los castigos.
¿Expreso yo mi amor?
A veces yo mismo no les digo a quienes amo que los amo. Por pudor, o porque en ese momento no lo siento con tanta fuerza. Como si el amor para que existiera tuviera que estar lleno de sentimiento.
Quiero querer se convierte en un hábito en el alma. El deseo del corazón que se hace fuerte en la decisión de la voluntad.
Quiero querer, quiero amar. Y doy mi sí de nuevo conmovido. O escucho esa declaración de amor de los que están a mi lado, caminando conmigo.
La fuerza del amor
Saberme amado por los míos es lo que me sostiene. Saberme amado por alguien.
Y cuando no esté ya a mi lado, recordar tantas veces en las que me dijo con palabras o con gestos que me amaba.
El hijo amado, el niño amado, la persona más amada. Tengo en el corazón el deseo de ser preferido sobre otros. Es algo innato en el alma.
Quiero que me prefieran, que me elijan, que opten por mí. Y cuando no sucede, cuando no lo hacen, sufro.
El corazón se amarga porque casi que pretende exigir el amor. Que me elijan a mí por encima de otros.
Y que hablen mejor de mí que de otros. Que opten por mí dejando fuera a otros. ¡Qué pequeño es mi corazón!
Heridas del amor condicionado
Cuando no escucho ni recuerdo esa frase en mi corazón, esas palabras dichas por labios humanos, me convierto en un indigente de amor.
Y quiero llenar el vacío que siento dentro del alma. Que el mundo me ame. Que me lo digan cientos, miles. Y que nadie deje de amarme como yo espero y deseo.
Ese amor incondicional es lo que anhelo siempre. Porque el amor condicionado a mi comportamiento me estresa.
Nunca creo estar a la altura. Nunca me sé amado de forma incondicional. Siempre puedo hacer algo mal, fallar, no llegar, no tocar las alturas esperadas, la dignidad exigida.
Entonces el corazón se seca y se enturbia el ánimo. Y las cosas dejan de ser tan bonitas como uno espera.
Ya no todo me parece bien y guardo rencores. Busco entonces que otros compensen mi herida de amor.
Cómo sanar
¿Cómo se hace? ¿Cómo logro sanar esa herida por la que estoy roto? ¿Dónde puede Dios sanarme por dentro con su declaración de amor?
Dios me ama de esa forma como hoy escucho. Y me lo ha dicho de muchas formas. Pero yo no escucho.
Si no logro sentir el amor en carne humana, ¿cómo podré tocar el amor divino, ese amor que no veo, no siento y no palpo?
Jesús vivió en Nazaret un amor humano inmenso. El amor de María, el amor de José. Ese amor único humano. Y su corazón se fue abriendo al amor de Dios.
Eso es verdad. Dios se hace presente en mi familia humana, en esos primeros lazos humanos que me permitieron salir a flote.
Ese sostén familiar en el que crecí sintiéndome especial y único. ¡Qué importante es mi familia para formar mi corazón humano!
Reconocimiento y escucha
«Afecto incondicional acerca de nuestra persona, independientemente de nuestros defectos. La autoestima mejora cuando me siento escuchado, porque al sentirme escuchado me siento más conectado conmigo y entonces puedo saber cuáles son mis sentimientos, al conocerlos puedo darme cuenta de lo que quiero y comportarme auténticamente».
Edgardo Riveros Aedo, Focusing desde el corazón y hacia el corazón
El amor implica reconocimiento y escucha. Alguien que me abre su corazón y se abre a lo que yo llevo dentro.
San Agustín decía en relación con el Buen Samaritano: «Donde hay amor, allí hay ojos que ven».
Me gustó esa definición. El amor son ojos que ven. El desprecio son ojos que olvidan, que se cierran, que no ven, que no acogen.
Cuando soy visto me siento amado. Visto en mi pobreza, en mis necesidades, incluso visto en mis defectos y debilidades.
Un amor que ve y pasa por alto muchas cosas. Un amor que se fija en lo que yo necesito.
Los vacíos humanos… los llena Dios
Las mayores heridas vienen de esos primeros años, cuando me abrí y fui rechazado, cuando no me eligieron, cuando no fui visto, cuando me abandonaron, cuando no me escucharon o al menos yo sentí todo eso aun sin ser la intención de mi familia.
Me sentí solo, pobre, rechazado, no querido, no valorado, no respetado. Ese vacío me turbóel ánimo y me hizo pensar que con Dios sería lo mismo.
Porque el amor de Dios me llega a través de esos lazos humanos que Dios tiende hacia mí.
Son los más cercanos, mi familia, los míos, mis padres, mis hermanos los que me dijeron si yo era o no merecedor de amor.
Me hicieron sentir amado hiciera lo que hiciera o sólo amado si cumplía con ciertas expectativas.
Por eso hoy repito esta frase que Jesús escuchó ese día en el Jordán. Y pienso que Dios me quiere mucho, tanto como hoy le dice a Jesús su Padre.
Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco.
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