Perder el marido era una desgracia terrible en Israel. Pero ya el Antiguo Testamento muestra la preocupación especial que Dios tenía por las viudas
Quedarse viuda es una situación casi siempre dolorosa y difícil de llevar, tanto física como psíquicamente. Podemos acudir a la Sagrada Escritura para encontrar textos que ayuden a vivir el duelo y a confiar con esperanza en que Dios no abandona nunca a ninguno de sus hijos, mucho menos a quien queda herido.
En el pueblo de Israel, antes de la llegada de Jesucristo, una mujer que quedaba viuda pasaba a estar desamparada y sin recursos, como los huérfanos. Ante esa situación, Dios hizo a lo largo del Antiguo Testamento manifestaciones de cercanía con las mujeres que habían perdido al marido. Allí hay 55 citas que revelan la ternura, la empatía y la solidaridad de Dios con cada mujer que llora la ausencia del esposo.
Más tarde, en el Nuevo Testamento Jesús dará cumplimiento más pleno a ese amor, con su propia vida: las parábolas de la ofrenda de la viuda o la viuda que importuna al juez, el milagro de la resurrección del hijo de la viuda de Naím…
A continuación, puedes leer 12 citas del Antiguo Testamento sobre las viudas:
«No harás daño a la viuda»
«No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor.» (Ex 22, 21)
«Porque el Señor, su Dios, es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, valeroso y temible, que no hace acepción de personas ni se deja sobornar. Él hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento.» (Deut 10, 18)
«Entonces vendrá a comer el levita, ya que él no tiene posesión ni herencia contigo; y lo mismo harán el extranjero, el huérfano y la viuda que están en tus ciudades, hasta quedar saciados. Así el Señor te bendecirá en todas tus empresas.» (Deut 14, 29)
«Cuando recojas la cosecha en tu campo, si olvidas en él una gavilla, no vuelvas a buscarla. Será para el extranjero, el huérfano y la viuda, a fin de que el Señor, tu Dios, te bendiga en todas tus empresas.
Cuando sacudas tus olivos, no revises después las ramas. El resto será para el extranjero, el huérfano y la viuda.
Cuando recojas los racimos de tu viña, no vuelvas a buscar lo que haya quedado. Eso será para el extranjero, el huérfano y la viuda.
Acuérdate siempre que fuiste esclavo en Egipto, Por eso te ordeno obrar de esta manera.»(Deut 24, 17-22)
«Maldito sea el que menosprecia a su padre o a su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén.
Maldito sea el que desplaza los límites de la propiedad de su vecino. Y todo el pueblo responderá: Amén.
Maldito sea el que aparta a un ciego del camino. Y todo el pueblo responderá: Amén.
Maldito sea el que conculca el derecho del extranjero, del huérfano o de la viuda. Y todo el pueblo responderá. Amén.» (Deut 27, 16-19)
La resurrección del hijo de la viuda
«La resurrección del hijo de la viuda.
Después que sucedió esto, el hijo de la dueña de casa cayó enfermo, y su enfermedad se agravó tanto que no quedó en él aliento de vida.
Entonces la mujer dijo a Elías: «¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar mi culpa y hacer morir a mi hijo!».
«Dame a tu hijo», respondió Elías. Luego lo tomó del regazo de su madre, lo subió a la habitación alta donde se alojaba y lo acostó sobre su lecho.
Él invocó al Señor, diciendo: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir a su hijo?».
Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y dijo: «¡Señor, Dios mío, que vuelve la vida a este niño!».
El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió.
Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre, Luego dijo: «Mira, tu hijo vive».
La mujer dijo entonces a Elías: «Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca».» (1 Rey 17)
Eliseo y el aceite de la viuda
«El aceite de la viuda
La mujer de uno de la comunidad de profetas imploró a Eliseo, diciendo: «Tu servidor, mi marido, ha muerto, y tú sabes que era un hombre temeroso del Señor. Pero ahora ha venido un acreedor para llevarse a mis dos hijos como esclavos».
Eliseo le dijo: «¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en tu casa». Ella le respondió: «Tu servidora no tiene en su casa nada más que un frasco de aceite».
Eliseo le dijo: «Ve y pide prestados a todos tus vecinos unos recipientes vacíos; cuántos más sean, mejor.
Luego entra y enciérrate con tus hijos; echa el aceite en todos esos recipientes, y cuando estén llenos, colócalos aparte».
Ella se fue y se encerró con sus hijos; estos le presentaban los recipientes, y ella los iba llenando.
Cuando todos estuvieron llenos, ella dijo a su hijo: «Alcánzame otro recipiente». Pero él respondió: «Ya no quedan más». Entonces dejó de correr el aceite.
Ella fue a informar al hombre de Dios, y este le dijo: «Ve a vender el aceite y paga la deuda; después, tú y tus hijos podrán vivir con el resto».» (2 Rey, 4)
«Defiendan a la viuda»
«¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! (Is 1, 17)
«Así habla el Señor de los ejércitos: Hagan justicia de verdad, practiquen mutuamente la fidelidad y la misericordia. No opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre, y no piensen en hacerse mal unos a otros.» (Zac 7, 10)
Él mantiene su fidelidad para siempre
«El mantiene su fidelidad para siempre,
hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos,
abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados.
El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda;
el Señor ama a los justos
y entorpece el camino de los malvados.» (Sal 146, 6-9)
«El Señor derriba la casa de los soberbios, pero mantiene en pie los linderos de la viuda.»(Prov 15, 25)
«Porque el Señor es juez y no hace distinción de personas:
no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido;
no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja.» (Ecli 35, 12, 14)
Vea también El papel de las viudas en la sociedad y en la Iglesia - San Juan Pablo II
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