Tu vida es un constante sufrimiento porque tus expectativas siempre serán las más altas e inalcanzables.
Conozco a muchos perfeccionistas y son personas extraordinarias, ¡siempre tratando de dar lo mejor de sí mismos!, apasionados por el trabajo, por estar siempre bien presentados, por ser puntuales… y todo esto, en sí mismo, no tiene nada de malo, pero para un perfeccionista la vida es insoportable cuando sus metas no son alcanzadas. Las causas son muchas, podríamos encontrar un sin fin de ellas: una niñez exigente, una personalidad responsable al cien por ciento… pero quizá la más importante es el mundo de hoy: el productor número uno de perfeccionistas.
Esta galería está basada en el libro: “When Perfect Isn´t good Enough” (Cuando ser perfecto no es suficiente) de Martin M. Antony PhD y Richard P. Swinson, MD. Es para quienes se descubren perfeccionistas y para aquellos que lo quieran compartir con esos amigos que viven frustrados porque siempre lo pudieron hacer mejor.

1. Dios es perfecto no perfeccionista

Dios Perfecto
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El perfeccionismo puede presentarse en distintos aspectos de nuestra vida: en la escuela o el trabajo, en la apariencia física, en la organización y el orden, en la escritura y pronunciación de las palabras: ¡imagínense un perfeccionista hablando por chat!, ¡qué sufrimiento! El perfeccionismo puede incluso afectar nuestra vida cristiana y nuestra relación con Dios (y esto es grave). Buscando siempre ser perfectos nos enfocamos en el estricto cumplimiento de los rituales, las oraciones, las actividades que un cristiano “debe “ hacer y nos olvidamos del amor a Dios y al prójimo.

2. El perfeccionismo no nos permite ver que somos amados

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El perfeccionista siempre está insatisfecho consigo mismo y con los demás. La ira es una constante en su vida, puede sufrir de ansiedad e incluso de depresión. La vida se vuelve triste y solitaria. La alegría es breve cuando el trabajo es reconocido y se desvanece cuando el pensamiento dicta: “Lo pudiste hacer mejor.” En la vida cristiana el perfeccionismo nos aleja de la alegría de amar a Dios y de la seguridad de sentirnos amados como somos.  Nos volvemos activistas y empezamos a juzgar la vida cristiana de los demás.

3.  Acéptate a ti mismo. No eres perfecto

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Dios nos creó a su imagen y semejanza. Su creación no tiene errores porque Dios no se equivoca, no porque sea perfeccionista, sino porque ama.  Él no busca que hagamos todo bien, sin equivocarnos, es más, nos envió a su Hijo para perdonar todos nuestros errores y pecados. Dios es perfecto, y esa perfección tiene que ver con su amor incondicional e infinito. Es muy bueno esforzarnos por ser mejores, por alcanzar la santidad, pero este debe ser un camino lleno de alegría no de sufrimiento. Dios sabe que estamos llenos de errores y nos anima a mejorar con alegría no a atormentarnos con metas irreales, imposibles de cumplir.

4. El amor se vive en comunidad. Pide ayuda

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El amor se vive en el encuentro. No estamos solos, tenemos familia, amigos, Iglesia. Así que ármate de valor y habla del tema con otros. Diles lo que te pasa y lo que sientes. Pide ayuda, consejo. El aceptar que esas actitudes que llevas te hacen la vida dolorosa, es ya un gran paso. Superar el perfeccionismo requiere de un trabajo personal que tomará un tiempo pero con compañía es más llevadero. Incluso en los casos más graves, donde se requiere ayuda profesional, es importante contar con la compañía de los demás en el proceso.

5. No pretendas controlar todo

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Ese no querer cometer ni un solo error significa el querer tener las cosas bajo control todo el tiempo. Es agotador embarcarse en el inútil trabajo de querer controlarlo todo. Así que: ¡relájate y suelta la cuerda! La idea de querer cometer cero errores es tan absurda como querer meter el océano en un balde. Cuando te encuentres con esas ideas o pensamientos sé realista, pregúntate sinceramente si eso es posible y no te tomes las cosas tan en serio hasta el punto de obsesionarte. ¿Te molestan los juguetes de tus hijos tirados en medio de la sala? Ese desorden significa vida, significa infancia. Siéntate con ellos y juega, luego ordenarán juntos, ¿quieres que recuerden a su mamá ordenando y de mal genio todo el tiempo?, o ¿quieres que te recuerden tirados en la alfombra creando las más increíbles historias?, ¿quieres un niño que le tema a tu mal genio o quieres un pequeño que confíe en ti?.
Como cristiano, ¿quieres ser ese apóstol que sirva con alegría a Dios?, ¿o quieres ser aquel amargado que si no cumple todo al pie de la letra se frustra? ¿Cuál de los dos crees que será más atractivo para evangelizar?.

6. Arriésgate aunque sepas que te puedes equivocar.

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Dios nos hizo libres. Libérate de esas cadenas que te traen amargura. Decide sobre tus pensamientos, sobre tus acciones. Vas a fallar en el intento mil veces, pero de eso se trata. ¿Que te parece escoger una tarea que estabas postergando por temor a hacerla mal y te pones una fecha límite?, ¿qué tal si hoy ordenas más tarde?, ¿qué tal si hoy no dices nada sobre esa palabra mal pronunciada y te ríes de cómo suena?, ¿qué tal si hoy te pones lo primero que escojas?.  Decide sobre ti mismo y aprende a equivocarte.

7. Haz las cosas como que dependan de ti, pero sabiendo que en realidad dependen de Dios.

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Hay muchas personas realmente brillantes  que por un temor a no poder hacer las cosas a la perfección simplemente no las hacen y se pierden, se dan por vencidos porque su estándar es inalcanzable. Hacer las cosas lo mejor que TU puedas, no significa que las hagas a la perfección. Alguien podrá decirme que Jesús nos dijo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt 5,38-48) Y es verdad, Jesús lo dijo, pero se refería a lo perfecto que es el amor y la gracia del Padre que nos llama a ser Santos. El hombre por más que se esfuerce, solo no puede, necesita de Dios. Así que da lo mejor de ti pero con la gracia de Dios. Si no sale como querías, quédate tranquilo, ofrece tus dolores a Dios y recuerda que es Él quien permite todo.

Selección de imágenes: Sandra Ere.