
Hay algo en el Adviento, esta época del año que nos hace pensar en Dios y en las cosas del cielo. Quizás sea el frío el que ralentiza nuestra agenda social, dejándonos más tiempo para pensar y reflexionar.
Quizás sean las decoraciones y las canciones navideñas, incluso las más seculares, que apuntan a algo verdaderamente extraordinario que ocurrió hace mucho tiempo el día de Navidad.
Tal vez sea la oscuridad, ya que nos levantamos antes de que salga el sol y nos acostamos mucho después de que se haya ocultado; esta oscuridad nos llena de anhelo por Cristo, Luz del mundo.
Sea lo que sea, hay algo en diciembre que nos hace pensar en las cosas de Dios. En Jesús y en nuestro propósito último en esta vida.
Con estas cosas en mente, es el momento perfecto para invitar a alguien a la iglesia, tal vez a un familiar que no ha ido a la iglesia en mucho tiempo o a un amigo que nunca ha vivido la liturgia de estos días festivos.
La peor respuesta que podríamos recibir es un cortés y respetuoso "No, gracias".
¿La mejor respuesta? que varios de nuestros amigos, colegas o familiares retomen su fe y se conviertan en nuestra compañía predilecta para ir a Misa o a una hora santa.
Piénsalo de esta manera: es más probable que nunca te arrepientas de invitar a alguien a la iglesia, que de no hacerlo...
Así que adelante, invita a alguien a la iglesia este Adviento: a tu vecino, a tu primo, a tu compañero de clase. O invítalos a que te acompañen a la confesión, o a que vayan contigo a la capilla de adoración a rezar.
¿Qué es lo peor que podría pasar, verdad? Y lo que es más importante: ¿qué cosas increíbles podrían suceder gracias a que tuviste el valor de invitarlos?
Theresa Civantos Barber, Aleteia
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