Soy más que mis caídas y que lo que el mundo opina de mí, hay perdón suficiente para escribir una historia santa
Si creyera de verdad en la Resurrección mi vida sería diferente. Porque al mirar arriba, al cielo, más allá, la vida se llena de alegría y de sentido. Dice san Pablo:
«Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él».
Una forma diferente de entender la vida y la muerte…
¿Cómo estoy viviendo?
En ocasiones vivo con angustia el presente. Como si de mí dependiera todo. Intento controlar mis pasos para que no se me desboquen. Cuidando que todo esté bien, en orden.
Me fijo en los bienes de la tierra, no en los del cielo. Una decisión, un gesto, algo que no cuadra, una caída, un tropiezo.
Una interpretación equivocada de la realidad, o distinta. Una confusión que lleva al juicio, a la condena, tal vez al odio.
El desprecio de mis seguridades que me dan tanta paz. Busco los bienes de la tierra que no acabo de proteger del todo. Porque es tan efímera la vida que se me presta…
Y no levanto la mirada al cielo. No vivo escondido con Cristo en Dios. como si quisiera ganarme un día más de existencia sobornando a los hombres para que me dejen vivir más. Unas horas siquiera.
Mirar al cielo
Es todo tan frágil a mi alrededor… Empeñado estoy en gobernar yo solo los días, las horas. Lo que los demás piensan, sienten o hacen. Como si estuviera en mis manos.
¿Cuáles son esos bienes del cielo? Me quedo pensativo buscando respuestas.
Si realmente creyera en la resurrección aspiraría a la libertad de los hijos de Dios, no a la de los hijos de este mundo, condicionados por su pecado. Esa libertad de Jesús caminando bajo el peso del madero.
¿Cómo se hace para ser libre de juicios y suposiciones? ¿Libre de plazos y obligaciones que otros me presentan condicionando mis pasos?
Es tan etéreo lo que creo sostener entre mis dedos… El cuerpo misterioso de un presente que se disipa apenas tiendo mis brazos hacia él.
Retengo como un náufrago el último madero de mi barco queriendo alcanzar una orilla llena de paz.
Un bien del cielo es lo que necesito para caminar más liviano por esta vida. Y que las cosas que sucedan no logren quitarme el sueño.
Una lluvia de misericordia
¿Y el dolor? ¿Y la muerte? ¿Qué magia existe que logre hacer que no sienta el dolor de los clavos, ni la ruptura que provocan la ausencia y la partida?
No hay magia, sólo basta con mirar al cielo y buscar los bienes del cielo. Como esa misericordia que lo vuelve todo fácil.
Un bien del cielo, esa mirada misericordiosa sobre mi vida llena de noches y nostalgias.
Una mirada honda que me perdona y sostiene en el difícil equilibrio en el que deambulo entre la vida y la muerte.
Miro al cielo y tantas cosas se llenan de alegría. Porque se derrama como una lluvia una misericordia que me levanta de mi pecado y mi fragilidad.
Soy más que mis caídas. Incluso mucho más que la interpretación que el mundo hace de mi vida.
¿Qué se esconde detrás de la traición por treinta monedas? ¡Quién soy yo para juzgar la intención de cualquier hombre!
Soy tan sólo una mirada torpe que interpreta y juzga casi sin comprender el sentido de la vida.
Analizo los pasos mal dados como caídas imperdonables. Como si no hubiera perdón suficiente para escribir una historia santa.
Un amor infinito
Se detienen mis pasos al pie de una tumba vacía que me habla del cielo. Y yo sonrío como esos niños que acarician el sol con la brisa de la mañana alzando sus manos a lo alto.
Así es la mirada que busca el cielo en el que hay una paz que yo deseo.
No busco la ausencia de dolor. Ni tampoco un corazón que no ame, sabiendo que el que no ama apenas sufre.
Busco un corazón capaz de amar hasta el extremo.
Porque Jesús sufrió en aquel madero. Sufrió el dolor de los clavos, la sed y el hambre, la angustia honda de una tortura difícil de soportar.
Y el dolor más grande, el de sentir que no había logrado despertar el amor en todos a los que había amado.
Viviendo en la tierra
Cuesta mucho recibir amor cuando yo doy amor. Debería ser fácil, pero no siempre el corazón está dispuesto a aceptar un amor más grande que el propio, una incondicionalidad que yo no poseo y un perdón que yo no estoy dispuesto a dar ni a recibir.
Entonces no es tan fácil amar hasta el extremo. Y morir por aquellos que no me han amado.
Un justo condenado como injusto, despreciado. A mí me importan los juicios y los aplausos. Las condenas y los gritos de odio.
Me importan el qué dirán y el qué es lo que piensan. Cuando juzgan todo lo que hago, pienso o siento. Como si de verdad importara tanto.
Si fuera capaz de elevar mi mirada al cielo y la dejara prendida de las estrellas, o de esos halcones que cruzan el cielo planeando sin apenas mover sus alas…
Mirar el cielo y más allá de mis pequeños problemas que a veces me parecen tan grandes.
Esperando el amor eterno
Es tan misteriosa esta vida que sostengo torpemente queriendo que sea eterna… Y no es así.
Aunque algo tiene que ver con ese cielo. Con los bienes del cielo que no poseo y anhelo.
Un agua que calme mi sed de infinito. Un pan que sacie mi hambre insaciable. Un abrazo que calme mi necesidad inmensa de ser amado. Una mano que acaricie todas mis heridas calmando mis dolores.
Me detengo mirando al cielo, implorando esos bienes de allá arriba que puedan amansar ese corazón inquieto que sufre más de la cuenta.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
Vea también El cielo como plenitud de la intimidad con Dios - San Juan Pablo II
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