Cada año recordamos, en el domingo de Pascua, el valor de la Resurrección. Si bien cada uno de nosotros hemos de cumplir con nuestra tarea de hacer crecer las virtudes de la alegría, la fe, caridad, esperanza y paz interior; de igual manera hemos de empeñarnos por hacer lo mismo con nuestra pareja, en el ánimo de reconocer que podemos trabajar juntos para superar los problemas que se pueden estar presentando en el matrimonio.
Vamos a abrir nuestro corazón y tratar de comprender la importancia de lo que sí podemos hacer para mejorar nuestra actual situación.
Decidir volver a amar
Este primer paso es básico, pues implica reconocer que todo el esfuerzo que harás es motivado porque aún hay amor en tu corazón para tu pareja. Que si bien han surgido dificultades, situaciones adversas y conflictos diversos, en el fondo sigue existiendo el amor que los llevó a contraer matrimonio; y ese es el que tenemos que revivir, porque se puede estar apagando por diferentes motivos y hay que retomarlo e inyectarle nuevas esperanzas.
En este primer paso, haz una lista de todo lo bueno que aún tienen, de todo lo que se puede rescatar de la relación; vuelvan a ver lo que les agrada mutuamente y encuentren los puntos en los que coinciden, así dejarán de mirar lo que los desune y aleja.
Algún día decidiste casarte viendo lo bueno de tu pareja, lo que te agradaba, lo que les gustaba hacer juntos; pues todo eso hay que retomarlo y darle un buen empujón.
Es vital voltear a ver lo positivo de ambos y dejar de mirar con obsesión los defectos y las fallas que se han ido cometiendo en los últimos años; lo que ya no te gusta o que no soportas del otro. Estar atrapados en el ego, en el orgullo, y vivir en una postura personal de manera defensiva y seguir nutriendo toda clase de emociones negativas no ayuda en nada a mirar lo bueno que aún se tiene de los dos.
Desde la teología, el propósito principal del matrimonio es vivir el Amor, lo que implicaba comprender que mantenerse unidos y gozar de la fecundidad en los hijos era la consecuencia evidente. Pero que, en el diseño divino de esta relación, a la vez tan simple y compleja, es la oportunidad de practicar la tolerancia y el perdón constantes. De no ser así, no habría un ejercicio real de ese amor.
Recuerda que ese amor debe también madurar, crecer, actualizarse y dejar atrás la etapa romántica y soñadora para enfrentar la realidad, lo cual exige la convivencia con los defectos y los errores que todos vamos cometiendo.
El verdadero amor es apreciar y cultivar lo que tienes y no seguir deseando lo que te falta.
Fortalecer la espiritualidad
Si bien cada quien tiene su propia manera de vivir la fe y de practicar sus oraciones. Las parejas, bajo el pacto matrimonial, construyen una espiritualidad mutua que hay que mantener viva y bien alimentada.
Y para ser muy prácticos y concretos, una buena espiritualidad se basa en vivir en un ambiente positivo y deshacerse de todo lo negativo que daña y perjudica la relación. En la práctica de las virtudes se nota qué tantas buenas cosas se realizan diariamente por el bienestar de ambos. Es decir, el foco no debe estar en que tú estés más feliz y te sientas más amado, sino en qué vas a hacer tú para hacer más feliz a tu pareja.
La felicidad conyugal está en el dar y no en el recibir. Por ello, más que discutir, reclamar, pelear y esperar que tu pareja cambie, es recomendable recordad que lo más importante es fortalecer tu camino espiritual y proponerte ser una mejor persona, dando testimonio de ello frente a tu pareja y a tus hijos.
Una convivencia más positiva
Algo de gran importancia es reafirmar el mutuo amor. Volver a convivir sin dejar que el lado negativo predomine y eche a perder lo bueno que aún sigue presente -y lo bueno que se va reconstruyendo con estos esfuerzos-.
Dialogar desde el corazón y no desde el orgullo, el ego y todo lo que nos hace sentirnos con miedo o enojados.
Como se puede ver, sí hay algo positivo que puedes hacer por revitalizar y hacer renacer el amor en tu matrimonio. Pidan juntos esa gracias a Dios, pues sin su amor, de seguro no habrá logro alguno.
Guillermo Dellamary, Aleteia
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