Los santos son una escuela para nosotros. A través de sus ejemplos no solo nos damos cuenta de que sí se puede ser santo hoy, sino que encontramos testimonios vivos de que la santidad se da siempre en un corazón que está dispuesto a darlo todo por amor a Dios.
El Papa Benedicto XVI, el 6 de noviembre de 2006, nos mencionó que «El luminoso ejemplo de los santos despierta en nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices de vivir junto a Dios, en su Luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia, y ésta es la vocación de todos nosotros».
Estamos llamados a aprender de nuestros «hermanos mayores» que lo dieron todo, que se entregaron por completo al Señor. Por eso quiero compartir contigo estas siete enseñanzas que nos han dejado algunos santos de renombre. Palabras sencillas que dejan entrever su gran humildad y cercanía con Dios, dos ingredientes necesarios para ser santos hoy.
1. «Perfecta alegría» – San Francisco de Asís
«¿Cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llego acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío… Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás… Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma». (Escritos completos de San Francisco de Asís, VerAl).
La «perfecta alegría» no está en los gozos terrenos, en el éxito, en el reconocimiento, ni siquiera está en la realización personal. La «perfecta alegría» está en aceptar cada momento confiando en que Dios nos sostiene. Es difícil tomarse de la mano de Dios cuando la adversidad nos golpea, antes bien, es fácil gritar y desesperarse con los problemas agobiantes. Pero, ¿Qué tal si nos detenemos un momento?, ¿qué tal si vemos cada situación con la impronta de Dios? Es como descubrir la huella de Dios a nuestro alrededor, de esto se dió cuenta San Francisco aquel día.
Aún en los momentos más dolorosos de nuestra vida, Dios está presente y llena nuestro corazón de paz. Así que ¡detente un momento, reflexiona y busca la huella de Dios! Si tienes confianza la encontrarás y te darás cuenta de lo importante, de aquello que llena el corazón, de la alegría que se experimenta al ser todo de Dios.
2. «Minuto heroico» – San José María Escrivá de Balaguer
«El minuto heroico. —Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y… ¡arriba! —El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza». (Camino, 206).
60 segundos para decirle «sí» a Dios. 60 segundos para cambiar tu actitud y ganarle al monstruo de la pereza. San Josemaría entendía muy bien la psicología humana, por ello motiva a los suyos a no titubear frente a las responsabilidades. Apenas suene el despertador, lo primero es ofrecer un «pensamiento sobrenatural» y sin más levantarnos de la cama.
Si repites esta acción cada día verás cómo mejora tu responsabilidad y prontitud en responder al llamado de Dios.Un hábito se forma repitiendo acciones con frecuencia, este minuto, aunque es difícil (por eso es «heroico»), te traerá un cambio de vida muy grande. ¿No me crees? Haz la prueba y sigue el consejo de San Josemaría Escrivá a la hora de despertar.
3. «v = V = S» – San Maximiliano María Kolbe
«Es apenas una ecuación. La v minúscula es nuestra voluntad. La V mayúscula es la voluntad de Dios. Cuando estas voluntades chocan, es el dolor, el sufrimiento. Cuando estas dos voluntades se identifican, cuando nuestra voluntad se identifica con la de Dios, es la santidad, es la paz del corazón. ¡Que sencillo es! ¿Verdad?». (Maximiliano Kolbe, por María Winowsca).
Este gran santo, ejemplo de amor y fe, nos invita a identificar la Voluntad de Dios con nuestra propia voluntad. En síntesis significa que mi querer sea el de Dios. De esta forma se crea una unión de voluntades que nos lleva a caminar en la santidad y paz del corazón, sabiendo que vamos a paso firme y estamos en cada momento realizando el deseo de nuestro Creador. ¿Que si es difícil? Sí, como todo en la vida espiritual, pero por lo menos debes empezar por meditarlo.
Discierne (acompañado por un guía espiritual) cuál es la Voluntad de Dios en tu vida y luego discierne sobre tus deseos, sobre lo que tú quieres. Si eliges el camino del bien verás que la Voluntad de Dios y tu voluntad convergen en un mismo camino. ¡Haz la prueba!
4. «La mayor enfermedad» – Santa Teresa de Calcuta
«La mayor enfermedad de Occidente hoy no es la tuberculosis o la lepra; es no ser querido, no ser amado y que nadie se preocupe por ti. Podemos curar las enfermedades físicas con la medicina, pero la única cura para la soledad, la desesperación y la falta de esperanza, es el amor. Hay muchos en el mundo que mueren por un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por un poco de amor. La pobreza de Occidente es un tipo distinto de pobreza – no es sólo una pobreza de soledad, sino también de espiritualidad. Hay un hambre de amor así como hay hambre de Dios». (Camino de sencillez).
La Madre Teresa conocía muy bien el corazón humano. Supo estar delante del pobre indigente que necesitaba curación y alimento pero también supo ponerse de pie y no titubear frente a toda la Asamblea de las Naciones Unidas exhortando a los líderes mundiales a poner sus ojos en los más débiles. Esta admirable santa nos advierte de una gran enfermedad: la falta de amor. ¡Amar es divino, porque Dios es amor! Cada vez que elegimos amar estamos eligiendo a Dios. San Juan de la Cruz decía: «Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor». ¡Qué gran verdad es ésta en la vida del cristiano! Hay hambre y sed de amor. ¿Nos vamos a quedar de brazos cruzados? Junto a la Madre Teresa te invito a amar, a elegir conscientemente el amor… solo así podrás ver cara a cara al mismo Dios. ¡Inténtalo!
5. «¿Qué haría Cristo en mi lugar?» – San Alberto Hurtado
«Ante cada problema, ante los grandes de la tierra, ante los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los pobres, ante sus dolores y miserias, ante la defección de colaboradores, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras. ¿Qué haría Cristo si estuviese en mi lugar?… Y lo que yo entiendo que Cristo haría, eso debo hacer yo en el momento presente». (A. Lavín, o.c., p. 24-25)
El Papa Francisco le llamó a esta pregunta «la contraseña» que no debemos olvidar. Así es, San Alberto Hurtado nos enseña una clave importante del discernimiento. Antes que rebuscar en nuestro interior para saber qué hacer, debemos preguntarle a Dios qué haría Él si estuviese en nuestros zapatos. ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Frente a las situaciones de injusticia, frente a la pobreza, delante de la violencia en las calles, ante mi familia dividida, en aquella amistad que estoy perdiendo… ¿Qué haría Cristo en mi lugar?
Esta enseñanza nos debe acompañar toda nuestra vida. Pregúntale a Dios qué haría Él y decídete a actuar. Otra vez citaré a San Juan de la Cruz, un maestro de la vida espiritual, él decía: «Obras son amores, no buenas razones». Así que ¡no tengas miedo, entra en oración y pregúntale a Dios!
6. «Sólo Dios» – San Rafael Arnáiz
«Dios no me pide más que amor humilde y espíritu de sacrificio… Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas es seguro que no hubiera podido venir a la enfermería de la Trapa, a pasar penalidades, hambre en el cuerpo, debido a mi enfermedad y soledad en el corazón, pues encuentro a los hombres muy lejos. Solo Dios…, solo Dios…, solo Dios. Ése es mi tema…, ése es mi único pensamiento». (Jueves 16 de diciembre de 1937, Dios y mi alma: Notas de conciencia)
«Solo Dios». Si este es nuestro lema podremos caminar con fortaleza aunque venga la tormenta más grande que podamos imaginar. «Solo Dios» es el clamor del corazón enamorado, del corazón que sabe dónde poner sus seguridades. Es el grito del corazón que ha comprendido el valor de lo único importante: el Señor; como María que, a los pies de Jesús, escuchaba con atención sus palabras sin más preocupaciones que mirarlo a Él.
Este «Solo Dios» que guió a San Rafael Arnáiz es una actitud profunda del alma, es un abandonarse radicalmente en las manos de Dios, es un ser totalmente de Él, es un despreocuparse de las cosas del mundo. ¡Qué confianza tenía este hermano para con Dios! Imitemos, pues, esta actitud tan santa que nos acercará día a día a los brazos de nuestro Jesús y nos ayudará a aliviar nuestro corazón de las angustias que a diario nos invaden. Santa Teresa diría lo mismo siglos antes: «Sólo Dios basta», nada más, nadie más… ¡Sólo Dios!
7. «El ascensor divino» – Santa Teresa del Niño Jesús
«Estamos en el siglo de los inventos. Ahora ya no se necesita subir los peldaños de una escalera; un ascensor los reemplaza ventajosamente en la casa de los ricos. También yo quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección… he proseguido mis investigaciones y he aquí que he hallado: «Así como una madre acaricia a su hijo, te consolaré, te recostaré en mi seno y te meceré en mi regazo». ¡Ah, jamás se regocijó mi alma con palabras más tiernas, más melodiosas que estas! Vuestros brazos, oh Jesús mío, son el ascensor que ha de elevarme hasta el cielo. Para esto no necesito crecer, sino al contrario, quedar pequeña, achicarme cada vez más. ¡Oh, Dios mío, habéis superado cuanto podía yo esperar, por eso quiero cantar vuestras misericordias».(Manuscrito C, 2 vº-3 vº).
Santa Teresita nos deja un legado de humildad e infancia espiritual muy profundo. Para acercarse más a Jesús en lugar de crecer hay que empequeñecer. Ese «hacerse pequeño» es la humildad del corazón agradecido. Hacerse pequeño para que Dios te tome en sus brazos y te eleve hasta su regazo, para que te acerque a su corazón como lo hace un padre con su hijo.
Santa Teresita comprendió muy bien lo que significa la confianza en Dios, sabernos cuidados por Él, sabernos amados hasta el extremo por un Padre misericordioso. Tenemos que pedir este don, el don de la humildad, de la infancia espiritual. A veces nos complicamos tanto con pequeñeces, con tonterías, con cosas que son accidentales y sin mayor importancia, cuando allí, frente a nuestros ojos está Dios mirándonos y esperándonos.
¡Hagámonos pequeños para que Él nos tome en sus brazos y nos eleve a su corazón, nos eleve al Cielo! La humildad siempre será la clave de la conversión, reconocer que necesitamos a Dios, que solos no podemos… ese es el camino de la infancia espiritual que nuestra gran Teresita de Lisieux quiere indicarnos.
Espero que estas siete enseñanzas de siete grandes santos, te ayuden a profundizar mucho más en la vida espiritual, te animen en la búsqueda de la santidad y abran ante tus ojos grandes caminos de esperanza. La santidad es posible, todos podemos alcanzarla haciendo lo que tenemos que hacer y estando donde tenemos que estar.
Discernimiento, humildad, confianza, mansedumbre, cercanía y docilidad, son algunas claves que estos santos nos dan para avanzar más y estar más cerca del corazón de Jesús. ¡Ánimo, no tengas miedo y sigue adelante! Tienes todo el apoyo de la oración de la Iglesia, la compañía de los Ángeles Custodios, el amor tierno de María y la intercesión de los Santos para crecer en tu vida espiritual. ¡Haz la prueba y verás cómo cambia tu vida cuando estás conectado con Dios! Que Dios te acompañe y te bendiga en este camino.
H. Edgar Henríquez Carrasco, catholic-net
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