Testimonios de una madre y un padre a los que la catequesis para la comunión de sus hijos les llevó a la conversión
La Primera Comunión puede ser una fuente de beneficios inesperados. La fuerza del sacramento de la Eucaristía es un volcán.
Más allá de la alegría de ver que el niño se prepara para recibir a Jesús, en muchas familias católicas supone un bien porque la relación de padres, abuelos y hermanos con Dios se hace más estrecha.
Rosa, mamá de Ana: hizo la Primera Comunión y se casó
Pero, ¿qué ocurre cuando los padres están alejados de la fe y no practican? Este era el caso de Rosa, mamá de Ana, de 10 años. Recientemente me presentaron a Rosa, y la felicité porque sabía que se acaba de casar por la Iglesia. Me dio las gracias y me explicó que llevaba viviendo en pareja más de 12 años. Fue su hija la que la llevó a dar el paso.
«¿Cómo fue eso?», le pregunté. «Ana quiso hacer la Primera Comunión y nos pareció muy bien. Entonces comenzó la catequesis y también vimos que estaba contenta, que aprendía cosas de la fe y también de la vida. Pero un día, ella solita me hizo la siguiente reflexión: ‘Mamá, si no practicas, ¿entonces a lo mejor cuando yo me muera y me vaya al cielo tú no estarás allí?’. Aquello se me clavó en el corazón.»
Rosa me confesó que muchas veces le costaba dormir pensando en aquello. Y fue esta comezón la que le removió. «Yo sabía que no estaba bien con Dios si su padre y yo no estábamos casados, y así como antes habíamos aparcado el tema, con la catequesis de Ana el Señor quiso volver a mi vida. Piensa que yo no había hecho ni la Primera Comunión.»
Así que Rosa explicó en el colegio de su hija lo que le ocurría. Enseguida le ayudaron a recomenzar. «He tenido cuatro años de catequesis de adultos. No está nada mal.»
Explica que comenzó a ir a la misa pero no iba a comulgar, y eso «se me hacía muy duro. Me dolía no ir a la cola de Comunión y me daba tanta vergüenza que me ponía en las últimas filas de la iglesia. Pero al mismo tiempo, eso despertaba mis ganas de recibir a Jesús y de estar plenamente con Él y con su Iglesia.»
Finalmente hizo la Primera Comunión, recibió la Confirmación y se casó por la Iglesia, «casi todo de golpe. No te puedes imaginar, estoy muy feliz ahora y duermo con una tranquilidad… La niña también está muy contenta.»
Patllari: el hombre de negocios en la última fila de la iglesia
Esto me recordó una experiencia parecida que le ocurrió a uno de mis antiguos jefes, Patllari (le doy este seudónimo porque me ha sido imposible conectar con él para pedirle permiso y contar su historia).
Patllari es un hombre de negocios, y era lo que se dice «un tiburón». Tenía una posición económica y social altísima, y los sigue teniendo. Ni él ni su familia practicaban aunque todos eran respetuosos con la fe.
Patllari valoraba la educación de sus hijos, así que los llevó a un colegio de ideario católico que tiene mucho prestigio en España. A él, en principio, eso le suponía una seguridad y un descanso, porque «los dejaba en buenas manos».
Algo cambió cuando el pequeño de los hermanos, Carlos, llegó al curso en que los niños reciben la preparación para la Primera Comunión y en el mes de mayo o junio, efectivamente, la hacen.
Carlos hizo la Primera Comunión un domingo y al domingo siguiente, oh, sorpresa, dijo a sus padres que quería ir a misa. ¡Con eso no contaba Patllari, que «creía que con el día de la Primera Comunión ya era suficiente para cumplir«!
El papá habló con el niño y vio que aquello no salía de una «obligación escolar» sino que realmente el pequeño quería ir a misa los domingos.
«Así que ese día lo llevé en coche a la iglesia. Bajó y yo me quedé en la calle, dentro del coche, esperándole», me explicó.
Cada domingo Patllari y su hijo Carlos hacían lo mismo, hasta que Patllari un día decidió acompañar al pequeño a la iglesia. «Yo me quedé en la última fila leyendo el periódico», me dijo. «Hacía como que no tenía mucho interés en unirme a la misa, pero…».
Ese «pero» quiere decir que poco a poco este hombre de negocios que prescindía bastante de Dios fue tomando conciencia de lo importante que era Jesucristo en su vida. Y se fue acercando. Al entrar en la iglesia fue avanzando hacia filas situadas más adelante, comenzó a fijarse en las palabras del sacerdote… «Este hijo siendo tan pequeño, y casi sin darse cuenta él, consiguió cambiarme», bromeaba.
La catequesis siempre tiene sentido
Como catequista, a veces me pregunto si servirá de algo la catequesis en esos niños de familias que están frías y que solo hacen la Primera Comunión como un evento social.
Luego, cuando pienso en casos como el de Rosa y Patllari, veo que la catequesis de un niño va mucho más allá de lo que vemos o esperamos: es instrumento de Dios para que muchas personas -sobre todo los padres y abuelos- que estaban alejadas regresen a él. No me cabe duda de que todo es provechoso, aunque no lo veamos ahora.
Vea también Sermón sobre la Comunión - Santo Cura de Ars
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