«Criar un hijo es un 1% de felicidad y 99% de preocupación» ; aseguran feministas como Corinne Maier
Manifestantes feministas del 8 de marzo en Madrid.
Hay invierno demográfico en España: si en 1981 la tasa de fecundidad rondaba los 2 hijos por mujer, en 2023 la cifra se había partido por dos, superando levemente el 1,1. Hace casi 10 años que España tiene más muertes que nacimientos.
Entre las causas están aquellas corrientes feministas más hostiles al matrimonio, a la familia y en general a la maternidad.
Los máximos exponentes de ese feminismo consideran que la maternidad es una limitante imposición de un hipotético patriarcado del que deshacerse.
La especialista en feminismo, género y familia María Calvo lo explica así: "Según ellas, para que la mujer tenga valor social y éxito, debe quedarse su vida para sí, ser autorreferenciada y que los hijos se configuren como la tiranía de la procreación, como una carga o un problema cuya solución es el aborto".
Es cierto que en España se dan también muchos otros condicionantes que llevan a que nazcan muy pocos bebés.
La incorporación de la mujer al mercado laboral, la precariedad económica, el rechazo al compromiso, la reducción del matrimonio o el retraso en la decisión de formar una familia, la generalización de los anticonceptivos, el nihilismo o la renuncia a la vocación comunitaria son algunos de ellos.
Sumado a esos elementos, el feminismo hegemónico o bien influye o bien opera de forma militante para reducir la natalidad desde sus mismos orígenes y especialmente desde su eclosión a partir de los años 80 del siglo XX.
Feminismo e invierno demográfico
Siguiendo sus propios hitos en España, se observa una relación directa de las grandes caídas de la natalidad con los episodios y reivindicaciones centrales del feminismo:
En 1981, la legalización del divorcio fue una de las primeras “conquistas del feminismo” de la transición y según el portal Divorciadas y divorciados implicó “un gran impulso a la autonomía de las mujeres que pudieron decir basta e iniciar una vida independiente”.
Una independencia que se encontraría estrechamente vinculada a la reducción de la natalidad: entonces la tasa de natalidad era de 1,95 hijos por mujer y solo seis años después se había reducido a 1,49, caída a la que también contribuyó el aborto legalizado en 1985.
Desde aquel año se sucedieron medidas legislativas dirigidas en teoría a fortalecer las reivindicaciones feministas. Parte de ese esfuerzo cristalizó en la ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género de 2004, que si bien no ha logrado reducir el número de supuestas víctimas de “violencia machista”, sentó las bases del movimiento MeToo y la inoculación de la creencia de que existe una violencia contra la mujer "por el hecho de ser mujer".
Así se lee en las primeras líneas de la ley:
“La violencia de género […] se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión”
Para 2004, cuando la ley entró en vigor, el número de hijos por mujer se había reducido a 1,32.
El siguiente descenso se produjo poco después de 2010, cuando se promulgó la llamada “Ley orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo”.
Como se lee en su preámbulo, se trata de una dirigida a “reconocer el derecho a la maternidad libremente decidida, que implica, entre otras cosas, que las mujeres puedan tomar la decisión inicial sobre su embarazo y que esa decisión, consciente y responsable, sea respetada”.
Entre otras promesas, las administraciones públicas se comprometía a promover “el acceso a métodos anticonceptivos seguros y eficaces” y a “garantizar el acceso público y universal a prácticas clínicas efectivas de planificación de la reproducción, mediante el uso de métodos anticonceptivos”.
Ocho años después tendría lugar la explosión social del feminismo militante bajo el movimiento MeToo, cuando la tasa de natalidad ya se encontraba en un reducido 1,2, muy lejos del mínimo de 2,1 hijos por mujer que marca el nivel de remplazo generacional.

Tabla del Instituto Nacional de Estadística sobre la evolución de la tasa de fecundidad.
Sería a partir de 2018 cuando proliferarían desde el feminismo hegemónico consignas como “todos los hombres son violadores en potencia” o “la sexualidad es machista”. Sea la relación evidente o no, lo cierto es que desde el año del MeToo hasta 2023, la natalidad volvió a reducirse a poco más del 1,1, cifra que se encuentra peligrosamente cerca de que, de media, haya menos de un hijo por mujer en el país.
¿Se trata de una relación directa? ¿Es el feminismo antinatalista? ¿Por qué las feministas decidirían voluntariamente no tener hijos como un signo de su dedicación?
Las feministas hablan sobre maternidad
Abundan las referentes del feminismo, clásicas o más modernas, que responden a estas preguntas:
Simone de Beauvoir
“Ya se ha visto que las servidumbres de la maternidad han quedado reducidas por el uso -confesado o clandestino- del control de la natalidad; pero la práctica del mismo no está universalmente extendida ni es rigurosamente aplicada… El control de la natalidad y el aborto legal permitirían a la mujer asumir libremente sus maternidades. De hecho, una deliberada voluntad, en parte, y el azar, también en parte, son los que deciden la fecundidad femenina”.
“Pero el embarazo es, sobre todo, un drama que se representa en el interior de la mujer… el feto es una parte de su cuerpo y es también un parásito que la explota; ella lo posee y también es poseída por él; ese feto resume todo el porvenir, y, al llevarlo en su seno, la mujer se siente vasta como el mundo; pero esa misma riqueza la aniquila, tiene la impresión de no ser ya nada”.
Shulamith Firestone
“El núcleo de la opresión femenina hay que buscarlo en sus funciones procreadoras y de crianza”.
Corinne Maier
“Tengo razones para odiar a los niños. No es que esté en posición de defender una reducción de la tasa de natalidad. Teniendo dos hijos, no puedo decirle a los demás: "No hagas lo que yo hice". No obstante, sí me parece hipócrita esconderme detrás de una pantalla de humo idealista ("No hay nada más hermoso que la sonrisa de un niño") para justificar mis cuestionables decisiones en la vida. Es hora de dejar de vender la idea de que los bebés producen un hechizo de felicidad. ¡Basta de esta gran ilusión! En mi experiencia, la realidad es muy diferente: criar a un hijo es 1% de felicidad y 99% de preocupación”.
Susan Brownmiller
“Yo estaba de manifestación en Nueva York y pensé: ¿qué cartel debería llevar para esto? Hice un cartel que decía `El aborto es algo bueno´ y no le gustaba a la gente con la que me manifestaba. Fui demasiado lejos. Pero es algo bueno. Sabes que realmente es algo bueno”.
Alicia Miyares
"Porque vivo en democracia y soy demócrata acepto las reglas de juego que deslindan derechos de pecados y ley de religión. Ninguna mayoría política nacida de las urnas, por muy absoluta que sea, está legitimada para convertir los derechos en delitos y obligarnos a seguir principios religiosos mediante sanción penal. Porque yo decido, soy libre y vivo en democracia, exijo que se mantenga la actual Ley de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo por favorecer la autonomía moral, preservar la libertad de conciencia y garantizar la pluralidad de intereses de todas las mujeres".
La maternidad, antídoto contra el vacío feminista
Si estas declaraciones son representativas de la relación del feminismo con la maternidad, se dan infinidad de casos que refutan en la práctica postulados como los mencionados.
Muestra de ello es la reciente investigación de Catherine Pakaluk, economista de la Catholic University of America, esposa, madre de ocho hijos y autora de Hannah's Children. The Women Quietly Defying the Birth Death.
Se trata de un texto con testimonios de 55 mujeres que están desafiando no solo el invierno demográfico, sino también toda una cosmovisión feminista sobre la maternidad.
Cuatro lecciones de la maternidad al feminismo
Katie Breckenridge recoge en National Catholic Register 4 casos que transmiten contundentes lecciones, argumentos y réplicas a las doctrinas feministas:
1º Matrimonio, antídoto frente al individualismo, estímulo y forja de virtud
Una de las entrevistadas por Pakaluk es Shaylee, madre de siete hijos, que reconoció cómo la crianza de sus hijos junto a su marido está fomentando la confianza y el conocimiento de ambos, lo que en cierta manera suple el poco tiempo que tienen para ambos comparado al que tendrían con menos hijos.
Muestra de los beneficios de la paternidad, y especialmente la numerosa, es el caso de Eileen, que con seis hijos reconoce que no hay nada que le guste más que ver a su marido forjarse y aspirar al nivel de “virtud heroica necesario para satisfacer las necesidades de la familia”.
“Realmente es un estímulo para el amor, crea y forja una profundidad y una altura que no sabías que podías forjar”, confiesa la madre.
2º El hijo como don y no como carga
Una de las razones que feministas como Corinne Maier exponen para no tener hijos es la dificultad y perjuicios de cara al beneficio o bienestar personal de la madre. Para madres de familia numerosa como las entrevistadas por Pakaluk, el argumento no podría estar más alejado de la realidad: la mayoría de las que participaron en su estudio reconocieron valorar más tener a sus hijos que las horas de sueño “perdidas”, su comodidad, la carrera o el estatus. Para ellas, los hijos son en sí mismos una razón que ayuda a superar las dificultades aparejadas.
También se argumenta la dificultad de mantenimiento o el elevado coste del mismo, lo que nuevamente es refutado por el estudio de Pakaluk: Las mujeres que eligen morir a sí mismas consideran a sus hijos como dones y confían en que Dios les dará “su propia fuente de sustento y beneficio para la familia y para el mundo”.
3º Los hijos, mucho más que un bien de consumo
También frente al argumento feminista de los perjuicios que ocasionan los hijos, Pakaluk ha comprobado en primera persona con decenas de testimonios que no se puede juzgar la paternidad sin vivirla.
Tras sufrir un bombardeo doctrinal que les dice a las mujeres que su única motivación deben ser los estudios y su carrera, acaban por creer que un hijo supone perder esa oportunidad.
Al publicar los resultados del estudio, Pakaluk ha comprobado que antes de tener hijos, “el valor de lo que estas mujeres han conocido -estudios, carrera profesional…- supera el valor del hijo que no conocen”, pero tras tenerlo, destacaron que sus hijos no solo eran mucho más que un bien de consumo como lo veían antes, sino que además sentían incluso más alegría conforme llegaba un nuevo miembro a la familia.

Madre e hijo juegan en el mar, y una luz los baña
4º La maternidad es trascendencia
Como cuarta lección de la maternidad, se constata que las mujeres que participaron en el estudio se reconocieron a salvo de la inmadurez, el egoísmo o de ser inútiles gracias a la maternidad, que también contribuía a que fuesen más abnegadas, empáticas, generosas y solidarias.
Así lo cuenta Shaylee, al remarcar que si bien la maternidad es lo más difícil que ha hecho en su vida, también es “lo más gratificante que podía imaginar”, pues comprobó cómo sus hijos la ayudaban a ser la mujer que debía ser.
En último término, algunas de las encuestadas como Shaylee o Terry llegaron a considerar que la familia es “sagrada y eterna”, e incluso acabaron valorando que las relaciones familiares perduren más allá de la muerte, que tener hijos sea equiparable a traer almas al mundo que serán eternas o que sus sufrimientos y preocupaciones como madres son minúsculos comparados a la eternidad.
José María Carrera, ReL
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