¿Me abro a recibir a Dios cada vez que rezo? Ábrete a la gracia y disponte para que algo suceda…
A todos nos pasa que la oración se vuelve rutinaria o se queda estancada en nuestro interior como un lago pantanoso, como un lugar del que no podemos salir y que no nos da ni un poquito de vida…
Hoy quisiera compartir con ustedes algunas ideas que me han ayudado a mí en un camino de tener una oración más profunda y mejor. Algunos descubrimientos que revolucionaron mi modo de rezar.
Lo primero es que la oración es una fuente de vida. Una fuente que no tiene por qué estancarse, una fuente siempre puede correr.
¿Y porque puedo afirmar esto? Porque la oración es un don del Espíritu. Oramos no porque sabemos hacerlo o porque tenemos muy buenas técnicas de oración.
Oramos porque permitimos que el Espíritu que vive en nosotros brote, tome consciencia de él mismo y se exprese.
Ayuda el ejemplo de una fuente que ha estado obstruida por una piedra. En cuanto se quita la piedra el agua brota espontáneamente. Es como un dique que se rompe (Jn 4,10), y el agua que brota es esa agua viva de la que le habló Jesús a la Samaritana.
Orar es percibir nuestra realidad más profunda, ese punto preciso de nuestro ser donde llegamos a Dios, donde tocamos a Dios, donde recibimos a un Dios que se nos quiere dar.
Es una toma de conciencia. Implica hacerse consciente de una cosa largo tiempo inconsciente en nosotros. El lado divino que se hace consciente y quiere integrarse en nuestra vida.
Es ese espacio de libertad interior, que está entre la norma y la libertad: entre las oraciones que hacemos habitualmente y la presencia de Dios que lo llena todo.
En este sentido ayuda mucho que conozcamos nuestra “fisonomía espiritual”. Romano Guardini con respecto a eso nos dice unas acertadas palabras:
“La oración personal está sometida a determinadas normas. Tales normas están ya expresadas en la misma doctrina revelada, tal como está contenido en las Sagradas Escrituras, en las reglas prácticas que ha formulado la experiencia cristiana de largos siglos, en los consejos de la razón y de la sabiduría humana, válidos para toda actividad espiritual, y por lo tanto, también para la oración.
A pesar de todo esto la oración personal es fundamentalmente libre y el orden sólo debe servir aquí para proteger esta libertad. Cuanto más auténtica es la oración personal, tanto menos pueden dictarse normas a las que debe someterse.
Más bien debe brotar y desarrollarse según el estado interior de cada persona, según las circunstancias en que viva y según las experiencias que tenga.
Por lo tanto una oración que en un determinado período era aconsejable, puede no serlo en otro; así como la misma oración puede no ser apropiada para diversas personas.
Cuando la oración no ha alcanzado su propia libertad interior se hace insegura, monótona y carente de vida. De ahí la necesidad de educar la vida de oración para que sea espontánea y se afiance en la interioridad personal del hombre”.
Entonces para crecer en la vida de oración, para madurar en ella, no es necesario tener excelentes técnicas o leer grandes libros de maestros espirituales.
Se trata sobre todo de aprender a tener una oración cada vez más auténtica, de proteger nuestro espacio de libertad interior para en él encontrar a Dios.
Y, ¿cómo se logra esto? Abriendo nuestro corazón a la libertad de Dios. La oración es un escenario de encuentro entre un Tú con un yo, es el espacio donde Dios se me da y yo lo recibo.
Por eso vale la pena que me pregunte: ¿es mi oración un momento de búsqueda de Dios o de búsqueda de mí mismo?, ¿me abro a recibir a Dios cada vez que rezo?
Sea cual sea el método, consiste principalmente en que la oración nos encuentre desprevenidos, nos sorprenda de improviso.
En este camino de encontrar nuestro espacio de libertad podemos empezar por la oración vocal y la oración mental que nos llevan a hacernos cada vez más capaces de meditar y profundizar.
Después podemos disponernos para que nuestra oración se haga cada vez más desde el corazón. Una oración que busque su fuente y su raíz en el fondo mismo de nuestro ser, más allá de nuestro espíritu, de nuestra voluntad, de nuestros afectos y aun de las técnicas.
Por la oración del corazón, buscamos al mismo Dios o las energías del Espíritu en las profundidades de nuestro ser. De este modo comenzaremos a contemplar.
Y cuando sea difícil perseverar, cuando te encuentres en un punto muerto, recuerda que la oración es Suya, es un don, es pura gracia.
No desesperes, no vuelvas sobre tus pasos, no pienses que es falta de generosidad. Ábrete a la gracia y disponte para que algo suceda…
Es cierto que ese punto muerto supone una sensación de desierto, pero es precisamente en el desierto donde se tiene sed.
Ese desierto nos hace buscar a la fuente, esa que está dentro de nosotros y que tenía un montón de piedras que no la dejaban correr…
Dejarnos llevar por la corriente de la fuente que es el Espíritu Santo hará que su impulso interior brote en nosotros y nos arrastre.
Luisa Restrepo, Aleteia
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