martes, 9 de abril de 2024

La vida del Espíritu en la vida cotidiana: una experiencia extraordinaria


 

El Espíritu Santo es una persona porque puedes relacionarte con ella. Es más al Hijo y al Padre solo puedes comunicarte desde el Espíritu. Él es el que nos pone en sintonía y en relación con el resto de las personas divinas. El Espíritu es el que puede meternos en el misterio de lo divino porque es el que es Dios, y nos introduce en el corazón de la Trinidad.

La persona del Espíritu se nos regala como el amor entre el Padre y el Hijo para meternos en ese amor divino que él nos quiere donar. Sin el Espíritu no podemos amar, no podemos llegar a esa entrega total que supone dejarnos llevar por el Espíritu para dar la vida.

De este modo, la entrega de la vida se convierte en un modo de vivir. Es la entrega de la vida que se hace concreta en el día a día de cualquier jornada. Es la vida ordinaria y cotidiana que se vuelve extraordinaria. Es el amor desinteresado por el otro, el cual, a veces no conoces. Es la ofrenda de la persona que busca tener un detalle con el otro en la jornada del día que empieza. Dejarse llevar por el Espíritu es vivir cada día mirando esos detalles de Dios que él te quiere regalar y que uno puede regalar a otro.

En este sentido, María, la llena de gracia, que vive solo del Espíritu nos puede ayudar a vivir esa entrega desde lo oculto, desde lo que solo ve Dios, en soledad o con los que incluso no conoces. María es la que nos ayuda a descubrir el verdadero sentido de la amistad, llenándola de detalles que hacen que el otro tenga una vida más plena. También saber acoger tantos detalles de cariño que el hermano tiene contigo.

Por eso. vivir del Espíritu es saber hacer la voluntad de Dios en cada momento. Como ella, es vivir solo para Dios, para hacer lo que Dios quiera. Supone confiar en el Hijo de Dios que nos enseña hacer el plan del Padre en nuestra vida. María nos ayuda a decir que si a Dios en cada detalle, cada gesto que se hace concreto. Ella nos dice: “Haced lo que él os diga” (Cf. Jn 2, 5). Y solo así podemos ver milagros en la vida de los demás que sin ser extraordinarios devuelven la belleza a la existencia. Es una moción interior del Espíritu que te lleva a la entrega en un momento concreto.

De esta forma, quiero compartir algunos de esos milagros que veo en mi vida ordinaria y cotidiana y que la hacen cada vez más hermosa: en primer lugar esos momentos en tu casa que solo ve Dios, esos momentos de oración en intimidad. De mismo modo, tantos detalles que recibo de los hermanos desde la amistad: tantos momentos de compartir la amistad, tantos momentos en los que te invitan a un café, una comida, los detalles por tu cumpleaños: la cena en casa, los detalles de ese día. El poder tener siempre un coche disponible cuando necesitas ir a un retiro o ir a cualquier sitio en el que el transporte público no llega, o cuando llega, puedes compartir ese momento de coche que hace que el viaje sea más hermoso; tener siempre cerca una persona que te puede escuchar en tus momentos de dificultad o en las cosas que vas creciendo; esos momentos en los que puedes participar de los momentos importantes de la vida de los hermanos. Tantos momentos que son movidos por el Espíritu y que hacen de la existencia un cachito de cielo en la tierra. También tantos momentos de oración compartidos. Tanto compartido en la intimidad de un café, tantos momentos de grupo, tanto, tanto. Hacen que la vida se vuelva hermosa y feliz.

De la misma manera, quiero señalar esos momentos que yo comparto con los hermanos y en los que me entrego a diario. Tantos momentos de oración por las necesidades que me presentan los demás, tantos momentos en los que yo puedo invitar a un café, a una comida en casa; tantos momentos de ayudar alguna familia, de compartir con sus hijos; tantos momentos en los que he abierto mi casa para que podamos compartir amistad y hacer familia; tantas situaciones de entrega, de escucha, de tener detalles en la vida ordinaria. Esas situaciones en el día a día, de ayudar a alguien en el metro, de dar ayuda a un necesitado, a un pobre. Tantos momentos en los que alguien te pregunta una calle, etc. y explicas incluso sin saber el idioma en el que te hablan. Esas situaciones en las que una persona está mal en el metro y le facilitas una ayuda. Esos momentos de entrega para ayudar al otro en su vulnerabilidad. Esos momentos en que puedes transmitir lo que has recibido. Desde mi debilidad intento que la vida del hermano sea más agradable. Esos momentos en que compartes tus recursos con otros. También surgen momentos de perdón cuando en algo fallas o “metes  la pata” porque no has acogido lo que el otro te decía o vivía. Pero esos momentos también son una bendición porque si se viven desde Dios, se hace una comunión mayor con el otro. También cuando perdono al que me hace algo que no me gusta. Esto te ensancha el corazón.

Cuanto recibido y entregado. Recibir y dar es lo propio del amor. A ello nos enseña el Espíritu. El hombre está hecho para el amor sin reservarse nada. Y así poder recibir todo de los demás. El Espíritu hace posible que la vida ordinara esté llena de milagros de entrega que hacen de la existencia una vida extraordinaria. Y se convierte en un don que la hace hermosa, buena y bella. Solo así la persona puede ser libre para amar y ser amado.

La vida ordinaria se hace extraordinaria.

Belén Sotos Rodríguez, ReL

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