La ilusión por hacer hogar es tarea de todos en la familia. Redescubre el tesoro que tienes en torno a ti
Cuando tenía 14 años, mi familia decidió mudarse a Barcelona. En la tarea de buscar un piso donde instalarnos nos involucramos todos. Mis padres, mi hermano y yo dedicamos algún fin de semana a visitar los «candidatos».
Uno de aquellos pisos me llamó la atención y no lo he olvidado. Reunía muy buenas condiciones por la ubicación en la ciudad, estaba en un edificio de nueva construcción, lo firmaba un arquitecto conocido… Fuimos visitando el salón, la cocina, los baños y las habitaciones y parecía que todo encajaba como en el juego del Tetris. La visita resultaba divertida.
Pero de repente mi padre dijo: «Pero, ¿será posible? ¡En esta casa no hay ni una sola habitación donde quepa la cama de matrimonio!«. La que más se le aproximaba tenía una columna en medio y no había forma de hacer que allí cupiera la cama de mis padres. Por más que mi padre tomaba medidas con el metro, las cuentas no salían.
Inmediatamente el piso quedó descartado, a pesar de que era bonito y luminoso. Para nosotros era evidente que no funcionaba un aspecto fundamental.
Según nuestro estilo de vida
Cada casa, efectivamente, responde a nuestro estilo de vida y a nuestro modelo de familia. Un estilo vivo y un modelo real. Cuando escogemos el lugar, el barrio, la decoración… dotamos a la arquitectura de algo personal. La casa se vuelve una extensión de nosotros mismos. En las mujeres este fenómeno es aún más pronunciado por nuestra alta capacidad de conexión: tenemos el don de transformar un espacio en un hogar y de que comunique cómo somos por dentro.
No siempre la casa es como nos gustaría. A veces, no llega el presupuesto y hay que ir poco a poco. Otras veces, los inquilinos anteriores nos dejaron alguna «herencia» envenenada que habrá que ir cambiando, por ejemplo, unas cortinas de estampados pasados de moda o un falso arco que a nosotros nos parece que sobra y habrá que tirar abajo.
Unas veces refugio, otras plataforma de despegue
En cualquier caso, cuando un espacio pasa a ser «mi casa» ya no es la habitación de un hotel o un espacio público: es nuestra casa. Es el lugar que nos sirve de refugio y a la vez de plataforma de despegue, de encuentro con nuestros seres más queridos. En casa somos nosotros mismos. Vamos en zapatillas si queremos y no son necesarios los formalismos.
Tener ilusión por la propia casa es muy importante, tanto como cuidar la propia salud, porque será un modo de atendernos a nosotros mismos y a nuestra familia.
Por algo en el lenguaje tenemos expresiones como «hogar, dulce hogar», «como en casa en ninguna parte» o «por fin en casa».
Las raíces y la historia que vamos forjando
La casa habla de nuestras raíces: tal vez por las fotografías o cuadros de antepasados que tenemos a la vista, tal vez por un mueble que heredamos, tal vez por una bandera…
La casa habla de nuestra historia común: se va «construyendo» a medida que avanza la vida de nuestra familia, con la fotografía de un aniversario o una boda, con un recuerdo traído de un viaje, con las habitaciones que se van transformando a medida que los bebés pasan a ser niños y los niños se convierten en adolescentes…
En el día a día
La casa habla de nuestro día a día. Cuando la cocina cuenta con lo que nos gusta a todos y lo que le encanta a uno en particular. O cuando en el salón está montado el último juego que llegó por Navidad, junto con los teléfonos móviles y el ordenador del que asiste a clase por zoom o teletrabaja. Las llaves de casa, los juguetes, los libros, el sillón… Tantas cosas que identificamos con quiénes somos hoy: desde el rincón más personal donde nos sentamos a leer o rezar, hasta la planta que nos regalaron, el armario de la ropa de otra temporada, la colección de vinilos, el botiquín según las necesidades que ya vamos conociendo… Cada uno tiene su casa a su manera.
Algunas cosas parecen inmutables mientras que otras van cambiando según vamos cambiando nosotros, sin duda condicionados por las medidas de la casa (cuando no hay desván, sótano ni trastero) y por las mudanzas (que a veces viene a ser una fórmula más o menos brusca de desprendimiento, cuando el máximo van a ser dos maletas por persona).
El hogar es curativo para todos
Estar en casa es ya de por sí un valor positivo, porque implica que estamos cerca de los nuestros. Vale la pena considerar este aspecto sobre todo cuando nos entra el «activismo» y nos parece que, sobre todo en el caso de los niños, tienen que «hacer» muchas actividades. Que estén en casa les da estabilidad y afianza su sentido de pertenencia… mientras el padre o la madre están en otra habitación con otras tareas, no importa. Como esa casa de campo en la que los abuelos estaban y nos acogían en los largos veranos, sin la play y con el canto de las chicharras en vez de spotify.
En el caso de los mayores, también resulta curativo para nuestra salud mental simplemente estar en casa, sobre todo en etapas de la vida en que creemos que aprovechar el tiempo es trabajar fuera muchísimas horas al día y estar a la carrera de aquí para allá entre compras, vida social y deporte.
Poner la mirada en casa
Cuando estamos en casa, nos sosegamos y comenzamos a tener la mirada en casa. Me refiero a la mirada interior y exterior. Vemos las caras de los nuestros y podemos detectar mejor qué le ocurre a cada uno. Es el momento de compartir, de charlar o de respetar el silencio del otro. Pero es clave que el otro, aunque sea un adolescente en plena crisis, sepa que nos tiene ahí si nos necesita.
Un círculo virtuoso
Cómo no, cuando estamos en casa descubrimos cosas materiales que se deben arreglar o que se pueden mejorar. Eso actúa como círculo virtuoso: cuanto más miro la casa, más me preocupo por ella, más la arreglo y mejoro, y más la quiero, y más ganas tengo de estar en ella y de que los míos estén en casa.
Si todo esto nos viene grande, basta con hacer la prueba con una cosa pequeña, como lubricar los quicios de una puerta que chirría, ordenar una estantería de libros, poner unas flores en el salón o colocar los cubiertos en el lugar apropiado del cajón de la cocina.
Amar nuestra casa es una forma de amar a nuestra familia. Creo que en eso todos hemos aprendido mucho con la pandemia y el confinamiento, que nos obligó a permanecer en nuestras casas más tiempo del que habitualmente estábamos ahí. Ahora es momento de ver cómo lo encajo, cuando ya puedo salir a la calle pero entiendo que mi familia sigue siendo lo principal.
Dolors Massot, Aleteia
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