agradables y por eso todos deseamos sentirlo en nuestra vida pero,
¿es verdadera esta idea?
El amor es el sentimiento más deseado por la humanidad. Una prueba es que la literatura lo idealiza de muchas maneras. Hasta la sagrada Biblia nos habla del amor, despertando en nosotros emociones agradables
Sin embargo, si pensamos que el que ama caminará sobre nubes y nunca sufrirá, nos enfrentaremos irremediablemente con el fracaso.
El amor todo lo disculpa
San Pablo nos da una cátedra sobre el amor en la primera carta a los Corintios capítulo 13 , donde deja claro que de nada valen todos los esfuerzos y obras buenas, si no hay amor:
"El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta".
Damos poco
En este mundo actual, en el que el individualismo prevalece por encima de todo, las relaciones son pasajeras porque no hay amor verdadero. Desconocen qué significa "para siempre".
Amar significa donarse. Por eso no es extraño que el amor se acabe cuando damos poco, esperando a cambio lo que no estamos dispuestos a otorgar.
Para amar verdaderamente hay que empeñarse en dar lo mejor, como Cristo nos enseñó: Él se dio a Sí mismo, sin regateos, a pesar de las ingratitudes de aquellos por quienes se entregó.
Murió en la plenitud de su vida, joven, fuerte, atractivo. ¿Acaso podremos imitarlo? Quizá no, por eso no podemos esperar mucho si damos poco. El Señor ha puesto la medida.
Aprender a renunciar
Jesús nos dio la clave del amor verdadero: ofrecer la propia vida. Y eso implica sufrir y renunciar a sí mismo. Quien no esté dispuesto a ello, irremediablemente fracasará.
Si esperamos relaciones perfectas, libres de problemas y momentos difíciles, solo gozando y recibiendo satisfacciones, mejor sería vivir en una isla desierta. El secreto del amor perdurable es entregarse por completo, sin esperar nada a cambio.
No dejemos que el orgullo y la soberbia manejen nuestra vida, seamos como Jesús: mansos y humildes de corazón (cfr Mt 11, 29) y dejemos que su gracia nos ayude a amar sin temor a ser lastimados.
Mónica Muñoz, Aleteia
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