no le prestas atención a sus sentimientos? Descubre los principios
para saber escuchar de verdad
Escuchar es ser empático para comprender lo que vive nuestro cónyuge, recíprocamente. "Mi pareja me pide constantemente que la escuche, y yo lo hago con gusto. Pero veo que no está satisfecha con la calidad de mi escucha. ¿Qué hago?".
Si te has hecho esta pregunta porque notas en tu conyugue no se siente escuchado por ti o te lo ha expresado, quizás haga falta hacer unos cambios. En toda relación la escucha es muy importante.
Cuando tenemos un problema con nuestro cónyuge, nuestros hijos, algún amigo o un colega de trabajo es aconsejable escucharles. Es cierto que, por lo general, se nos agradece, aunque no hayamos abierto la boca.
La escucha solo puede ser totalmente satisfactoria cuando se trata de una escucha activa. Una distinción importante que muestra que escuchar no es ni mantener la boca cerrada ni contentarse con una reformulación automática de tipo "comercial".
Descifrar el sentimiento detrás de la palabra
Escuchar es, primero, recibir las palabras del otro, sobre todo sus sentimientos, y darle el derecho de percibir las cosas de forma distinta a nosotros. No olvidemos nunca que un sentimiento negativo bien acogido abandona a menudo a quien lo expresa.
Escuchar es sobre todo descifrar el sentimiento que acompaña a la palabra del otro: un marido puede saber muy bien lo que le reprocha su mujer (que no habla, por ejemplo), pero no escuchar hasta qué punto ella sufre por eso.
Escuchar es ponerse en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo
Escuchar es, sobre todo, vivir esta virtud –una de las formas más hermosas de amor– que el psicólogo Carl Rogers llama empatía (literalmente, "sentir, sufrir en"). Es esta capacidad que tiene una persona que escucha para descentrarse, dejar de lado su forma de ver para entrar en los sentimientos y así mostrar que comprende lo que vive su cónyuge. Escuchar es ponerse en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo.
Ser empático es comprender lo que vive nuestro cónyuge, recíprocamente: el lugar que no siempre ocupa en la sociedad, su miedo al desempleo, su trabajo que le aleja de su vida familiar...
Los cristianos hacen gala de una empatía formidable: Cristo mismo no vino al mundo como visitante, sino que vivió la condición humana en su totalidad, pasó hambre, tuvo sed, pero sin dejar de ser Dios.
Se puso en nuestra piel: ¿la Encarnación no es más vehemente incluso que la empatía? Para estar al mismo nivel que el hombre, Él dejó en un segundo plano su divinidad, así como el oyente deja sus ideas en el guardarropa para entrar en la problemática del otro. No para manipularlo, ¡sino por amor!
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