En la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, se nos transmite un esquema judío, israelita de la semana: seis días llenos de actividad, de trabajo, que culminan en el descanso sabático, en el Shabat. “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado” (Éx 20, 11). Durante los seis primeros días hacemos cosas, que luego presentamos al Señor en el séptimo día. No todo es trabajar, hacer, ganar dinero; hay que pararse y dirigir la mente a Dios y a quienes Dios nos ha puesto a nuestro lado, familia, amigos... Quienes me rodean no son meros “clientes potenciales” o “proveedores de servicios”.
En el Nuevo Testamento el esquema semanal y temporal cambia. El “día de fiesta” ya no es el último de la semana, sino el primero. Empezamos la semana al revés. “El primer día de la semana”... sucede la Resurrección, y por ello es el día principal en el que los cristianos se juntan para la “fracción del pan”, o sea, para la Misa dominical. Se ha invertido el esquema: del trabajo y trabajo para luego celebrar la fiesta pasamos a celebrar la fiesta como actividad inicial que dará sentido al posterior trabajo, a los siguientes días. En portugués, por ejemplo, expresan esto incluso con los nombres de los días de la semana: domingo, segunda feira, terça-feira… hasta llegar al sábado.
Todo empieza el domingo. Y no es sólo un inicio temporal, como el tres que antecede al cuatro. Retrata también el arché que decían los filósofos griegos: inicio, principio, fundamento o cimiento para nuestra casa.
El Catecismo nos recuerda que “la celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de 'dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres' (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 122, a. 4). El culto dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza, cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su pueblo” (n. 2176). Las fiestas, no lo olvidemos, son algo específicamente humano, que rompe la monotonía aburrida de los días, semanas, meses y años.
¿Cómo vivir este día, para disfrutar del merecido descanso, también querido por Dios, pero sin hacer de él un día en clave de mí (yo, mí, me, conmigo, que decían los niños latinos cuando declinaban el pronombre ego, yo)? Lo primero es lo primero, y el domingo es un día para dar culto a Dios, acudir tranquilamente a la Misa dominical. Pero la Iglesia, y Dios que es su inspirador, no se olvida de que somos espíritus encarnados, seres de carne y hueso. Y también la parte más terrena o corporal debe vivir el domingo; y el mismo Catecismo también recomienda “gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo. La institución del domingo contribuye a que todos disfruten de un “reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa” (nn. 2193 y 2194).
En esta línea cuadra muy bien una despedida frecuente del Papa Francisco cuando termina de rezar el Ángelus en la plaza de San Pedro. “Buena domenica … e buon pranzo”. Feliz domingo, y buen almuerzo, buena celebración, también con una buena comida, del Dies Domini.
José F. Vaquero, ReL
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(abundante información - El leer las diversas presentacion una cada día cambiará su vida)
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